Este número de el interpretador comienza en Santiago de Chile en el año 1845, cuando el pedagogo sanjuanino Faustino Valentín Sarmiento publica el libro más famoso de la literatura argentina del siglo XIX, un panfleto político escrito con estilo acabado pero lleno de inexactitudes en torno a la vida de Juan Facundo Quiroga, probablemente uno de los hombres más corajudos que ha dado el territorio, sobre quien ha creado una leyenda negra más fantasiosa que real, pues la crueldad que le asigna en el libro no era mayor, si hacemos justicia, a la de, por ejemplo, uno de sus adversarios en aquellos tiempos de guerra civil, el coronel Lamadrid, o a la de él mismo algunos años después, cuando designado Director de la Guerra contra Peñaloza, ordena a las tropas nacionales una represión feroz sobre los últimos caudillos y manda sitiar al Chacho. Sarmiento le escribe a Mitre:
“no economice sangre de gauchos, es lo único que tienen de humano."
Paunero vence Peñaloza y a éste último le cortan la cabeza y luego la clavan en la punta de un poste en la plaza de Olta, quitándole una de las orejas como trofeo para que presida por mucho tiempo las reuniones de la clase "civilizada" de San Juan.
Al conocer la noticia, Sarmiento dice:
“No sé qué pensaran de la ejecución del Chacho, yo inspirado en los hombres pacíficos y honrados he aplaudido la medida.”
La famosa crueldad de Quiroga tampoco tendría nada que envidiarle a la de Sarmiento cuando éste somete a leva forzosa a los gauchos para pelear contra los indios, esos que él llamaba “asquerosos, indios piojosos, porque así son todos. Incapaces de progreso.” El fundador de más de ochocientas escuelas decía que el exterminio del indio era “providencial y útil, sublime y grande.”
Facundo, Civilización y Barbarie es nuestro punto de partida, la naciente de estos ríos de el interpretador. Sarmiento propone, entre otras, una idea de país que, parafraseando el famoso epígrafe, efectivamente, y para nuestros males, no se ha podido matar: Argentina exportadora de materias primas, importadora de manufacturas y máquinas.
“Ese Estado se levantará, en despecho suyo, aunque sieguen sus retoños cada año, porque la grandeza del Estado está en la pampa pastosa, en las producciones tropicales del norte y en el gran sistema de ríos navegables cuya aorta es el Plata. Por otra parte, los españoles no somos ni navegantes ni industriosos, y la Europa nos proveerá, por largos siglos, de sus artefactos, en cambio de nuestras materias primeras; y ella y nosotros ganaremos en el cambio: la Europa nos pondrá el remo en la mano y nos remolcará río arriba”.
Para quien años después se convertiría en el séptimo Presidente de la Argentina, este modelo encontraba su aplicación práctica en la propia geografía. Como el gran país del Norte, Argentina también estaba bendecida por anchos, largos y navegables ríos, pero en nuestro caso de un modo particular, ya que estos desembocaban en una única cuenca importante: El Río de la Plata. De esta forma, el modelo de los ríos proponía, entonces, la consolidación de un gobierno central en una gran ciudad-puerto, Buenos Aires, que administraría las entradas y salidas de riqueza, tomando de, y luego dando a, las Provincias, mediante la navegación interna.
“De todos estos ríos que debieran llevar la civilización, el poder y la riqueza, hasta las profundidades más recónditas del continente y hacer de Santa Fe, Entre Ríos, Corrientes, Córdoba, Salta, Tucumán y Jujuy, otros tantos pueblos nadando en riqueza y rebosando población y cultura, sólo uno hay que es fecundo en beneficio para los que moran en sus riberas: el Plata, que los resume a todos juntos.”
El modelo a seguir era el norteamericano.
“En Norteamérica, las márgenes del Mississipi y de sus afluentes se han cubierto, en menos de diez años, no sólo de populosas y grandes ciudades, sino de Estados nuevos, que han entrado a formar parte de la Unión; y el Mississipi no es más aventajado que el Paraná; ni el Ohio, el Illinois o el Arkansas recorren territorios más feroces ni comarcas más extensas que las del Pilcomayo, el Bermejo, el Paraguay y tantos grandes ríos que la Providencia ha colocado entre nosotros, para marcarnos el camino que han de seguir más tarde las nuevas poblaciones que formarán la Unión Argentina”.
El propio Alberdi —según cita David Viñas—, exactamente diez años después de la publicación de Facundo, dijo:
"Para subir el Mississippi y ver lo que será el Paraná dentro de cincuenta años".
Pero evidentemente la trama de la Historia fue otra, aunque, como escribió Borges cien años después de lo dicho por el inspirador de la Constitución Nacional, en un breve relato titulado justamente “La Trama”, al destino le agradan las repeticiones, las simetrías, las variantes, así que en esta ocasión, los jóvenes interpretadores que hacemos esforzadamente esta revista, todos hijos del capitalismo que la sensibilidad ha corrompido, ya sea en sus variantes de intelectualidad crítica, ya en sus variantes de intelectualidad sentimental, tuvimos la siguiente ocurrencia: Navegar las cuencas del norte y del sur, ya no sólo como modelos políticos y económicos, sino también a través de sus representaciones literarias, cinematográficas y musicales, una navegación a corriente y contracorriente por los canales de la imaginación y que marca, ¡marca dos!, brazas de profundidad en el Mississipi y pierde velocidad hasta quedarse estancada como el paso del tiempo en la metáfora del río de aguas quietas, el Riachuelo, ese reloj roto que es una paradoja futurista del proyecto sarmientino, una escena infinitamente quieta del país, igual que una pintura de Quinquela, una a la que ya no se le pueden ver los colores, porque ha sido oscurecida por un óleo hecho de grasa, de pobreza y desidia.
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