El Maldonado
Cuando las lluvias continuas del invierno
engrosan una vez más su cauce escondido
y el empleado de la inmobiliaria que cruza
por los cuartos vacíos de una casa en venta
se apura a dar por terminada ya la visita,
temeroso de que el potencial comprador
perciba la subida del agua en el barrio,
en los remolinos de las bocas de tormenta
atascadas con tanta basura y hojas secas
se ve el ímpetu de este dios entubado, cloacal,
al que ingenieros, planificadores urbanos,
los artífices de túneles aliviadores,
se esfuerzan por borrar de nuestra memoria
sin ningún éxito. siempre cada año
el arroyo convertido de golpe
en río caudaloso sube a la superficie
de la avenida y a los pies de los peatones
deposita objetos perdidos, repugnantes:
todo lo que se cuela sin querer
por las alcantarillas o atraviesa el laberinto
de los desagües vuelve a subir hasta nosotros,
y revirtiéndose por unos pocos días
la tendencia más que centenaria del río
a perder terreno frente a la ciudad,
recaptura en un contraataque relámpago
territorios: y después, así como vino
retrocede, dejando detrás suyo nada más
en las puntas de los zapatos ya secos
un barro quebradizo que se deshace
en el aire como la amenaza intangible
de estos días de carnaval en que desfilaron
por las calles nuestros dioses olvidados.
Costanera Sur
Como un atleta que bate su propio record
una y otra vez, oscurece ya más temprano
cada día y la chica que busca algo en su bolso
se guía por el destello mínimo del celular,
porque una seguidilla de lámparas
mal sincronizadas o rotas no han acudido
a tomar la posta que la luz del sol
dejó al retirarse. con la punta de los dedos
cuenta las monedas para su colectivo
mientras mira pasar los camiones livianos,
sin container; en el parabrisas
uno de ellos luce el sticker anacrónico
que promueve la postulación de Buenos Aires
sede de los Juegos Olímpicos 2004.
Vetas relumbrantes y escurridizas como una anguila,
filones que corren bajo tierra en zigzag
sueña el minero y al despertarse aun olfatea
en el aire el tesoro deshecho con el sueño,
el seminarista eyacula dormido y el agricultor,
inquieto, divisa en el horizonte del sueño
colores que son sin duda para su cosecha
señal de ruina, patrullas municipales sigilosas anoche
fumigaron contra los mosquitos en el parque.
Mientras una ola polar se prepara hace días
para invadir la ciudad yo duermo destapado
dando vueltas en la cama, soñando con el río
turbio que corre entubado bajo mi calle.
Miguel Angel Petrecca