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Maxi, el Gato, Nacho y yo descans�bamos en el piso de la terminal. Esper�bamos el bondi de Plaza que tra�a al rezagado Toti de Buenos Aires a Villa Gesell, en las primeras vacaciones que hac�amos solos. Hab�amos preparado un heavy metal y toc�bamos la viola. La canci�n se llamaba M�s feliz que la mierda.
El Gato era el que en las fiestas y en las reuniones tocaba los temas de Flema. Era raro, pero se los sab�a todos. Era, tambi�n, el que m�s cog�a. Cuando el Gato agarraba una viola siempre tocaba Y a�n yo te recuerdo. Despu�s No quiero ir a la Guerra. Despu�s, siempre, M�s feliz que la mierda. Vahos del ayer era la que tocaba �ltima. La m�s emotiva, la que nos dejaba a todos entre alegres y nost�lgicos. Como si record�ramos a alguien querido que ya no estaba. Una tristeza tambi�n un poco extra�a, porque en rigor todav�a en esa �poca est�bamos todos. Lo m�s parecido a la canci�n fue cuando el Negro se fue a vivir a Chile. Nosotros, para hacerle honor a nuestra tristeza y a su memoria, empezamos a cantarla con la letra cambiada: un lugar vac�o en la Iglesia; en vez de un lugar vac�o en la mesa. Porque en esa �poca par�bamos en La Iglesia China.
La Iglesia china no era ni una Iglesia ni era, en rigor, China. Creo que era un templo taiwan�s. Pero nosotros la hab�amos bautizado as� por comodidad. Ten�a unas escaleras grandes donde nos sent�bamos, rodeadas por canteros donde me�bamos. Al lado de la Iglesia china estaba el supermercado chino. Ah� compr�bamos el vino. As� que no nos faltaba nada. Cuando el chino de al lado cerraba, hac�amos un rodeo y compr�bamos en el Kiosko del Viejito. El Viejito no era tampoco muy viejo la verdad. En las buenas �pocas llegamos a ser treinta o treinta y cinco pibes en la Iglesia, de los cuales apenas conoc�a a la d�cima parte. Llegaban de todos lados, no se bien c�mo.
Cuando se terminaron los noventa, se termin� la Iglesia. Le pusieron rejas (probablemente por nosotros) y no pudimos volver m�s.
Toti llegaba en el micro de las seis. Eran las cinco y cuarto. A las cinco y veinte lleg� un bondi, rojo, hecho mierda. Estacion� justo frente nuestro. En esa �poca ir a la costa por Plaza te sal�a, no s�, veinte pesos. Los micros eran el 36, pero en lugar de dejarte en Parque Rivadavia te llevaban hasta Villa Gesell. Nacho agitaba la botella de agua con el nuevo heavy metal, y gir� la cabeza.
?�Ser� �ste?
?No creo, ven�a despu�s.
Y en eso se escuch� el grito:
?�Eh, Flema!
Maxi se dio por aludido. De los tres, era el �nico que llevaba un buzo ?creo que ese buzo todav�a sobrevive- con la tapa de El exceso de drogas y/o alcohol puede ser perjudicial para la salud �Cuidate! Nadie lo har� por vos. El mejor disco de Flema.
El exceso, as� le dec�amos cari�osamente, es uno de esos discos que salen de un destello de genialidad total, que pertenecen a una �poca. Que marcan una �poca. La nuestra. Bajo su influjo crecimos mis amigos y yo. Esos tres o cuatro acordes ?el disco entero dura apenas media hora- eran nuestro desaf�o, nuestro estandarte de resistencia cotidiana al avance de los �conos brillosos de la cultura oficinal menemista: el glamour, Coppola, Vilma Palma y el champagne. Era el disco que, de ser interrogados, todos nos llevar�amos sin dudar a una isla desierta, o a la tumba, o a cualquiera de esos lugares cuya caracter�stica es la de ser definitivos.
?Eh, Flema? vos, s�, el del buzo ?se volvi� a escuchar.
Maxi levant� la cabeza un poco confundido. El grito ven�a desde adentro del Plaza que acababa de estacionar. De la �ltima ventana, abierta, de donde asomaba un brazo que sosten�a un cigarrillo.
Fue cuando Maxi se se�al� el buzo buscando confirmaci�n, que se asom� Ricky:
?S�, loco, vos, el del buzo. Dale forro. Pas� un trago.
No la pod�amos creer. Por una mil�sima de segundo, Maxi se qued� clavado en el lugar, pero enseguida obedeci�. Ricky tom� de la botella y la pas� para adentro. El heavy metal se perdi� en las entra�as del bondi.
?Hoy a la noche tocamos ?dijo Ricky? �Van a venir?
?S� Ricky, obvio, de una ?hablaba Maxi.
?Bueno, dale, si vienen pregunten por m� en la puerta. �C�mo te llam�s vos?
?Maxi
?Listo, yo me acuerdo. Vos pas�s conmigo.
El heavy metal resurgi� de las profundidades. Ricky le dio un �ltimo trago y nos lo extendi�. Maxi, con un gesto, le dijo que se lo quede. Uno de nosotros (quiz�s yo) le pidi� una firma. Andate a la mierda, yo no te firmo nada. Que te firme Susana Gim�nez. Y se ri�.
Del otro lado del colectivo la gente se apuraba a bajar y pedir bolsos, en el furor hist�rico de arrancar las vacaciones lo antes posible. Ricky le dijo algo a alguien adentro del bondi y dio por terminada la reuni�n. Nos miramos, con una mueca que fracasaba en disimular la emoci�n.
Dos veces m�s, Maxi tendr�a noticias de Ricky Espinosa. La primera: a la salida de una fiesta de egresados, Ricky sentado en el umbral de una puerta en Congreso, ensangrentado y tomando vino:
?�Ricky! �Qu� te pas�? Te ayudo.
?Andate a la puta que te pari�, forro.
La segunda: su muerte, en el 2001. Perdi� al Winning Eleven y se tir� de un balc�n en Gerli. Hab�an pasado diez a�os desde el primer disco de Flema: Pogo, Mosh & Slam.
Antes de que el micro arrancara, Ricky se asom� otra vez. Che, empiecen a comprar mis discos as� me puedo casar. Se ri� y tir� al piso la billetera. Tra�mela hoy a la noche, dijo.
Esa noche Maxi pas� gratis y Ricky invit� cervezas a todos los que hac�amos la cola de La Negra. Al promediar el recital, se cay� de espaldas en el piso con el micr�fono en la mano y ya no se volvi� a levantar. Desde ah�, recit�:
No me interesa saludarte
ni contarte nada sobre mi vida
ni tus gui�os c�mplices
ni tus palmadas sobre mi espalda
van a hacerme creer que la vida contin�a.
�A qu� grado vas? �Qu� vas a hacer cuando crezcas?
Voy a hacer tu asesino, el asesino de tu herencia.
Yo no te voy a matar, pero lo que es peor:
cuando est�s agonizando
yo voy a estar tirado en mi cama
masturb�ndome. Mirando como se cae el techo.
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Diego Vecino
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