el interpretador el trabajo

El trabajo del d�a (selecci�n)

por Paz Levinson

El trabajo del d�a

Nos llev� a los tres por el campo en diagonal

hasta la estancia ?El C�ndor? donde hay un arreglo con el capataz.��

La estancia tiene construcciones de techos rojos

en medio del desierto donde los pocos �rboles que se ven

crecen alrededor de un hilo de agua, galpones, establos,

corrales redondos� como relojes de sol gigantes con una estaca en el medio

y la casa del estanciero en la loma.

El galp�n de la esquila es lo primero que nos hace conocer,

como si tuvi�ramos que dar un examen sobre la producci�n lanera

antes de empezar el trabajo del d�a.

La luz se filtra entre los tablones, difusa ilumina

pedazos de lana incrustados en maderas astilladas

como las plantas par�sito crecen en troncos de �rboles.

La temporada de la esquila ya pas�, todo parece quieto,

ratones escondidos en ranuras y el olor a lana en todas partes

prensas, empaquetadoras, puertas del tama�o de una oveja,

y las estrellas de la l�nea de la esquila:

las tijeras con filo r�stico, grises y grandes

arrastrando el chiste seguro de tusar a las chicas de pelo largo.

Tambi�n hay tijeras modernas mucho m�s r�pidas

que dejan a los animales recortados con la prolijidad de la electricidad.

S�lo despu�s de ese recorrido, m�s all� de la manga,

vemos la gran monta�a de abono y entendemos el objetivo cuando reparten las palas.

�l nos mira y dirige el trabajo que no puede hacer por la ci�tica,

nos alcanza las bolsas de arpillera vac�as y despu�s las vamos llenando

hasta que quedan como almohadas hinchadas,

eso lo hacemos, primero, un poco torpes,

pero a la quinta bolsa sistematizamos el trabajo.

De repente algo sucede, cuatro o cinco c�ndores giran en el cielo,

los cuatro nos quedamos mirando y de paso haciendo una pausa justificada,

mi hermana con la pala clavada en la monta�a de mierda y tierra

el viejo aprovecha, trae una cerveza medio tibia, la abre con un cuchillo,

la espuma se derrama y tiene que correrse para atr�s puteando.

El trabajo lo resolvimos con m�s de veinte bolsas

para el hombre que se contenta en hacer

el dinero del d�a: vender un kilo de nueces,�

una botella de vino, una bolsa de higos y as� con las peque�as

diferencias de la compra y venta va a la despensa

compra la cena, va al locutorio y escribe un mail:

estoy contento, hoy vend� tierra y miel.

El� nombre de las piedras

En la ciudad no hay trabajo para el viejo,

en el campo algunas cosas quedan por hacer,

cueros apilados, separados por capas de sal�

o fardos gordos de lana esperan en galpones.

La ruta empieza cuando vamos dejando atr�s

casas, despensas, escuelas. La estaci�n de trenes es el l�mite del pueblo

tiene un reloj que s�lo marca la hora en que se par�.

No hay mucho movimiento, un tren escaso llega cada tanto,

cruza el desierto con su velocidad m�xima de 80 kil�metros por hora.

A la noche, en el tren, se puede sentir el vac�o del campo.

Cuando atraviesa pueblos, muchas veces, no hay estaci�n,

la gente se agrupa en torno a la m�quina, suben y bajan, un punto de espera

o s�lo se acercan para mirar el suceso de la semana.

A unos kil�metros de la estaci�n, las monta�as rocosas:

el valle encantado le dicen, piedras gigantes y un r�o hondo siguiendo el recorrido.

�l nos lleva y cada vez que aparece empiezan a desfilar el nombre de las piedras.

Los pobladores de por ah� le ense�aron algunos

pero otros se los inventa en el mismo momento, todo le creemos al viejo

no nos interesa cu�ndo deja de decir la verdad

para despegar en su propia manera de nombrar las cosas:

los osos, el dedo de Dios, el vigilante,

el tren que desaparece detr�s de una roca, la familia de tigres,

y as� a medida que pasamos van y vienen las figuras

algunas se repiten y otras cambian por azar, sin explicaci�n.

Las piedras toman el nombre mientras la camioneta va

cada vez m�s lento por la ruta y los camiones cargados atr�s,

a toda velocidad, tocan bocinas que resuenan.

Cuando llegamos a destino nos hace cargar cueros,

y ser amables con los viejos que nos extienden un mate tard�o.

El negocio se resuelve en truque por unos kilos de az�car, yerba, tabaco.

El viejo tiene la cara muy curtida, ojos celestes, el sombrero arrugado.

Al rayo del sol en el desierto no s� d�nde estoy, ni qui�n es el viejo del que hablo,

pero la tierra vuela lenta y buscamos un lugar con sombra para pasar el mediod�a,

tirar unos pedazos de carne a la parilla, abrir un vino

y despu�s dormir una siesta sobre la campera al borde de un arroyo casi seco.

Un d�a medio dormida vi c�mo dos avestruces asomaban el cuello por unas piedras

las patas dibujaban una cruz en el suelo y los pastos

con el pelo batido como en la ciudad quisieran tenerlo,

matas finas y voluminosas, �veo miles de pastos darks!

Un d�a vi un zorro, los zorros tienen el cuerpo peque�o,

la plaga les llaman, y son los cueritos m�s preciados.

Tampoco s� por qu� hablo de avestruces, pastos, zorros?

Otra vez la camioneta en la ruta, volvemos, una canci�n no para de sonar,

el viejo esta concentrado en la vuelta, en la l�nea sinuosa que nos devuelve al pueblo

pero yo escucho esa canci�n y veo todo en un blanco y negro muy n�tido.

Lluvia de marzo

Mordemos fuerte la piel rugosa

y jugamos a ver quien escupe m�s violeta

la piel de la uva es muy amarga

ya de chiquita nace aburrida

si la gu�an logra ser una planta equilibrada

igual que el adolescente que busca un maestro

si la dejan crecer sin parar, se trepa donde sea

hay que poner s�lo unos alambres, no muchos

pero� tener algo de d�nde agarrarse

la planta joven da muchos racimos��

la planta vieja da menos pero mejores

las bayas cuelgan como monedas azulinas

hinchadas de expectativas, de az�car

todos las probamos y explotan adentro

la uva tiene un pincel de donde se sostiene

chupa el nutriente para la pulpa, la carne transparente

cada vez m�s dulce, madura lento

tambi�n nos contaron lo que hacen cuando hay heladas

prenden tachos con restos de plantas secas

sarmientos buenos para el fuego

el humo imita la niebla, c�lida con olor

los hombres llenan los tachos oxidados

muy temprano despu�s de prender en casa su estufa

En el invierno la planta parece muerta

todas las hojas se caen, s�lo son troncos retorcidos y pelados

cuando llega el invierno tambi�n nos quedamos en casa

la noche del s�bado o cualquiera no hay ganas de salir

pero cuando esta por llegar la primavera,

nos manda se�ales. Por los troncos empieza a circular

otra vez la sangre, es el momento de hablar, juntarse, hacer,

unas gotas de salvia salen de la piel, las plantas se despiertan

vamos a salir de casa, tomar cerveza en la vereda,

brota, (la flor tiene los dos sexos) se fecunda

con el viento pueden perderse muchas flores, dinero.

Adentro de la casa de la uva blanca, el perfume marea

tenemos un techo de uvas blancas y gordas

si todas se pinchan cae una lluvia dulce

los zarcillos se enroscan en el alambrado

los brazos sostienen toda la vid, como un p�jaro anclado

los padres andan por el campo tocando las hojas

entendiendo los signos de vigor o decadencia,

de las plantas a la tarde en el campo

bayas, uvas, granos, tres palabras para decir lo mismo

las plantas estresadas necesitan agua

las mujeres tristes necesitan tiempo

las piedras retienen calor y reflejan la luz

los pastos chupan y sacan el agua

el suelo m�s pobre es el m�s rico

van a cortar las frutas, se va a generar mucho dinero

todo tiene que estar bajo control

las lluvias limpian el campo

las lluvias limpian el campo de ambici�n.

Paz Levinson

el interpretador acerca del autor

Paz Levinson

Naci� en 1978 en San Carlos de Bariloche.

Public� Ojos o Luces (1999) y Blume (2001) en Ediciones Deldiego, Un cat�logo de todo lo que hay (2006)� en Gog y Magog y Cartas a Cactus, Ediciones Belleza y Felicidad (2008).

Direcci�n y dise�o: Juan Diego Incardona
Consejo editorial: Diego Cousido, In�s de Mendon�a, Cecilia Eraso, Juan Pablo Lafosse, Malena Rey
Control de calidad: Sebasti�n Hernaiz

Im�genes de ilustraci�n:

Margen inferior: Daniel Santoro, Lucha de clases.