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"N�o me deixem s�." �
Fernando Collor de Mello
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Mi vieja, brasilera, por un tiempo era la imagen viva de todo lo tropical. Tropical�sima. Ahora no, ahora es otra cosa. Es que todos en el barrio cuando la ve�an empezaban a hablar de las playas del sur y de qu� bien la pasaban con los chicos cuando com�an de esos pastelitos con queso adentro o cuando persegu�an cangrejitos blancos por la arena. La miraban y pensaban en noches rom�nticas y ?mi marido? y ?el m�o?, en hoteles donde serv�an frutas en el desayuno y restaurantes con carne sabor aserr�n. Y risas.
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La �poca en que vivimos en Brasil era la �poca en que �ramos pobres. Mi viejo hab�a perdido el taller mec�nico y viaj�bamos para que los parientes paulistas le dieran una manito a estos cuatro pibitos hermosos.
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Pero despu�s volvimos. Volvimos triunfantes y nos mudamos a una casa muy hermosa en un barrio tan hermoso como nazi, Ciudad Jard�n, que queda en el partido de Tres de Febrero? y mi vieja de todo esto siempre dec�a lo mismo: ?grande bosta?.
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Ya no aguantaba m�s vivir en la Argentina, a pesar de que en alg�n momento estuvo tan enamorada de la patria de sus hijos, que hasta import� parientes por meses y meses para que conozcan lo que ella conoc�a.
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Grande bosta. Cuando se cans�, hablaba con las mam�s de Ciudad Jard�n (las que esperaban palabras con sabor a fruta) y les respond�a como una vela derretida, o peor, como una brasilera viviendo en los noventa.
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De nuestros compa�eritos del colegio, mi vieja dec�a que ten�an piojos, de nuestras maestras que eran unas imb�ciles, y de la gente de los quioscos y almacenes, que tambi�n eran y vend�an ?grandes bostas?.
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La otras mam�s tambi�n preguntaba siempre por la pobreza de Brasil, y por c�mo viv�amos en S�o Paulo los brasile�os, c�mo viv�an con tanta violencia y drogas en las calles, Dios m�o. Mi viejo con esto no ayudaba; siempre contaba de la vez que, caminando a la noche por las calles grises y vac�as de S�o Paulo, vio c�mo un negrito era atropellado por un auto de lujo y c�mo los paulistas aparec�an por las ventanas indign�ndose y despu�s volviendo a su vida as� como as�. �l s�, �l lo ayud� al chiquito.
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Entonces muri� Ayrton Senna. Y Ayrton Senna, adem�s de ser uma beleza de homem, adem�s de ser brasilero y sacar una banderita de Brasil cada vez que ganaba, era del mismo barrio que mi vieja, de Santana, donde ten�a un edificio de quince pisos y una fundaci�n para ayudar a brasileritos pobres, como Xuxa y otros de la tele.
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El desgraciado se hab�a pasado a Williams en el mismo mes en que me hab�an comprado una bicicleta con los colores de esa gran m�quina. Gran bicicleta? con mis amigos pas�bamos tardes eternas y jug�bamos a que eran autos -dos de los cuatro pibes eran hijos de mec�nicos. Estaban los mejores: Ferrari, Bennetton, Mc Laren y Williams.
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El primero de mayo de 1994, corr� con mis amiguitos una carrera mortal en c�rculos y c�rculos, hasta que perd� el equilibrio y me hice concha la cabeza contra un cord�n.
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Tuvimos que pasar toda la tarde en el hospital Posadas. El m�dico le dijo a mi vieja que como el golpe era muy fuerte, no pod�a dormir en toda la noche o algo as�.
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En eso est�bamos desvel�ndonos los dos y tomando caf� cuando por el noticiero pasaron las im�genes de Michael Schumacher amagando a Ayrton, al dulce h�roe, y dej�ndolo para atr�s y para siempre.
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Grande bosta. Mi vieja llor� much�simo, llor� el triple de lo que lloraron las muchachas de mi colegio cuando muri� Rodrigo, el Potro.
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Por esos mismos meses -y por tanto cari�o derrapando en mi casa- la familia se parti� al medio. Yo volv� a la Argentina tres a�os y medio despu�s.
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Rodrigo Arreyes
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