CANTO DE DOLOR Y MUERTE A LAS VIUDAS DE LOTA
Llora chileno, llora de suelo a los ríos,
porque nuevamente han vuelto los gritos a las calles.
Hay sangre negra que se comió el mar,
hay picotas que se quedaron liquidadas en la batalla,
a las palas les cayó una guillotina de oscuridad y espanto.
Fueron veinte, veinte soldados de la jornada,
cuarenta brazos que levantaban el sol y
lo escondían como tesoro en la minas.
Fueron veinte las sonrisas que se acabaron,
y son millones los ojos que se derrumban.
Otra vez, otra vez, la muerte te alcanza en la victoria,
en la victoria del sudor y a las manos desnudando la roca.
Otra vez, otra vez, la lágrima se levanta como bandera.
No llores mujer, porque el minero ya vuelve,
no llores madre, pues tu hijo bajará a la mina a buscar
los huesos de su padre con una risa y silencio.
No llores Lota, porque piedra a piedra,
carbón a carbón, hoy quiero subirte a los caballos del aplauso.
De pie, viuda! Aún no acaba la miseria,
aún te queda ese trozo de tierra que arrancaste al Sur de Chile.
Canto de dolor y muerte, de pupilas disparando terror
es lo que hoy se me viene a la mente,
pues se me cayó un territorio de corazón que tenía
en ese peón del castillo de uvas de piedra.
Ay! viuda, promete que dejarás que bese,
promete que me traerás a tus niños,
para recitarles mis versos más tristes.
Me ha recibido una bala de carbón tras la cabeza.
Sabes chileno, sabes sureño,
fueron veinte y cien los que regresaron de sus tumbas de años;
fueron veinte los que aquella tarde
jamás regresaron con el pan a su mesa.
Fueron ellos los que dieron el beso en la mañana
a las hermosas mujeres de sus sueños,
para dar el último regalo de sus vidas.
MAÑANA VENDRÁ EL PRESIDENTE
En los brazos desnudos de los fuegos y las derrotas,
con todos los infantes trepando por los amaneceres de una gaviota,
aparece la voz de un río derramado y agrietado.
Aparece la sombra que no es sombra de aquellas que terminen,
porque pasan los aviones de un lado hacia otro,
aún los oigo, como un metal que se funde en los intestinos de la muerte,
y fuego ante el enemigo y bombas
y soldados repartidos como hormigas odiosas.
Al mismo tiempo, gotea desde el cielo
el pueblo hundido hasta las narices, asfixiado,
perseguido hasta sus modestas madrigueras;
pero ahí está, es él, poniendo su pecho frente al dolor,
metralleta en mano, corazón en mano,
más inmenso que pronunciar cien veces su nombre,
más valiente que el verdadero trigo que ruge en los veranos.
Mientras tanto, de rodillas confiesan al obrero,
a los estudiantes les arrebatan los años a culatazos;
y en los ríos, las piedras van descifrando
el crudo idioma de la sangre,
nombres así, al azar, entregados por montones,
y apilados en la morgue de nuestros más oscuros recuerdos.
Pero sabemos que de aquella ceniza de primavera,
de aquella página arrebatada al libro de los horizontes,
salió un puño en alto, más alto que mil sueños.
No en vano, mañana vendrá el Presidente,
se paseará saludando a las multitudes,
arribará honesto por Morandé 80,
concurrirá al balcón para escuchar a los mudos
y el himno de siempre será coreado por primera vez,
como si esto fuera nacer, como si todo viniera desde el inicio,
como si viniera nuevamente e invencible,
la sola voz de Allende
para terminar con todos estos perdurables humos.