el interpretador ensayos/art�culos

Aguas prohibidas: el para�so perdido y las luchas federales en torno a la libre navegaci�n de los r�os. Una lectura de Paniagua de Mart�n Rodr�guez

por Mar�a Laura Romano

Paniagua (Gog y Magog, 2005), �ltimo libro del poeta argentino Mart�n Rodr�guez (MR),� aborda como uno de sus temas fundamentales el problema de los or�genes. Esta cuesti�n no s�lo se relaciona con la insistente imagen del para�so pre- natal que surca �ste y otros libros del mencionado poeta y que, en t�rminos psicoanal�ticos, podr�amos categorizar como el tiempo m�tico anterior al apresamiento del sujeto en la cadena significante. Leyendo Paniagua privilegiadamente desde una perspectiva psicoanal�tica, lo reducir�amos a un persistente comentario del desamparo freudiano (2). Pero lo que sucede en este texto es bastante m�s interesante porque las im�genes de las que �l se alimenta no tienen un sentido un�voco y en el entramado final se lee algo as� como una superposici�n de historia y mito. En este trabajo me propongo analizar la modalidad de relaci�n de esas dos dimensiones temporales a partir de una imagen clave de la po�tica de MR, a saber, la imagen del agua. Los sentidos que esa imagen convoca y los rasgos hist�ricos espec�ficos que va adquiriendo a lo largo del poemario, me permitir�n dar cuenta de las historias de origen que en Paniagua se reponen. Seg�n mi hip�tesis de lectura, estos relatos no tratan s�lo de los or�genes m�ticos de la vida, sino que tambi�n �intentan reponer un origen hist�rico: el ?antes? de Estado argentino, es decir, las condiciones indispensables para su fundaci�n.

  1. El agua como imagen m�tica

Se trata de hablar de aquello �que a �uno lo toca m�s de cerca con el mayor cuidado posible. Es eso: la poes�a es una combinaci�n de palabras, pero tambi�n intimidad sometida a una clase de circulaci�n p�blica (?).

Santiago Llach en ?Algunas ideas en torno a Lampi�o? (2004).

����������� Una de las im�genes m�s omnipresentes de la po�tica de MR es el agua (3). En el caso puntual de Paniagua, en cuyo mismo t�tulo est� presente este elemento convertido en el nombre de su personaje principal, esta imagen constituye una pieza clave del texto. As�, en el primer poema, aparece delineando su pertenencia� a una m�tica ?anterioridad? paradis�aca:

Antes que la leche est� el agua?/ Antes que la sangre est� el agua. / El vino, la sangre y la leche salen de unas tetas negras. /El para�so est� antes.

El l�quido transparente (4) se opone, entonces, �a los l�quidos opacos como la leche, la sangre y el vino (5). Mientras el primero pertenece al mundo� pre- natal (incluso podr�a pensarse que refiere al l�quido amni�tico en el que vive el beb� dentro del vientre materno), los segundos se corresponden al mundo del post- nacimiento, esto es, a la posterioridad hist�rica.

Pero el agua, adem�s de constituir el elemento en el que se sostiene el mundo de la pre- natalidad, tambi�n transporta al beb� directamente al agujero quemante de la tierra. M�s a�n, la insistencia del texto en la imagen del fluir de la cuna en el r�o puede ser le�da de dos maneras simult�neas y opuestas: por un lado, los beb�s antes de nacer est�n felizmente a la deriva, es decir, est�n perdidos en tanto habitan un mundo libre de la subordinaci�n a referencias tales como el nombre, las relaciones de sangre que �ste supone y el sexo. Pero, por otro lado, la ?perdici�n?, en su sentido figurado, pesa de antemano sobre ellos como una condena inevitable en tanto el agua es, a la vez que el elemento del para�so, el medio que los conduce �al nacimiento, al ?fuego? de la tierra cuya caracter�stica quemante nos remite a la imaginer�a judeo- cristiana del infierno; de ah� que tambi�n pueda hablarse del nacimiento como acontecimiento maldito en el que� la vida y la muerte se mezclan (6):

Pasa, en su cuna, flotando, hacia el incendio de su casa. / La casa es el r�o, el incendio tambi�n. El agua yendo hacia el fuego. / El fuego en el agua.

En relaci�n a lo anterior, en este poema podr�amos leer lo que Dami�n Selci considera en su texto sobre la poes�a de MR la ?clara tendencia a la homogeneizaci�n? de la escritura de Paniagua, operaci�n por la cual los elementos opuestos terminan mezcl�ndose. Pero del enunciado de Selci deber�a enfatizarse la palabra ?tendencia? porque, justamente, lo fundamental de este texto es que los opuestos, a pesar de llevar en s� una tendencia a la homogeneizaci�n, nunca logran desaparecer el uno en el otro en forma acabada, es decir, siempre hay �un resto indisoluble que les es mutuamente irreductible (7). �

Paniagua est� escandido por citas del libro Dichos, creencias y costumbres del Litoral, cada una de las cuales �inaugura las diferentes series de poemas que lo conforman. En la tercera de las citas se da cuenta de una peculiaridad de los ni�os correntinos que refiere a una ambivalencia estructural de la existencia humana y que se relaciona, justamente, con la irreductibilidad entre opuestos. En ella, el narrador de Dichos? afirma que, dada la gran cantidad de lagunas que hay en Corrientes, ?la mayor�a de los ni�os son verdaderos anfibios dentro del elemento y, como consecuencia, se animan hasta a jinetear un yacar�?. A pesar de que el relato parece primero querer dar cuenta de una correspondencia feliz entre los ni�os y su acuoso medio ambiente, resulta finalmente desilusionante, puesto que la intimidad con el agua determina nada menos que la condici�n de ?anfibios? de los ni�os, es decir, una existencia semiterrestre que se desarrolla entre dos espacios opuestos, esto es, la tierra y el agua. Podr�a pensarse, por tanto, que la condici�n anfibol�gica que se relata en Paniagua es marca, otra vez, de la p�rdida de un para�so anterior, es decir,� de la p�rdida de la correspondencia absoluta con el h�bitat l�quido que constitu�a el vientre materno o, en t�rminos psicoanal�ticos, a trav�s de la anfibolog�a de los ni�os podr�a estar haci�ndose referencia a la no complementariedad entre sujeto y objeto (8). As� como los verdaderos anfibios sufren una radical metamorfosis cuando su respiraci�n branquial, caracter�stica de su estado larvario, muta a una pulmonar, otro tanto sucede con el cachorro humano: a partir de su nacimiento se instaura para el beb� un abismo entre su �incipiente subjetividad y el mundo objetivo o, en t�rminos freudianos, entre el umwelt y el innenwelt que provoca lo que los psicoanalistas llaman la subversi�n de la adaptaci�n al medio. Y esto porque, dado el desamparo inicial del ni�o, se produce una hiancia entre la satisfacci�n de la necesidad biol�gica y la realizaci�n del deseo humano, la cual se logra a partir de la alucinaci�n de lo que Freud llama en ?Proyecto para una psicolog�a de neur�logos? la m�tica primera vivencia de satisfacci�n (9). As�, el sujeto humano est� encabalgado entre dos realidades distintas: entre la necesidad� biol�gica, por un lado,� y el cumplimiento del deseo, por el otro, que muchas veces contrar�a la satisfacci�n de la necesidad. En palabras m�s cercanas al imaginario del texto, podr�amos decir que el sujeto aparece partido entre la nostalgia por lo perdido y la ficci�n desiderativa que intenta reponer esa falta (la poes�a misma de Paniagua) y el mundo actual de la p�rdida, de la insatisfacci�n de la necesidad.

Hay dos poemas de Paniagua donde se figura magistralmente ese momento inaugural de metamorfosis, de corte radical con una m�tica instancia primera, momento ?terror�fico? a trav�s del cual el poeta� hace corresponder toda la p�rdida con el corte que da origen a la vida (10) y en cuyo hueco, se inscribe, nada menos, que la posibilidad del nombre, esto es, la organizaci�n simb�lica (11):

En la ilaci�n del canto de los grillos y las flores/ el hilo se cortar�/ y el �nimo dar� su fruto: un terror/ en la mente/ empezar� a nombrar/ lo que hasta ahora era humo. / En el primer d�a del mundo (el subrayado es m�o).

Es hora de la separaci�n de la carne y el alma. / Es la �ltima cara del para�so. / El alma sube al agua. / La carne al toro.

M�s all� de los nombres que puedan pon�rsele a esos momentos de corte que traman Paniagua (agua/ fuego, para�so/ tierra, sujeto/ objeto, necesidad/ deseo), lo importante es se�alar que a trav�s de su escritura el yo po�tico parece querer experimentar con la ?barra? de la separaci�n que mantiene la tensi�n entre opuestos. M�s a�n, creo que en esta experiencia anida el n�cleo del padecimiento que se relata en el texto. La particularidad de Paniagua es que se trata de un padecimiento del cual el mismo poema es testigo a la vez que carne. Y esto porque, si se refiere un desfasaje estructural entre elementos contrarios, la escritura po�tica hace carne de ese desfasaje y se convierte en� una escritura estructuralmente desencontrada. Citando un verso de ?Poema?, poes�a perteneciente a Maternidad Sard� (Vox, 2005), podr�amos decir que la ?mec�nica del poema? copia a ?la mec�nica del parto?, puesto que mientras en el �ltimo se constituye el punto cero del exilio y de la nostalgia por lo perdido, la escritura po�tica no hace otra cosa que relatar ese desencuentro volvi�ndolo un momento de su propia materialidad. Para el caso de la imagen- agua, en principio podemos decir que el desencuentro se sostiene en una valencia entre ben�fica y maldita: el agua es el elemento del para�so pre- natal, pero a su vez, su condici�n de fluido la hace funcionar como una especie de trampol�n que empuja hacia el mundo humano.

Esta bivalencia del agua la convierte en la materia clave de inscripci�n de la trama diversificada del texto. Si en Paniagua los sentidos se diversifican entre lo hist�rico y lo m�tico el agua presta su materialidad para esta diversificaci�n. Para dar cuenta m�s detalladamente de esto, hay que reponer todos los intentos de restablecer el tiempo anterior al nacimiento que atraviesan los versos del poemario o, en palabras freudianas, la deriva desiderativa del texto que encuentra en el agua su imagen central. De esta manera, se constituye un persistente e irresoluble desaf�o para el yo po�tico: dar actualidad a eso m�tico que s�lo podemos captar retroactivamente, volverlo actual a trav�s de la materialidad del lenguaje, hacer del para�so una instancia hist�rica de la vida del sujeto. Paniagua est� plagado de escenas que imaginarizan ese tiempo anterior:

Despertar al ni�o dormido con el golpe del viento en las ventanas. Pero esa casa/ no tiene ventanas. Es una casa en el agua. Una cuna perdida en el fluir de la piel/ transparente (�se le ven los �rganos!). Y no lo ti�� la leche todav�a. Ni se refleja/ la luna en su cara. Ni tiene cara. Apenas un c�rculo l�quido.

Qu� madre. No todo es pez�n, hoguera?/ Los huevos tambi�n tienen su jard�n. Sin el burdo/ semblante (permanente) de lo sexual, de lo que tiene que ser/ atravesado por el rayo de cobre de la leche s�lida.

� Pero todo esto se hace utilizando un arma de doble filo: inevitable saber que la lengua que usa el poeta es la misma que nos condena a la p�rdida, a la temporalidad retroactiva y a su consecuente lastre nost�lgico. Y esto porque en el orden simb�lico se instituye, precisamente, el punto cero- la marca m�s flagrante- de corte con la pre- natalidad.

Lejos de encerrarse en un est�ril lamento nost�lgico, Paniagua extrae de esta negatividad estructural de la escritura varias de sus prerrogativas: si el precio del restablecimiento del para�so es la historizaci�n, paga como ning�n otro ese precio en tanto historiza literalmente el para�so, es decir, en tanto lo convierte en sede de acontecimientos clave de la historia argentina. �As�, en este poemario ?el agua? no escapa a lo que en Maternidad Sard� el poeta llama ?el estigma de lo nombrado?, es decir, el agua como imagen adquiere contornos geogr�ficos espec�ficos, puesto que es tambi�n r�o y, m�s precisamente, el r�o Paran�, el Paranacito (la parte sur del Paran�, es decir, la zona m�s cercana a la desembocadura en el R�o de la Plata) y tambi�n el r�o Paraguay. Seg�n mi hip�tesis de lectura, a trav�s de la territorialidad espec�fica que el agua adquiere en el texto se ilumina una parte de nuestra historia: el ?antes? del Estado argentino, las luchas civiles gracias a las cuales (o a pesar de las cuales) aquel se pudo fundar en beneficio de los intereses portuario- ganaderos de Buenos Aires y que, seg�n la lectura hist�rica que parece proponer Paniagua, tuvieron como territorio de guerra, como causa y como bot�n fundamental, los r�os que desembocaban en el Plata y en su conflictivo puerto �nico.

2- El agua como imagen hist�rica.

A m� se me hace cuento que empez� Buenos Aires:

La juzgo tan eterna como el agua y como el aire.

Jorge Luis Borges, ?La fundaci�n m�tica de Buenos Aires? (1929).

����������� En Paniagua hay dos zonas privilegiadas: el Litoral argentino y el Paraguay. Tanto para una como para otra los r�os constituyen un elemento fundamental de desarrollo econ�mico. Si pensamos en el Litoral de nuestro pa�s y en su condici�n de estar, como el nombre de una de sus provincias lo indica, literalmente ?entre r�os?, se hace evidente que la productividad de la econom�a de esta regi�n dependi� siempre de la libre navegaci�n de los r�os interiores que la surcan y que desembocan en el Plata y del acceso al puerto internacional de Buenos Aires.

Y as�, por el camino de las aguas, llegamos a un punto �lgido de la organizaci�n nacional de nuestro pa�s: como afirma Puiggros en su libro Historia econ�mica del R�o de la Plata, el problema que las provincias colocaban en primer t�rmino y cuya soluci�n consideraban previa a la organizaci�n constitucional de la Rep�blica �era, justamente, el problema del puerto �nico (12). El usufructo de �ste exclusivamente por parte de la provincia de Buenos Aires no s�lo imped�a la nacionalizaci�n de las rentas aduaneras, sino que tambi�n, muchas veces, supon�a un gravamen para los productos que desde el interior se quer�an colocar a trav�s de dicho puerto en el mercado externo. Desde una perspectiva hist�rica, entonces, los afluentes del Plata se convierten en causa y sede del per�odo m�s cruento de la historia argentina, es decir, del per�odo de las luchas civiles que acompa�aron los intentos de organizaci�n nacional y durante el cual Buenos Aires, que gozaba de una posici�n hegem�nica debido a su acceso al Atl�ntico, se enfrent� con el resto de las provincias argentinas. Hay una imagen en Paniagua que figura como ninguna otra el valor hist�rico del agua:

La pol�tica del vino y el agua choc�ndose en sus vasos./ Ley seca pero adentro todo mojado. Adentro el vino toro y el agua corriente/ siguen su lucha/ de civilizaci�n y barbarie.

En el poema citado el agua se transforma en el lugar privilegiado de la contienda entre ?civilizados? y ?b�rbaros?, t�rminos de larga historia y tradici�n en nuestro pa�s, ��cuya oposici�n, desde una perspectiva sarmientina, puede estar queriendo reponer la lucha entre los caudillos federales del interior y los ?civilizados? liberales de Buenos Aires. La pol�tica restrictiva de estos �ltimos en relaci�n a la navegaci�n de los r�os los enfrentaba con el resto del pa�s, puesto que en tal pol�tica, precisamente, se jugaba la hegemon�a de la provincia porte�a sobre las otras.

A instancias de esta lucha, entonces, el agua pierde su transparencia, caracter�stica que, seg�n el imaginario de Paniagua, la asociaba con el para�so. As�, el agua se mezcla con el vino, l�quido opaco que, como la sangre y la leche, habitan el mundo hist�rico. Si el choque del vino y el agua que estos versos figuran se sostiene en una pol�tica de la mezcla que refiere a las pol�ticas prohibitivas de navegaci�n de los r�os y a las guerras que �stas provocaron, su menci�n tambi�n puede leerse en clave autorreferencial: se trata nada menos que de la pol�tica misma que vehiculiza la escritura de Paniagua, la cual, como vengo sosteniendo desde el principio, apuesta por la articulaci�n de las dimensiones hist�rica y m�tica.

����������� En cuanto al Paraguay, desde la declaraci�n de su independencia, corr�a la misma suerte que el Litoral argentino: dada su posici�n mediterr�nea, esta regi�n necesitaba m�s que ninguna otra participar libremente del tr�fico de los r�os y puertos abiertos al comercio exterior. Pero, al no poder alcanzar estos objetivos sin poner en jaque su independencia respecto de los estados o provincias que s� ten�an jurisdicci�n sobre los r�os que conduc�an al oc�ano, rompi� sus lazos con el mundo y se dedic� a desarrollar una econom�a autosuficiente agr�cola, artesanal y pastoril (13).

De esta manera, la mediterraneidad del Paraguay aunaba su destino con el Litoral y el resto de las provincias argentinas que tampoco ten�an libre salida al mar.� Esta situaci�n hac�a de ese pa�s un candidato excepcional para la alianza con la causa federal argentina. En este sentido, la Guerra de la Triple Alianza� (1864- 1870), a la que Paniagua� hace m�ltiples referencias, condensa con sus infortunados resultados el desenlace de a�os de lucha federal argentina: la alianza frustrada entre el interior argentino y el Paraguay a causa de la ?traici�n? Urquiza cuyos intereses con la banca internacional determinaron su traspaso a la causa de la ?naci�n? (14), �la derrota final, a manos de las fuerzas mitristas, del federalismo del interior tras numerosas sublevaciones (15), la consecuente imposici�n en toda la Rep�blica Argentina de un r�gimen liberal porte�o- portuario y, sobre todo, la destrucci�n del Paraguay y del proyecto de naci�n� independiente respecto de las grandes metr�polis que en ese pa�s se perfilaba.

����������� Volviendo con m�s precisi�n a Paniagua, si leemos detenidamente las referencias hist�ricas del texto, enseguida nos encontramos con la otra cara de las mismas, es decir, con un sentido que se contin�a con la dimensi�n m�tica. Porque, si bien tanto el Litoral como el Paraguay y los r�os que los surcan constituyen en el texto mojones privilegiados para la lectura en clave hist�rica, tambi�n aparecen como espacios m�ticos, imbuidos en un mundo legendario: el Litoral desde los ep�grafes mismos que escanden el texto y que recogen las supersticiones de esa regi�n; el Paraguay porque se lo representa como lugar de leyenda: ?Me voy al Paraguay, dice paniagua./ Casi, casi, no hay hombres ah�, dice la leyenda?. En cuanto a este �ltimo pa�s las cosas van m�s lejos en la medida en que se le otorgan rasgos de recogimiento propios del para�so pre- natal: ?Es el espacio interior de preservaci�n. Asunci�n: ciudad blanca?, escribe el poeta en uno de los primeros poemas. �C�mo leer, entonces, esta doble valencia de los espacios intervinientes, esto es, de los r�os y de los territorios que estos demarcan? �La historia siempre termina desdibujada por el mito? En relaci�n a esto, en Paniagua parece operar una ret�rica que hiperboliza el hecho hist�rico hasta el punto de volverlo m�tico: por un lado, el Paraguay, sede de una de las guerras m�s nefastas del siglo XIX en cuanto a sus consecuencias demogr�ficas, se vuelve tierra legendaria en la que casi no hay hombres y en la que, entonces, la cantidad de nacimientos tuvo, por fuerza, que reducirse; de ah� que se hable de Asunci�n como ?espacio interior de preservaci�n?; por el otro lado, la prohibici�n� de la navegaci�n de los r�os, que condenaba a las provincias litorales y al Paraguay a la miseria m�s absoluta, es tramitada por el imaginario de Paniagua como la ?p�rdida del para�so?, como la maldita inauguraci�n del mundo del desamparo y de la necesidad (16):

����������� Los ni�os tienen sed. / Los ni�os siguen al renacuajo fam�lico/ por un camino, por una canilla, por un desierto, / siguen la gota de agua. / El sol de polvo de tiza escupe su fogonazo. / Los ni�os tienen hambre. / Un hambre sin costillas. Un hambre de pura expansi�n. / Un hambre que se escribe con tiza en el vestuario, / con una cruz de tiza blanca/ en la pared blanca.

En estos �ltimos versos, entonces, lo hist�rico deviene m�tico y viceversa: la sed y el hambre refieren tanto a una circunstancia hist�rica- la pobreza a la que se condenaba al Litoral y al Paraguay- como a una p�rdida m�tica e imposible de saldar. As� llegamos a la imposibilidad de decidir por el sentido �ltimo de las im�genes del texto: en Paniagua la imagen del agua procede, casi como copiando el fluir mismo del l�quido que representa, a una especie de exenci�n del sentido (17), es decir, permite el reenv�o continuo de la historia al mito del para�so perdido, lo que clausura la posibilidad de determinar su valor �ltimo.

Por el camino de las aguas?: desmitificaci�n e imaginario contra- f�ctico.

De cara al pr�ximo libro de MR, que por lo que se sabe va a llamarse Paraguay, la Triple Alianza, tan cara al imaginario de Paniagua, �parece tomar cierto relieve que excede los l�mites de un poemario para entramarse con un proyecto de escritura que podemos suponer m�s vasto. En el caso del texto analizado,� la Guerra del Paraguay se convierte en una instancia clave de definici�n hist�rica, es decir, ocupa el lugar de acontecimiento originario. La derrota final de los levantamientos federales que tuvieron lugar en el transcurso de la misma (1866- 1867) constituye, precisamente, uno de los hitos fundacionales del Estado argentino que, ya a fines del siglo XIX, pudo fortalecerse sin resistencia bajo el liderazgo econ�mico e intelectual del puerto de Buenos Aires. Por tanto, la gran jugada estrat�gica del gobierno mitrista y su verdadero triunfo en esta guerra redund� siempre en cuestiones internas que, una vez dirimidas, permitieron la imposici�n en toda la rep�blica del liberalismo porte�o- portuario.

Pero m�s all� de toda referencia hist�rica, se podr�a pensar que el vaiv�n entre lo hist�rico y lo m�tico que hace posible la escritura de Paniagua corre con el riesgo del anquilosamiento en una mitolog�a de la historia que eternice ciertas condiciones. Sin embargo en este texto de MRtodo relato m�tico parece �fundarse� en el advenimiento de una realidad nueva. Como dice Mircea Eliade: ?Todo mito de origen narra o justifica una ?situaci�n nueva?- nueva en el sentido de que no estaba desde el principio del mundo-. Los mitos de origen prolongan y completan el mito cosmog�nico: cuentan c�mo el mundo ha sido modificado, enriquecido o empobrecido (18)?. En este sentido, casi como contestando el afamado poema borgeano que afirma la fundaci�n ?m�tica? de Buenos Aires, Paniagua apuesta por la genealog�a del Estado nacional para mostrar que �ste no existi� ?desde siempre? y que su existencia est� hist�ricamente fundada en cierto intereses para cuya imposici�n tuvieron lugar largas luchas. Entonces, hay que decir que una operaci�n semejante, al reponer las condiciones de la fundaci�n de tal formaci�n social, permite historizarla y, por lo tanto, hace de ella un lugar abierto a la praxis pol�tica.

Por otro lado, la mitologizaci�n del Litoral y del Paraguay- Asunci�n, como ?espacio interior de preservaci�n?- permite cifrar en esas regiones la p�rdida de algo que nunca se tuvo, de un proyecto de pa�s o de un proyecto regional que finalmente qued� trunco. De esta manera, ambos territorios podr�an querer simbolizar la otra opci�n ante el liberalismo porte�o, esto es, el liberalismo del Litoral. En esta instancia, entramos en un r�gimen de preguntas contra-� f�cticas que, si por un lado nos reenv�an a una realidad m�tica que nunca existi�, por el otro nos permiten historizar las condiciones reales. Para terminar voy a citar una serie de interrogaciones que se formula la historiadora Chianelli en su libro El gobierno del puerto:

�C�mo hubiera resultado el pa�s de haber triunfado Urquiza en Pav�n? �Hubiera podido el liberalismo del Litoral- la otra opci�n- integrar equilibradamente al pa�s, y resistir las pautas econ�micas impuestas por las naciones que dirig�an la pol�tica mundial? (19).

Aunque estas preguntas no encuentren respuesta en el discurso hist�rico, lo cierto es que para el imaginario po�tico del que se alimenta Paniagua esa regi�n y, sobre todo, el Paraguay parecen constituir un lugar de resistencia y ?proteccionismo? respecto del liberalismo portuario que ostentaba la dirigencia mitrista y que, finalmente, termin� por triunfar.

Mar�a Laura Romano

Notas

(1)Este texto fue le�do en el 3� Encuentro de Estudiantes de Letras que tuvo lugar en la Universidad Nacional de Cuyo en octubre de 2007. Lo m�s novedoso de esta tercera versi�n del congreso fue que por primera vez� se realizaba en el interior del pa�s, afuera de la Universidad de Buenos Aires. Tal circunstancia de federalizaci�n no fue ajena a la producci�n del presente trabajo; por el contrario, en �l intento reflexionar sobre cuestiones que ata�en a la organizaci�n nacional de la Rep�blica Argentina, entre las que se destaca la ?causa federal?.

(2)Este concepto ser� explicado y desarrollado en lo que sigue.

(3)Para otro an�lisis de la imagen del agua en la poes�a de MR v�ase Llach, Santiago, ?Algunas ideas en torno a Lampi�o? en Rodr�guez, Mart�n, Lampi�o, Bs. As., Siesta, 2004 y Selci, Dami�n, ?Mart�n Rodr�guez, o por qu� mantener a la familia? en �xito n� 10, 2006, www.hacemellegar.com.ar/n10/.

(4)El agua no siempre fue transparente en la poes�a de MR. Para convencernos de esto no hay m�s que leer el nombre de su primer libro de poemas, titulado Agua negra (Siesta, 1998). El agua, en este caso, no reenv�a a ning�n para�so, ni mundano ni pre- natal, sino que, por el contrario, permanece turbia y casi como estancada, asociada a repetidas ?guerras familiares? al decir de Lampi�o. Pero en la po�tica de MR el sentido de la imagen del agua parece desplazarse. As�, seg�n la hip�tesis que desarrollar� en lo siguiente, Paniagua supone una inflexi�n fundamental, puesto que en dicho texto esta imagen se historiza a la par que las guerras a ella asociadas devienen ?estatales?.�

(5)Esta oposici�n tambi�n aparece en Maternidad Sard�, libro anterior de MR: ?el universo/ en orden, de un lado el amor, / m�s all� el trigo, / del otro lado la madre, las cruces y el agua, / pero tron� la sangre/ que rodea su nacimiento (?)/ separando alma y carne? (el subrayado es m�o).

(6)Este signo parad�jico que rodea el nacimiento est� m�s claramente presente en Maternidad Sard�, texto en el que los partos abundan hasta volverse insoportables para el yo po�tico: ?No se puede, / no se puede dormir en un barrio con una maternidad (?). / Un barrio desnudo/ con la seducci�n/ de los beb�s que se arrastran/ como babas/ de un parto/ monstruoso/ felino/ helado?/ y que tiene la muerte en la garganta?.

(7)Me refiero al texto de Selci citado en la nota 3 en el que se sostiene tambi�n que Paniagua ?no ofrece contrapuntos ni tensiones?.� En este punto disiento con esta lectura, puesto que, como desarrollar� en lo siguiente, no es sino gracias a sus tensiones que el poemario puede fundar su escritura entre dos sentidos: el hist�rico y el m�tico.

(8)Para un an�lisis de lo que en psicoan�lisis se categoriza como falta de complementariedad entre sujeto y objeto, v�ase Rabinovich, Diana, ?El deseo freudiano y su objeto? en El concepto de objeto en la teor�a psicoanal�tica. Sus incidencias en la direcci�n de la cura I. Bs. As., Manantial, 1988.

(9)Freud, Sigmund. ?Proyecto para una psicolog�a de neur�logos? en Obras completas, v. I. Bs. As., Amorrortu, 1991, pp. 355- 357.

(10)Esta idea que hace del corte el origen de la vida se repite de Maternidad Sard�: ?En el pa�al hay un pu�al. / Para hacer el corte. / Toda enfermera es asesina (?)?, p. 17.

(11)El corte que se produce para todo sujeto al momento de nacer deriva en el desamparo al que �ste est� condenado por la prematuraci�n caracter�stica del beb� humano. Esta situaci�n de indefensi�n, que para el imaginario de Paniagua equivaldr�a a la p�rdida del para�so, dura toda la vida seg�n la interpretaci�n lacaniana: ?Y si la anank� som�tica de la impotencia del hombre para moverse, a fortiori para valerse, alg�n tiempo despu�s de su nacimiento, le asegura su suelo a una psicolog�a de la dependencia, �c�mo eludir� el hecho de que esa dependencia se mantiene por un universo del lenguaje, justamente en el hecho de que por �l y a trav�s de �l, las necesidades se han diversificado y desmultiplicado hasta el punto de que su alcance aparece como de un orden totalmente diferente, seg�n se la refiera al sujeto o a la pol�tica? Para decirlo todo: hasta el punto de que esas necesidades han pasado al registro del deseo (?)? (Lacan, Jacques, ?Subversi�n del sujeto y dial�ctica del deseo en el inconsciente freudiano? en Escritos II. Bs. As., Siglo XXI, 1985). As�, el mundo como desamparo, esa visi�n pesimista de la vida humana de la que en Paniagua casi se hace bandera,� se inaugura por y a trav�s del lenguaje. Ac� encuentra otra interpretaci�n la manutenci�n de la familia que opera la po�tica de MR� y que constituye el vector central de la lectura ya citada de Selci. En un registro psicoanal�tico se tratar�a de la manutenci�n del Otro primordial, pero tambi�n de la de los otros del transitivismo de los que depende el sujeto humano debido a su desamparo inicial (en un poema de Maternidad Sard� se habla, incluso, de ?la ro�a de esa subordinaci�n?). Queda para otra lectura el an�lisis de las consecuencias pol�ticas de esto, consecuencias que el mismo Freud se encarga de resaltar cuando afirma en Proyecto? que ?el inicial desvalimiento humano es la fuente primordial de todos los motivos morales? (el subrayado es m�o).

(12)V�ase Puiggros, Rodolfo, Historia econ�mica del R�o de la Plata, Bs. As., A. Pe�a Lillo, 1973, p. 139. Seg�n este autor, la causa federal fue planteada por primera vez por Paraguay. Podr�a pensarse justamente que este planteamiento constituy� una reacci�n necesaria de dicho pa�s debido, justamente, a su ubicaci�n mediterr�nea que lo colocaba en desigualdad de condiciones respecto de Buenos Aires. Desde esta perspectiva, la cuesti�n de la libre navegaci�n de los r�os devendr�a en una de las causas prioritarias de la ideolog�a federal.

(13)Ibid, p. 109.

(14)Para un an�lisis de la posici�n de Urquiza frente a la Guerra de la Triple Alianza y de la� malograda ?Conjuraci�n del Litoral?, Chianelli, Trinidad, El gobierno del puerto (1862- 1868), Bs. As., La Bastilla, 1975, pp. 187- 212.

(15)Se trata de las dispersiones de las tropas entrerrianas en Basualdo y Toledo que tuvieron lugar en 1865. A esto se suma, para fines de 1866, la sublevaci�n de nueve provincias entre las que se cuentan las de Cuyo y� La Rioja. Del interior de esta rebeli�n surge la proclama del caudillo catamarque�o Felipe Varela fechada el 10 de diciembre de 1866 que defiende a ultranza la forma federal de organizaci�n y ataca la pol�tica centralista llevada a cabo por la dirigencia porte�a: ?Compatriotas, desde que aqu�l (Mitre) usurp� el gobierno de la Naci�n, el monopolio de los tesoros p�blicos y la absorci�n de las rentas provinciales vinieron a ser el patrimonio de los porte�os, condenando al provinciano a cederles hasta el pan que reservara para sus hijos. Ser porte�o es ser ciudadano exclusivista; y ser provinciano es ser mendigo sin Patria, sin libertad, sin derechos. Esta es la pol�tica del gobierno de Mitre? (citado en Sonego, V�ctor. Las dos Argentinas. Pistas para una lectura cr�tica de nuestra historia, v. I. Bs. As., Don Bosco, 1985, p. 110).

(16)En relaci�n a esto �ltimo, las palabras del presidente paraguayo Carlos Antonio L�pez (1844- 1862) respecto de la pol�tica prohibitiva de navegaci�n de los r�os instaurada por el gobernador porte�o Juan Manuel de Rosas dan una idea de las consecuencias catastr�ficas de tal pol�tica: ?La clausura de los r�os- escrib�a L�pez en 1845 en El paraguayo independiente- representa una medida de exterminio y muerte contra las aguas del Paran� y contra los elementos de industria, civilizaci�n y riqueza de los pueblos? (cita extra�da del texto ya citado de Puiggros, p. 228).

(17)Barthes, Roland, ?La muerte del autor? en El susurro del lenguaje. Bs. As., Paid�s, 1987, p. 70.

(18)Eliade, Mircea. ?Prestigio m�gico de los ?or�genes?? en Aspectos del mito. Bs. As., Paid�s, 2000, p. 29.

(19)Chianelli, op. cit. supra, nota 14, p. 262.

el interpretador acerca del autor

Mar�a Laura Romano

Naci� un laborioso�1� de mayo de 1981 en�la ciudad de Lomas de Zamora. Al poco tiempo emigr� a Capital, donde pas� un corto per�odo de su infancia. Ya devuelta al Gran Buenos Aires, curs� sus estudios secundarios en un colegio de Quilmes, donde reside hasta hoy. Egres� en 2006 de la carrera de Letras de la UBA. Form� parte del equipo�redactor de la recientemente desaparecida Zona Churrinche.�Actualmente�da clases de espa�ol a extranjeros, corrige textos, da talleres de escritura y�contin�a estudiando.

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Margen inferior: Antonio Berni, Chacareros (detalle).