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50 poemas. A merced del influjo cr�nico de algo que a-
vanza, royendo sesiones de odio hacia una palabra, ado-
rando un despegue; r�o y cat�ter, alma y covacha. 50 po-
emas mientras lo que queda de mi familia sustituye el
fondo de la cuesti�n por una frondosa pasi�n de penas in-
sustituibles; 50 poemas solamente en la pollera de mi mu-
jer. Y af�sico del temor que le tengo al silbo geneal�gico,
escribo entre piedras, que no son de r�o ni de lecho alguno,
piedras biliares acaso, y a despecho de la caligraf�a exhu-
mada. 50 poemas durante el pugilato. Amparo de alta gra-
cia, carozo de baja estima; fun�mbulo de cada caricia, el
poema colecciona lo que vos no pod�s ver; cae de sepia ca-
reta el pomp�n lun�tico, mateo por toda la ciudad, y com-
pra muchos chocolatines, que aplica despu�s al morbo, a la
plasticidad del morbo facial. 50 poemas quise escribir, entre
la genealog�a tronante y el af�n paposo, de pamplinas hecho,
en rotondas poetizado, de alpargatas, de libros. 50 poemas,
pedales, pi�ones de arom�tico ciclista; ensayo salpicado de
sangre parental, de bofe prenatal, acaso relamido por la m�gi-
ca actuaci�n de un gato. Corto caso de 50 paquetes ?invitacio-
nes de categor�a amaestrada- flotando sabe Dios y el mal�n
en qu� ratera antesala, garuada, de estampilla obsoleta. De to-
dos modos, escribir poes�a entre los cuervos rapi�ados de un
perfume franc�s socialmente distribuido, no es la m�s pura a-
flicci�n, ni la m�s cara tampoco. Las palomas y los palimpses-
tos apestan de la misma manera, rescriben en el mismo f�sil,
pap� de Caronte, colega de UCLA. Son los 50 poemas que
quise cortar del llano, sin pichones a la vista, caminando hasta
la fogata del basural, que la huelo y la aumento. Es el n�mero
de 50 escisiones, aladas como arm�nica de ciego, mendicantes
antenas rodeadas de tunante fr�o; y la m�sica, fragoso pupo es-
meralda, amatoria como la maja desnuda de trapo, arena y ae-
rosol sombr�o. Con las paredes no se va al cielo. Con 50 poe-
mas no se destruye el alba, apenas el cimiento del ojo abierto.
Los cisnes
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��������������������������������������������������������� a mi amigo Alejandro Ricagno
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�Qu� signo haces, oh cisne, con tu encorvado
cuello/ al paso de los tristes y errantes so�adores?
El signo del nuevo alimento, zumo, deshecho, em-
basado y al gaznate de vuestras blancas figuras
pintorescas. En las grandes naciones todos los pe-
que�os p�jaros se sumergen en la emergencia, ni
hay Rodrigos ni Jaimes, ni hay Alfonsos ni Nu�os;
todo el idioma bajo el ala envenenada. Por eso el
hispano come y a falta de victorias fondea la bas-
tedad, otrora muesca de cervantina coz, hoy san-
g�ijuela y seca amanuense de Gin�s de Pasamonte.�
�Tantos millones de hombres hablaremos ingl�s?
Y hay luengas batallas a�n, mas no brillan las
glorias de las antiguas hoces. Oh, cisne, interacci�n
de la pasta fatal que te alimenta; en el mundo moder-
no vuela el silencio y la perspectiva sobre el valle po-
l�tico habla, por eso tienen que comer las grandes a-
ves del pasado, por eso el n�veo estruendo de las tar-
des que se fueron ingresa muerto al comedero. �Ca-
llaremos ahora para llorar despu�s? Maten cisnes,
patos, loros; la vieja Europa quema granjas y ordena
el c�mulo fant�stico de la metamorfosis, casi no hay
ilusiones para nuestras cabezas. La gripe aviar es la
g�nesis actual del p�jaro sin cielo; y vendr� por m�s
la educaci�n sentimental, porque ruinosa y gorda ase-
sinada, quiere balancear su alimento, acaso por �ltima
vez. Ver�n los hombres el cielo vac�o del ruise�or des-
pedido; crep� su talante y hay humo f�tido y entierros
risibles (el loro expulsado de la jaula inglesa, el pavo
escrachado en tierra rumana); ver�n los hombres que
el gato escaldado habla el espa�ol en f�rulas distantes,
�y el estertor postrero de un caduco le�n se arraiga hir-
suto, bellaco y t�mpano. C�mo lastra el soldadito boli-
viano, el entrenador paname�o, el cerdo argentino. Co-
meellatinoamericano un ave rapaz, Nos predican la
guerra con �guilas feroces; y la lengua, cuello del cis-
ne, se agacha quemada por n�menes hambrientos, y
por todo pienzo la ca�da contagiosa del vuelo muerto.
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Leyenda
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Soy un hombre distra�do:
no podr�a manejar una cortadora de carne.
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El dedo, en parte, depende del ojo. Y no estamos
hablando de una relaci�n formal, de
unos goznes de oro chirriando para
la mirada hermosa.
Es algo que se puede contar, como si dijeras:
?adentro de la caja cabe un libro m�s?.
Es algo que le pod�s contar a tu hijo
y �l a su nieto.
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?Soy un hombre
distra�do: no podr�a
manejar
una
cortadora
de
carne?.
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Una estela maya no
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Una estela maya no, los hilitos blancos
de una mandarina. Mesitas de jade en u-
na librer�a oscura, Kat�n haciendo gale-
r�as de libros insanos, y no se vender�n
los enfermos (�no hubo en Marsella
un tullido, en el Brit�nico un trepanado?);
no se vender�n. Una estela maya, no, los
saquitos de los nenes, colorados de jugar.
En la cima, verd�n, grabadores de nom-
bres fugaces, VIVIAN TE CHUPO LA
CONCHA, Dos a�os de respeto por el
Calamar, etc. Libros de la manera m�s
cruel escondidos, resmas impresas sobre
helados, sobre estufas; �somos mayaztecas?,
verdaderamente no. C�mo quiere el tiem-
po que seamos, �larga hemorroides, acaso?,
�bombacha de doncella sucia tal vez?; todo
el tiempo frente al televisor, horas y tan-
tos Katunes escondidos por la selva. En
Buenos Aires la selva de los libros enfer-
mos no es maya, es apenas gris de venas
cr�ticas, verde vejiga evacuando para el
hombre ara�a, para que el hombre ara�a
en el polvo de Pasolini toque crimen y
PCI; moscas, moscas, libros enfermos a-
hora. �No fue Julio Huasi el silenciero de-
bajo de su salud por el camino muerto? Y
ahora se r�en de todo eso, uno que yo s�
y otro que sabe �l y otro, todos se r�en c�-
mo. Todos se r�en en Katunes que dan al
sol, y, en definitiva, no seas amargo, es tu
tiempo tambi�n, es la tuya. Una estela ma-
ya no; oliendo axila por axila las chicas
hermosas vibran, en las botas salte�as lo
�ntimo, como los libros enfermos uno de-
tras del otro, ar�cnidos en cerraduras aban-
donadas, en colmillos apaleados. Una este-
la maya no, tu risa no es de los se�ores del
Usumacinta, no se hundi� en el cenote, si
sos de ac�, si tu obra es un barcito, escal�n
por escal�n. Mi hijo baja escal�n por esca-
l�n, pero yo deber�a hacer otra cosa; mundo
lejano, quieto, no te vayas a la mesa de los
galanes, a la servilleta de los poetas, que
los libros enfermos de los bardos enfermos
son estelas que una lanchita adora dejar
como cabos entre crenchas, entre teros
y poplines him�nicos y quillas horquillas.
Fulgurantes tretas significantes, estelas de
lanchita, y el pececero, pecador de su libro
enfermo, no es maya, es de Buenos Aires
o algo que no respira como todos quisi�ra-
mos, ah�, batiendo corchos y viejas de r�o,
pero adem�s paseando su cerebro por la
grava h�meda de estacionamientos her-
mosos. El 4L de Mugica, el R6 de Urondo,
y otros rodados de flores, esmaltados de
plumas un minuto antes de 1519 o despu�s.
Todos los libros enfermos que yo vi, y
las risas que yo vi, y Huasi Arthur Viel;
no son lo mismo, claro. Poes�a enferma,
de d�nde vienes, sin nadie vas al decr�pito
ciclo, a los lentes de cemento del agenciero,
de hinojos hace mucho; en tu seso entraron
muchas zanahorias, y ya no es aquel juego
marital ni el cielito de la t�a. Ahora es otra
cosa. Ahora es la tortuga fugada, ahora la
poes�a enferma posa toda liebre demente;
no es una estela maya, respira entre noso-
tros como el abuelo dormido junto a la
enfermera enterradora.
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Estrella pop(1)
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����������������������� Ah, otra vez tu educaci�n siniestra.
Tu blog en el �ter. ?Eva Per�n estrella
pop?. Si Evita viviera ser�a montonera.
Para que evacue al loco doctor
regal�mosle otra k.
Todos los muertos
que lleva esa mujer, y los millones
debajo del ministerio, la renuncia,
la soledad del General, los embalsamadores,
los vampiros; todos tus muertos quisieron
guerra. Para que evacue al loco doctor
regal�mosle otra k.
Idus de marzo, tu misi�n
Casio es tapar en el �rbol al alumno,
qu� risa el bosque, que se incendie talado;
orgullos de hierro me acompa�an,
ortivas que juegan conmigo en los pasillos
de la facultad, �tomos en la madreselva.
?Evita estrella pop?, y nosotros, que olfateamos
a los imberbes dentro y fuera del bosque,
podemos, sin la derecha subiendo de los pelos
a la izquierda, aterrizar. El �ter es un buen lugar,
el �ter piensa, el �ter invade. Escribo mi blog
para que las piernas del efebo no lleguen al r�o,
escribo para que el dorado palo de las sensaciones
no manche el and�n. Evita capitana,
Evita compa�era, todos tus muertos no alteran
mi tesis: tu pelo, tu look, tu escala mundial,
s�bitamente arden de concepto y el crimen
de todo concepto es su cat�logo.
Juan Duarte calavera no chilla.
Yo s� que el ritmo de mis alumnos mulato
crecer�; como nazi, como nuncio
de la marina carreteo sobre los cabecitas;
como el �ter de mi blog. ?Evita estrella pop?, tantos
j�venes no me salen de la boca sino del orto,
y yo, alerta
como siempre, educando matarife,
como mi �ter entrando por una oreja
y saliendo plumas de gorriones bellos,
felices, analmaltrechos.
Evita estrella nos dejaste la luz,
ni vencedores ni vencidos
�dormidos!
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Trabajo con los pintores modernos
Madre, me toca trabajar con los pintores ?modernos?,
y son distintos de todo lo que pensabas. Madre, viste
el nacimiento del Pop Art en New York y estudiaste
con Stuart Davis y viste a Marilyn entrar al Actor?s
Studio. De todos modos, los tiempos cambiaron; en
el montaje de una muestra las supernovas imitan el
cielo con la punta de la lengua. Tanta t�cnica como
humus deber�a ser, aunque supina her�ldica es, junto
a las damas viejas de bombacha joven. ?Estudio de
Carlina a la orilla del Arroyo?. Madre, trabajo con los
?artistas visuales?. Qu� qued� de tu ense�anza y mi
aprendizaje; me voy poniendo viejo, el olor de los �-
leos, de los acr�licos descompuestos en tus cajas arra-
sadas. Muchos chicos delgados, casi deformes, pintan
para el ?maestro?, preparan un dialecto que les cambia
el� spleen formal de la venta final; ?�Ah, vender, ven-
der!? Hijos bobos, bromas de un DJ ontol�gico salen
de sus casas-talleres con dedos siena; la galer�a que los
representa, ambarina y er�tica nave, los despreciar�
cuando una gota de sangre inflame iti fom jom el de-
do acusador. Madre, podr�as haber trabajado para m�;
tu t�cnica, mis ideas. Buen equipo hubi�ramos sido,
madre e hijo buscando un color, lejos del mundanal
ruido, entre bambalinas de regazo, como pieles sub-
marinas. Juntos, en un taller semi escondido, la tela
un d�a, las horas obstinadas de tu pincel, nuestra com-
pa��a de ideas; lejos el matrimonio, la displicencia,
las deudas desde tu muerte. Madre, �qu� equipo! Tu
hijo cada d�a m�s gay, hubi�ramos sido dos t�as aman-
do a Reembrandt De La C�rcova, hablando s�lo de
pintura, como quisimos siempre. Pero la vida, madre,
fue otra cosa, y los apellidos de la pintura ?moderna?
fueron paridos por otras, querida m�a. Y debo decir
que la podredumbre de mis garcos ya no es pa�alera.
Dorm� un sue�o prolongado del que s�lo me despierto
escribiendo. Madre, dec�amos ayer que in�til es tras-
tabillar acostado, dir�amos hoy, como imposible e-
quipo: la muerte es el color de la pintura moderna.����������������������
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Episodios colectivos
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Un obrero cae de Notre Dame.
Ve Paris y su familia: la Edad
Media. Un sol magn�fico. Huele
a podredumbre y a ciudad� sin
qu�mica. Toda la Edad Media
y tal vez el versero Villon. Ser�a
po�tico decir que cincelaba g�r-
golas. Trabajar al nivel de la �po-
ca, una escobilla, unas herramientas;
la presi�n de los gremios. Las gran-
des piedras atra�das por el catoli-
cismo. Todos los homenajes y el
derroche de siglos, la leyenda es-
meralda de las campanas y la ocu-
paci�n nazi, quedan afuera del
que cae de Notre Dame; ni siquie-
ra Am�rica. Tal vez cuando dio
el primer trompo en el aire caye-
ron sus herramientas, m�s r�pido
que �l; si las ten�a. Mientras es-
cribo estas l�neas obreros se caen
todo el tiempo de las torres de
Caballito que ahora, por acci�n
de los vecinos, tienden a menguar.
En su mayor�a inmigrantes, no
construyen leyendas para el cielo,
aunque, en el aire, los retoma la
Edad Media en un hilo laboral
diab�lico, id�ntico a s� mismo.
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Emiliano Bustos
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�NOTA
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�(1)�Este poema fue escrito a partir de otro ??KK?, in�dito- del a�o 2000, que a su vez tambi�n dio lugar a ?Alguien recuerda mal a C�sar Vallejo?, incluido en Falada (Libros de Tierra Firme, 2001). Retoma el mismo sujeto, un tal ?K?, aunque este nada tiene que ver con el ex presidente N�stor Kirchner y todas las derivaciones que tuvo, a partir de su mandato, la letra k.�
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