el interpretador

 

Corrientes providenciales: 
Funciones del río Knox en 
Empire Falls(1) de Richard Russo

por Mariano Vilar
 
 

 

“Lo que el agua quería, le explicaron los ingenieros, era correr montaña abajo por el camino más recto posible. Los meandros se formaban cuando las nobles intenciones de un río quedaban de algún modo frustradas.” (p.20)

 

Empire Falls es el nombre del pueblo imaginado por Richard Russo como escenario para su novela. Su existencia ficticia está entre dos márgenes: el río Knox (que es muy real, ubicado en el estado de New Hampshire) y la presencia de Dios (que aparece siempre en retirada). La confluencia de estos elementos, en su articulación con los destinos individuales de algunos personajes, es lo que nos interesa analizar.

Nuestro punto de partida coincide con el de la novela: Charles Beaumont Whiting, hijo único de la familia propietaria de las dos fábricas en las que trabaja la mayor parte del pueblo, construyendo su casa junto al río Knox, intentando reconciliarse con el hecho de haber relegado sus inclinaciones personales para obedecer al mandato paterno de regresar a administrar el negocio familiar.

Toda la novela está en función de temas igualmente tradicionales: relaciones familiares, ambiciones frustradas, y un discurrir de la conciencia que va alternando entre los distintos personajes, formando un entretejido de observaciones y recuerdos, con el pueblo como centro de referencia y el río como metáfora articuladora.

El río Knox: aunque su presencia -metafórica o literal- no es constante, reaparece siempre en los momentos clave. A pedido de Paul Newman, y luego de ganar el Pullitzer en el 2002, Russo aceptó hacer una versión televisiva -una miniserie de HBO, con Ed Harris, Helent Hunt, Joanne Woodward, el mismo Newman y otras celebridades, emitida en el 2005 y disponible en DVD-, donde el río ocupa un lugar quizás todavía más señalado que en el texto, aunque a costa de reducir sus sentido a enunciados un poco banales: “a veces tienes que luchar contra la corriente”, etc. De todas formas la adaptación es bastante buena, y la mayoría de los defectos que tiene son exactamente equivalentes a los del libro original.

Pero volvamos al principio: C.B. Whiting construyendo su casa en la orilla del Knox opuesta al pueblo, descubre que el margen está lleno de basura, de procedencia misteriosa. La primera explicación no se hace esperar: no es del todo fácil establecer si el hecho de que recurrentemente los personajes de la novelase pregunten por la intervención divina en sus respectivas existencias implica que, dentro de su mundo, algo como Su Presencia pueda tener lugar. Más bien nos sentimos tentados a creer en lo contrario, a ver en esa pregunta la existencia de un hábito adquirido de moralizar el mundo físico, o simplemente reponer el sentido donde la intención humana no es del todo evidente. Por eso no es raro que C.B. Whiting considere que la inexplicable sobreabundancia de basura en el emplazamiento donde está haciendo construir su casa es un castigo divino que se le ha impuesto por haberse alejado de su destino personal en respuesta al mandato familiar.

El hecho de que la explicación física que se da a continuación (según la geografía de la novela, el errático recorrido del Knox implica un desaceleramiento de la corriente a la altura del pueblo, donde se acumula toda la basura) no suprima la explicación religiosa es clave: la naturaleza en Empire Falls no tiene un espacio independiente de lo divino. Volveremos sobre esto. Y no sería aventurado suponer que hay algo tradicionalmente norteamericano en la actitud de C.B., que hace modificar el curso del río por un grupo de ingenieros (“si el cuerpo de zapadores del Ejército podía hacer que el Misissipi pasara por donde ellos querían, un riacho como el Knox bien podía ser modificado a su antojo.”(2)). Las consecuencias de este desvío básicamente ocupan las 500 páginas siguientes de la novela, que ya no seguiremos en su desarrollo lineal, y que transcurre en su mayor parte muchos años después, en plena decadencia industrial del imperio.

Hablamos antes de la centralidad del río como metáfora. Tradicionalmente, hay al menos dos aspectos que suelen explotarse en este sentido, ambos directamente relacionados con la temática general de Empire Falls: primero, como una metáfora espacial del tiempo. Y segundo, como símbolo del destino personal, con sus desvíos, sus desbordes y su desembocadura final. Ambas imágenes aparecen constantemente combinadas, e incluso se superponen, variando solamente en el alcance de su rango. Cuando Francine Whiting -esposa y luego viuda de C.B., al que conoce justamente como consecuencia del desvío del Knox- cita la frase final de El Gran Gatsby: “barcos contracorriente, impulsados sin tregua hacia el pasado”, invoca un significado personal cuyo sentido se complementa con la totalidad de la representación del pueblo. Sin abusar demasiado de la terminología, podría decirse que si la relación con el río es metafórica, la que une a los personajes con el pueblo es más bien una sinécdoque, la parte con el todo. La relación es directa, sin intermediarios: Empire Falls no es en ningún momento una comunidad de ciudadanos: es la imagen superpuesta de su prosperidad pasada y su decadencia actual:

 

“Del otro lado de las fábricas abandonadas pasaba el río que antaño les había suministrado energía, y Miles se preguntaba si aquellos viejos edificios fueran arrasados, la ciudad que había crecido a su alrededor se vería obligada a imaginar un futuro.”(3)

 

Hay cierto acuerdo entre las reviews que ha recibido la novela en que el pueblo en sí mismo es lo mejor de la creación de Russo, y sin duda la sensación que tenemos de su existencia, siempre a través de las percepciones individuales de los personajes, es uno de sus mayores méritos. Su historia es realmente simple: florecimiento a mediados de siglo, posterior cierre de las fábricas de los Whiting –hilandería y fábrica de camisas-, y luego una larga decadencia por falta de fuentes de trabajo. Y si puede leerse a Empire Falls dentro del registro de la “Gran Novela Americana” es en gran parte por su mismo título (Falls puede remitir a una caída de agua pero también a una caída en general), que expande el significado de la decadencia particular del pueblo a la totalidad de la Nación.

            La relación del río con los destinos humanos ya no pasa por su explotación material ni por su utilización como fuente de energía: solo participa del esquema productivo como un basurero (aunque la novela no intenta promover la ecología, lo que es razonable, si reconocemos la inexistencia de una cualidad autónoma de la Naturaleza en sus páginas). Su función se mantiene en el plano de la metáfora. Y la representación del control sobre el destino en tanto imagen es la única forma de “navegación” que posibilita:

 

“Desde que sus padres habían puesto en marcha su divorcio, Tick había empezado a catalogar sus diferencias y parecidos con cada uno de sus progenitores, pensando quizá que su mapa genético podría hacer más navegable su propio destino”.(4)

 

“Por instinto, tú siempre buscas el término medio, a mitad de camino entre la peligrosa pasión y la indiferencia que te destruye por dentro. Toda tu vida adulta ha sido un estudio sobre el arte de navegar, y no me importa decirte que admiro desde hace tiempo la manera en que te has marcado un rumbo”.

 

            La última cita corresponde otra vez a un parlamento de Francine Whiting,  uno de los pocos personajes que se relaciona con el río de forma completamente atea. Se burla de quienes intentan controlar las corrientes, sea las de la naturaleza (como C.B.) o las de los destinos individuales (como Grace Roby, su exacto opuesto), pero sólo porque su propia idea de control es absoluta, y no reconoce una instancia trascendente que podría darle un sentido moral:

 

“Las vidas son como los ríos, que es a donde quería ir a parar. Creemos que podemos encauzarlas cuando el destino final es sólo uno, y acabamos siendo fieles a nosotros mismos porque no hay otra alternativa”(5)

 

            Desde el lugar del poder, ya que el río no puede ser explotado industrialmente (se nos dice que los Whiting continúan vigilándolo por tradición, pero ya no es fuente de sus riquezas), queda limitado a la explotación metafórica. El uso continuo de las imágenes fluviales por parte de Francine Whiting no responde sólo a su conveniencia como símbolo para expresar la fatalidad de los destinos, sino principalmente a que ella se siente su dueña.

            ¿Pero lo es? Nos falta hablar del otro margen, el “superior”, aquel que ocupa la insistente reaparición de Dios en las explicaciones que los personajes

-salvo por Francine, y Max Roby, el otro gran ateo de Empire Falls- intentan dar a los acontecimientos.

            Si bien algunos de los personajes principales son católicos, se trata en este caso de un Dios despersonalizado, ligado en general con la intervención misteriosa e invisible de la providencia. No queremos decir con esto que Empire Falls es el escenario de una duda metafísica -sería una exageración-, pero sí de observar cómo la relación con lo divino recurrentemente se plantea en los términos de una retirada. Básicamente, todo puede interpretarse en la oposición entre su presencia y su ausencia como posibles causas profundas para el desarrollo y el deterioro de la vida de cada uno, y de Norteamérica en general. La nostalgia por lo divino (por una época en que Dios estaba en el campanario, como en la infancia de Miles) domina el temperamento del texto, pero en tanto funciona como un imaginario, mantiene la ambigüedad respecto a la posibilidad de interpretar la acción en términos que exceden la “casualidad” (imposible en un mundo que no asocia en ningún momento la naturaleza al caos) o la voluntad humana individual (cuyas limitaciones contemplamos una y otra vez en el devenir frustrado de casi todo lo que los personajes se proponen hacer).

De hecho, aunque nos ahorraremos la descripción factual de lo que sucede al final de la novela, no hay duda de que puede leerse como un deux ex machina, y que de hecho el intento por evitar esa lectura por parte de Russo -que adopta, sólo al principio y al final, la voz absoluta de un narrador dickensiano- responde al mismo esquema que parece dominar las acciones de los personajes; es decir, a la continua confusión frente a lo que puede leerse tanto como el correlato objetivo de una elección individual como una operación providencial que organiza invisiblemente la disposición arbitraria de las vidas humanas. Quizás no convenga mezclar la figura consciente y real del autor con la trama narrativa, pero el paralelismo es inevitable: si el desborde del Knox aparece ligado a un movimiento providencial que funciona claramente a un nivel omnisciente, tanto podría decirse que es la herramienta material del “Dios” sobre el que los personajes del texto especulan confusamente, como que es el mecanismo ideado por el autor para hacer de una situación estancada una situación fluida. Incluso, aunque de forma un tanto difusa, al cerrar un ciclo económico (fin del imperio Whiting como consecuencia de la inundación) y abrir uno nuevo, el río Knox puede leerse como una especie de brazo secular del progreso histórico.

            En el desarrollo de la novela, todos estos niveles se entretejen. Si bien los temas que estamos analizando son recurrentes, la sustancia perceptible de Empire Falls no es otra cosa que el desarrollo de cada uno de sus personajes en lapsos variables de tiempo (en los más importantes, estos tiempos son largos y están claramente divididos en “presente” y “flash back”; en los demás, si bien el pasado ocupa un lugar importante, no aparece mezclado con el presente en el hilo narrativo), y no en todos los casos estos destinos se asocian directamente con las fuerzas que hemos estado describiendo. Es en la siempre complicada mezcla de la familia Roby con la familia Whiting donde se concentran, y naturalmente es de allí de donde sacamos nuestros ejemplos: Miles Roby -a quién llamaríamos el protagonista, pese a ser una novela coral- y Grace Roby, católicos vinculados al problema de la expiación y la gracia. Francine Whiting, como ya vimos, en contacto estrecho con el río, sujeto -al menos en principio- a su explotación y a su maquiavelismo. Y en el medio, C.B. Whiting, el puente de contacto entre estas dos familias, así como entre estas dos creencias, ocupa el lugar protagónico en la introducción y en el epílogo.  

No es quizás imprescindible abusar de la terminología retórica; si lo hiciéramos, podríamos decir que si el río es la metáfora del tiempo y el destino, y el pueblo la sinécdoque de las vidas individuales, la intervención divina podría funcionar como una metonimia, cuyo término siempre está diferido y postergado, incluso en la inundación del Knox a la que ya nos referimos, donde el narrador comparte la postura de sus personajes en cuanto a interrogar lo divino como una manifestación encubierta de lo humano. Si la asociación entre el movimiento del Knox y la acción divina es tan natural, es porque la primera es pura presencia, y la segunda sólo significado. Así, el río Knox, en sí mismo, abre y cierra el ciclo narrativo y repone el movimiento trascendental por sobre el carácter incompleto de las decisiones individuales.

 

 

Mariano Vilar

 

NOTAS

(1)Russo, Richard. Empire Falls, Emecé, Buenos Aires, 2002.

(2)Ibid., p.20.
(3)Íbid., p.29.
(4)Ibid., p.127.
(5)Ibid., p.188.

 

 
 
el interpretador acerca del autor
 

 

               

Mariano Vilar

Nació en 1984, es estudiante de letras en la UBA, y tiene un blog:
http://identificacionesimaginarias.blogspot.com/

   
   
   
   
   
 
 
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