el interpretador el trabajo

Poemas

por Emiliano Bustos

����������������������������������������������������������� 50

50 poemas. A merced del influjo cr�nico de algo que a-
vanza, royendo sesiones de odio hacia una palabra, ado-
rando un despegue; r�o y cat�ter, alma y covacha. 50 po-
emas mientras lo que queda de mi familia sustituye el
fondo de la cuesti�n por una frondosa pasi�n de penas in-
sustituibles; 50 poemas solamente en la pollera de mi mu-
jer. Y af�sico del temor que le tengo al silbo geneal�gico,
escribo entre piedras, que no son de r�o ni de lecho alguno,
piedras biliares acaso, y a despecho de la caligraf�a exhu-
mada. 50 poemas durante el pugilato. Amparo de alta gra-
cia, carozo de baja estima; fun�mbulo de cada caricia, el
poema colecciona lo que vos no pod�s ver; cae de sepia ca-
reta el pomp�n lun�tico, mateo por toda la ciudad, y com-
pra muchos chocolatines, que aplica despu�s al morbo, a la
plasticidad del morbo facial. 50 poemas quise escribir, entre
la genealog�a tronante y el af�n paposo, de pamplinas hecho,
en rotondas poetizado, de alpargatas, de libros. 50 poemas,
pedales, pi�ones de arom�tico ciclista; ensayo salpicado de
sangre parental, de bofe prenatal, acaso relamido por la m�gi-
ca actuaci�n de un gato. Corto caso de 50 paquetes ?invitacio-
nes de categor�a amaestrada- flotando sabe Dios y el mal�n
en qu� ratera antesala, garuada, de estampilla obsoleta. De to-
dos modos, escribir poes�a entre los cuervos rapi�ados de un
perfume franc�s socialmente distribuido, no es la m�s pura a-
flicci�n, ni la m�s cara tampoco. Las palomas y los palimpses-
tos apestan de la misma manera, rescriben en el mismo f�sil,
pap� de Caronte, colega de UCLA. Son los 50 poemas que
quise cortar del llano, sin pichones a la vista, caminando hasta
la fogata del basural, que la huelo y la aumento. Es el n�mero
de 50 escisiones, aladas como arm�nica de ciego, mendicantes
antenas rodeadas de tunante fr�o; y la m�sica, fragoso pupo es-
meralda, amatoria como la maja desnuda de trapo, arena y ae-
rosol sombr�o. Con las paredes no se va al cielo. Con 50 poe-
mas no se destruye el alba, apenas el cimiento del ojo abierto.


Los cisnes

��������������������������������������������������������� a mi amigo Alejandro Ricagno

�Qu� signo haces, oh cisne, con tu encorvado

cuello/ al paso de los tristes y errantes so�adores?

El signo del nuevo alimento, zumo, deshecho, em-

basado y al gaznate de vuestras blancas figuras

pintorescas. En las grandes naciones todos los pe-

que�os p�jaros se sumergen en la emergencia, ni

hay Rodrigos ni Jaimes, ni hay Alfonsos ni Nu�os;

todo el idioma bajo el ala envenenada. Por eso el

hispano come y a falta de victorias fondea la bas-

tedad, otrora muesca de cervantina coz, hoy san-

g�ijuela y seca amanuense de Gin�s de Pasamonte.�

�Tantos millones de hombres hablaremos ingl�s?

Y hay luengas batallas a�n, mas no brillan las

glorias de las antiguas hoces. Oh, cisne, interacci�n

de la pasta fatal que te alimenta; en el mundo moder-

no vuela el silencio y la perspectiva sobre el valle po-

l�tico habla, por eso tienen que comer las grandes a-

ves del pasado, por eso el n�veo estruendo de las tar-

des que se fueron ingresa muerto al comedero. �Ca-

llaremos ahora para llorar despu�s? Maten cisnes,

patos, loros; la vieja Europa quema granjas y ordena

el c�mulo fant�stico de la metamorfosis, casi no hay

ilusiones para nuestras cabezas. La gripe aviar es la

g�nesis actual del p�jaro sin cielo; y vendr� por m�s

la educaci�n sentimental, porque ruinosa y gorda ase-

sinada, quiere balancear su alimento, acaso por �ltima

vez. Ver�n los hombres el cielo vac�o del ruise�or des-

pedido; crep� su talante y hay humo f�tido y entierros

risibles (el loro expulsado de la jaula inglesa, el pavo

escrachado en tierra rumana); ver�n los hombres que

el gato escaldado habla el espa�ol en f�rulas distantes,

y el estertor postrero de un caduco le�n se arraiga hir-

suto, bellaco y t�mpano. C�mo lastra el soldadito boli-

viano, el entrenador paname�o, el cerdo argentino. Co-

meellatinoamericano un ave rapaz, Nos predican la

guerra con �guilas feroces; y la lengua, cuello del cis-

ne, se agacha quemada por n�menes hambrientos, y

por todo pienzo la ca�da contagiosa del vuelo muerto.


Leyenda

Soy un hombre distra�do:

no podr�a manejar una cortadora de carne.

El dedo, en parte, depende del ojo. Y no estamos

hablando de una relaci�n formal, de

unos goznes de oro chirriando para

la mirada hermosa.

Es algo que se puede contar, como si dijeras:

?adentro de la caja cabe un libro m�s?.

Es algo que le pod�s contar a tu hijo

y �l a su nieto.

?Soy un hombre

distra�do: no podr�a

manejar

una

cortadora

de

carne?.

Una estela maya no

Una estela maya no, los hilitos blancos

de una mandarina. Mesitas de jade en u-

na librer�a oscura, Kat�n haciendo gale-

r�as de libros insanos, y no se vender�n

los enfermos (�no hubo en Marsella

un tullido, en el Brit�nico un trepanado?);

no se vender�n. Una estela maya, no, los

saquitos de los nenes, colorados de jugar.

En la cima, verd�n, grabadores de nom-

bres fugaces, VIVIAN TE CHUPO LA

CONCHA, Dos a�os de respeto por el

Calamar, etc. Libros de la manera m�s

cruel escondidos, resmas impresas sobre

helados, sobre estufas; �somos mayaztecas?,

verdaderamente no. C�mo quiere el tiem-

po que seamos, �larga hemorroides, acaso?,

�bombacha de doncella sucia tal vez?; todo

el tiempo frente al televisor, horas y tan-

tos Katunes escondidos por la selva. En

Buenos Aires la selva de los libros enfer-

mos no es maya, es apenas gris de venas

cr�ticas, verde vejiga evacuando para el

hombre ara�a, para que el hombre ara�a

en el polvo de Pasolini toque crimen y

PCI; moscas, moscas, libros enfermos a-

hora. �No fue Julio Huasi el silenciero de-

bajo de su salud por el camino muerto? Y

ahora se r�en de todo eso, uno que yo s�

y otro que sabe �l y otro, todos se r�en c�-

mo. Todos se r�en en Katunes que dan al

sol, y, en definitiva, no seas amargo, es tu

tiempo tambi�n, es la tuya. Una estela ma-

ya no; oliendo axila por axila las chicas

hermosas vibran, en las botas salte�as lo

�ntimo, como los libros enfermos uno de-

tras del otro, ar�cnidos en cerraduras aban-

donadas, en colmillos apaleados. Una este-

la maya no, tu risa no es de los se�ores del

Usumacinta, no se hundi� en el cenote, si

sos de ac�, si tu obra es un barcito, escal�n

por escal�n. Mi hijo baja escal�n por esca-

l�n, pero yo deber�a hacer otra cosa; mundo

lejano, quieto, no te vayas a la mesa de los

galanes, a la servilleta de los poetas, que

los libros enfermos de los bardos enfermos

son estelas que una lanchita adora dejar

como cabos entre crenchas, entre teros

y poplines him�nicos y quillas horquillas.

Fulgurantes tretas significantes, estelas de

lanchita, y el pececero, pecador de su libro

enfermo, no es maya, es de Buenos Aires

o algo que no respira como todos quisi�ra-

mos, ah�, batiendo corchos y viejas de r�o,

pero adem�s paseando su cerebro por la

grava h�meda de estacionamientos her-

mosos. El 4L de Mugica, el R6 de Urondo,

y otros rodados de flores, esmaltados de

plumas un minuto antes de 1519 o despu�s.

Todos los libros enfermos que yo vi, y

las risas que yo vi, y Huasi Arthur Viel;

no son lo mismo, claro. Poes�a enferma,

de d�nde vienes, sin nadie vas al decr�pito

ciclo, a los lentes de cemento del agenciero,

de hinojos hace mucho; en tu seso entraron

muchas zanahorias, y ya no es aquel juego

marital ni el cielito de la t�a. Ahora es otra

cosa. Ahora es la tortuga fugada, ahora la

poes�a enferma posa toda liebre demente;

no es una estela maya, respira entre noso-

tros como el abuelo dormido junto a la

enfermera enterradora.


Estrella pop(1)

����������������������� Ah, otra vez tu educaci�n siniestra.

Tu blog en el �ter. ?Eva Per�n estrella

pop?. Si Evita viviera ser�a montonera.

Para que evacue al loco doctor

regal�mosle otra k.

Todos los muertos

que lleva esa mujer, y los millones

debajo del ministerio, la renuncia,

la soledad del General, los embalsamadores,

los vampiros; todos tus muertos quisieron

guerra. Para que evacue al loco doctor

regal�mosle otra k.

Idus de marzo, tu misi�n

Casio es tapar en el �rbol al alumno,

qu� risa el bosque, que se incendie talado;

orgullos de hierro me acompa�an,

ortivas que juegan conmigo en los pasillos

de la facultad, �tomos en la madreselva.

?Evita estrella pop?, y nosotros, que olfateamos

a los imberbes dentro y fuera del bosque,

podemos, sin la derecha subiendo de los pelos

a la izquierda, aterrizar. El �ter es un buen lugar,

el �ter piensa, el �ter invade. Escribo mi blog

para que las piernas del efebo no lleguen al r�o,

escribo para que el dorado palo de las sensaciones

no manche el and�n. Evita capitana,

Evita compa�era, todos tus muertos no alteran

mi tesis: tu pelo, tu look, tu escala mundial,

s�bitamente arden de concepto y el crimen

de todo concepto es su cat�logo.

Juan Duarte calavera no chilla.

Yo s� que el ritmo de mis alumnos mulato

crecer�; como nazi, como nuncio

de la marina carreteo sobre los cabecitas;

como el �ter de mi blog. ?Evita estrella pop?, tantos

j�venes no me salen de la boca sino del orto,

y yo, alerta

como siempre, educando matarife,

como mi �ter entrando por una oreja

y saliendo plumas de gorriones bellos,

felices, analmaltrechos.

Evita estrella nos dejaste la luz,

ni vencedores ni vencidos

�dormidos!

Trabajo con los pintores modernos

Madre, me toca trabajar con los pintores ?modernos?,

y son distintos de todo lo que pensabas. Madre, viste

el nacimiento del Pop Art en New York y estudiaste

con Stuart Davis y viste a Marilyn entrar al Actor?s

Studio. De todos modos, los tiempos cambiaron; en

el montaje de una muestra las supernovas imitan el

cielo con la punta de la lengua. Tanta t�cnica como

humus deber�a ser, aunque supina her�ldica es, junto

a las damas viejas de bombacha joven. ?Estudio de

Carlina a la orilla del Arroyo?. Madre, trabajo con los

?artistas visuales?. Qu� qued� de tu ense�anza y mi

aprendizaje; me voy poniendo viejo, el olor de los �-

leos, de los acr�licos descompuestos en tus cajas arra-

sadas. Muchos chicos delgados, casi deformes, pintan

para el ?maestro?, preparan un dialecto que les cambia

el� spleen formal de la venta final; ?�Ah, vender, ven-

der!? Hijos bobos, bromas de un DJ ontol�gico salen

de sus casas-talleres con dedos siena; la galer�a que los

representa, ambarina y er�tica nave, los despreciar�

cuando una gota de sangre inflame iti fom jom el de-

do acusador. Madre, podr�as haber trabajado para m�;

tu t�cnica, mis ideas. Buen equipo hubi�ramos sido,

madre e hijo buscando un color, lejos del mundanal

ruido, entre bambalinas de regazo, como pieles sub-

marinas. Juntos, en un taller semi escondido, la tela

un d�a, las horas obstinadas de tu pincel, nuestra com-

pa��a de ideas; lejos el matrimonio, la displicencia,

las deudas desde tu muerte. Madre, �qu� equipo! Tu

hijo cada d�a m�s gay, hubi�ramos sido dos t�as aman-

do a Reembrandt De La C�rcova, hablando s�lo de

pintura, como quisimos siempre. Pero la vida, madre,

fue otra cosa, y los apellidos de la pintura ?moderna?

fueron paridos por otras, querida m�a. Y debo decir

que la podredumbre de mis garcos ya no es pa�alera.

Dorm� un sue�o prolongado del que s�lo me despierto

escribiendo. Madre, dec�amos ayer que in�til es tras-

tabillar acostado, dir�amos hoy, como imposible e-

quipo: la muerte es el color de la pintura moderna.����������������������


Episodios colectivos

Un obrero cae de Notre Dame.

Ve Paris y su familia: la Edad

Media. Un sol magn�fico. Huele

a podredumbre y a ciudad� sin

qu�mica. Toda la Edad Media

y tal vez el versero Villon. Ser�a

po�tico decir que cincelaba g�r-

golas. Trabajar al nivel de la �po-

ca, una escobilla, unas herramientas;

la presi�n de los gremios. Las gran-

des piedras atra�das por el catoli-

cismo. Todos los homenajes y el

derroche de siglos, la leyenda es-

meralda de las campanas y la ocu-

paci�n nazi, quedan afuera del

que cae de Notre Dame; ni siquie-

ra Am�rica. Tal vez cuando dio

el primer trompo en el aire caye-

ron sus herramientas, m�s r�pido

que �l; si las ten�a. Mientras es-

cribo estas l�neas obreros se caen

todo el tiempo de las torres de

Caballito que ahora, por acci�n

de los vecinos, tienden a menguar.

En su mayor�a inmigrantes, no

construyen leyendas para el cielo,

aunque, en el aire, los retoma la

Edad Media en un hilo laboral

diab�lico, id�ntico a s� mismo.

Emiliano Bustos

NOTA

(1)�Este poema fue escrito a partir de otro ??KK?, in�dito- del a�o 2000, que a su vez tambi�n dio lugar a ?Alguien recuerda mal a C�sar Vallejo?, incluido en Falada (Libros de Tierra Firme, 2001). Retoma el mismo sujeto, un tal ?K?, aunque este nada tiene que ver con el ex presidente N�stor Kirchner y todas las derivaciones que tuvo, a partir de su mandato, la letra k.

el interpretador acerca del autor

Emiliano Bustos

(Buenos Aires, 1972).

Poeta y dibujante. Public� Trizas al cielo (Libros de Tierra Firme, 1997), Falada (Libros de Tierra Firme, 2001), 56 poemas (La Carta de Oliver, 2005), Cheetah (El suri porfiado, 2007). Compil� y prolog� Miguel �ngel Bustos. Prosa, 1960-1976 (Ediciones del Centro Cultural de la Cooperaci�n Floreal Gorini, 2007). Fue invitado al VIII Festival Internacional de Poes�a de Rosario (2000), al II Festival Latinoamericano de Poes�a (Salida al mar, 2005) y a las II Lecturas de Primavera en Buenos Aires (2006). Particip� en la III Feria Internacional del Libro de Venezuela (FILVEN, 2007), en su etapa regional, por los estados Maracay, Carabobo, Yaracuy, Lara, Cojedes y Portuguesa. Poemas suyos fueron publicados en las revistas Extra Proun, , Diario de Poes�a, Hablar de poes�a y F�rnix (Per�, 2007). Fue incluido en la antolog�a El arcano o el arca no. Poes�a argentina de fin de siglo (Casa de las Am�ricas, Cuba, 2006). Particip� en los vol�menes colectivos Por Tu��n (Ediciones del Centro Cultural de la Cooperaci�n Floreal Gorini, 2005) y Tres d�cadas de poes�a argentina, 1976-2006 (Libros del Rojas, 2006). En 2005/ 06 escribi� los textos de cat�logo de la L�nea de Arte Joven del Fondo Cultura BA. Particip� en muestras colectivas de dibujo y pintura. Actualmente colabora en las revistas Hablar de poes�a y Plebella.

Direcci�n y dise�o: Juan Diego Incardona
Consejo editorial: Diego Cousido, In�s de Mendon�a, Cecilia Eraso, Juan Pablo Lafosse, Malena Rey
Control de calidad: Sebasti�n Hernaiz

Im�genes de ilustraci�n:

Margen inferior: Daniel Santoro, Lucha de clases.