el interpretador no tem�is

Boceto N� 2 para un... de la poes�a argentina actual

por Mart�n Prieto y Daniel Garc�a Helder

Este art�culo fue le�do el 17 de octubre de 1997 en la ciudad de Santa Fe, en el marco de la Tercera Reuni�n de Arte Contempor�neo organizada por la Universidad Nacional del Litoral; con ajustes y agregados, se public� en el N� 60 de la revista Punto de Vista (Bs. As., abril de 1998). Luego fue incluido por Jorge Fondebrider en Tres d�cadas de poes�a argentina (1976-2006), VV. AA., Libros del Rojas, Universidad Nacional de Buenos Aires, 2006.

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Boceto N� 2 para un... de la poes�a argentina actual

Mart�n Prieto y D. G. Helder

El pa�s es demasiado grande, el continente es m�s grande todav�a y el idioma casi no conoce l�mites. Si un panorama-de-la-poes�a-argentina-actual fuera factible, el mismo podr�a o deber�a incluir, sin entrar en demasiadas justificaciones, por ejemplo, el poema ?Bancarrota? de un madrile�o ignoto residente en Woodstock, Estados Unidos, quien, deponiendo todo casticismo, es capaz de escribir como un latinoamericano m�s:

Se acab� la literatura.

Se acabaron los sue�os de grandeza.

Y naci� un nuevo sue�o: comprar a cr�dito.

Podr�a contener, adem�s, letras de un cantante pop franc�s hijo de republicanos espa�oles, que apenas aterrizado en Bogot� pareciera encontrarse mejor dotado que la mayor�a de los nativos para pescar al vuelo la aliteraci�n franca, la rima incidental y hasta para intervenir en la morfolog�a de las palabras, todo sin perder de vista la acci�n ni las circunstancias pol�ticas:

El de la rebaja baja del taxi,

los tiros, la tira, el basuco y la mentira, ����

esta ciudad es la propriedad del Se�or Matanza,

esa olla, esa mina, y esa finca y ese mar,

ese paramilitar, son propriedad

del Se�os Matanza.

Depende de cu�n amplio, ambicioso, estricto o caprichoso se pretenda el panorama. Casi siempre son de orden pr�ctico las razones que llevan a adoptar el lugar de nacimiento y/o residencia prolongada como criterios de restricci�n, modalidad de los concursos municipales que los cr�ticos seguimos s�lo por falta de recursos (tiempo, dinero, etc.). Ninguna antolog�a latinoamericana de poes�a nacional de la primera mitad de siglo deber�a dejar afuera a Rub�n Dar�o, as� como ninguna de la segunda deber�a hacer lo mismo con C�sar Vallejo ?eso para no entrar en debate sobre las diversas recepciones que han tenido en cada pa�s las obras de Neruda, Borges, Nicanor Parra,� Octavio Paz,� Lezama Lima, Alejandra Pizarnik, Gelman y otros. Extremando el razonamiento, fragmentariamente expuesto, no habr�a diferencia esencial, ling��stica o psicol�gica que impida reunir, ensayando nuevos conjuntos y subconjuntos, los versos de un mexicano que intenta recuperar, desde Barcelona, las palabras de su tribu:

En el anafre tronaban los ?cocos? y las varas

meticulosamente extra�dos del huato de mota...

y el haiku de una porte�a de veintipico que vive en Holanda casada con un holand�s, tres versos en los que consigue aislar, de un cierto c�mulo de extra�eza, no un p�lder, no un Rembrandt, no un tulip�n ni un coffee-shop, sino apenas

Un pueblo cuyo nombre

quiere decir

siesta. 1

����������� Hay poetas recientes haciendo espa�ol en todas partes del mundo, incluidos varios argentinos: Edgardo Dobry (Rosario, 1962) en Barcelona, Fabi�n Iriarte (Laprida, 1963) en Texas, Carlos Basualdo (Rosario, 1964) en Nueva York, Fernando Rosenberg (Bs. As., 1965) en Mariland, Alejandra Zsir (Bs. As., 1971) en Zwolle, Holanda, etc. Casi no existen razones, como dijimos, m�s all� de las pr�cticas, para detener el panorama en las fronteras, justamente hacia la cual y desde la cual tiende a irradiarse, en condiciones naturales, todo lo bueno, fruct�fero y real que porta la lengua.

����������� Sin embargo, la l�gica indica hablar de lo que mejor se conoce, que coincide l�gicamente con lo que est� m�s cerca, a nuestro alrededor, formando un c�rculo de animaci�n familiar multiforme uno de cuyos centros en desplazamiento y contracci�n venimos a ser cada uno de nosotros. Por lo tanto, vamos a circunscribir la extensi�n de nuestras consideraciones a ciertos motivos tem�tico-formales en las obras de unos cuantos autores nuevos, en su mayor�a residentes en Capital Federal, a los que llamaremos por comodidad ?poetas del 90? o ?poetas recientes? y cuyos a�os de nacimiento oscilan, con varias excepciones, entre 1964 y 1972.

����������� La maestr�a t�cnica no convencional que asombra en los mejores de ellos, m�s los reflejos para aprehender los signos del presente, o si se prefiere de la actualidad, explica lo poco inclinados que se los nota a entablar con la historia literaria una relaci�n org�nica y de largo alcance. Excepciones: los ?goliardos? de Bah�a Blanca Sergio Raimondi (1968) y Marcelo D�az (1965); el cordob�s Silvio Mattoni (1969), autor de Bizancio y Tres poemas dram�ticos, de 1994 y 1995; y, paradigm�ticamente, Charly Feiling (Rosario, 1961-Bs. As., 1997): su Amor a Roma, publicado con retardo en 1995, es sin duda un ejemplo muy bueno de cu�nto rinde a un poeta hallar un punto de intersecci�n entre sincron�a y diacron�a, aunque m�s no sea para repetir, de mil diversas maneras, ars longa, vita brevis. B�sicamente sincr�nicos, no extra�a que el libro de Feiling no tenga entre los poetas del 90 los admiradores que merece por cada una de sus estrofas:

Territorio del c�ncer fueron luego los huesos,

�������� la sangre, las pelotas, cuanto alcanza��

�������� un m�dico a punzar buscando gruesos

pecados en la carne con que medir su lanza.

����������� A una t�pica y dilatada ligaz�n con el pasado literario, prefieren una corta, intensa, heterodoxa, no predeterminada, espor�dica. Son poetas de la sincron�a. Ya no pretenden tener, o no se conforman con tener, una conciencia acabada de la poes�a universal, como los poetas de las generaciones anteriores. Su coeficiente art�stico no deber� medirse, por lo tanto, por su nivel cultural ni por el largo de sus ra�ces en la tradici�n, sino m�s bien por su grado de aprehensi�n del Zeitgeist y su capacidad de transformarlo en arte concreto: versos, estrofas, im�genes, escenas, delirios. Su envergadura y la de sus obras tendr� menos que ver con la ambici�n de universalidad y el prestigio de los t�picos en juego, que con la rapacidad, el criterio y la maestr�a con que sean captados, digeridos y dispuestos en un todo coherente la mayor cantidad posible de rasgos aislados de sistemas literarios y series discursivas divergentes.

����������� Un signo de ? ensarta la leche Cindor de Pablo Cruz Aguirre (Pto. Belgrano, 1970), la ?boca llena de verg�enza y polvo odex? de Dar�o Hom$ (sic) (Rosario, 1965, tambi�n autor de esta breve arte-po�tica: ?�qu� tan poeta eres?/ �qu� tan pop??), el ?vodka con cepita? y el ?vodka con sprite? de Mart�n Gambarotta (Bs. As., 1968), el helado Conogol de Fernando Molle (Bs. As., 1968) que chorrea sobre la lona, los Donuts y chicles Bubaloos de Marina Mariasch (Bs. As., 1973), etc. �Qu� significan estas notas, tocadas con los dedos pegajosos? �Un capricho? �Son portadoras de algo o est�n vac�as? �Su prosaiquismo es innato? Pareciera. Si suena descarado, ser� por contraste con el academicismo o el esmerado buen gusto de otras notas vigentes en la poes�a argentina, dejando de lado las que est�n directamente amortizadas: ejemplos ad libitum.2

����������� El poeta del 90 se aproxima tan ligero ?tan r�pido y despojado? a los hechos y las cosas, a los fen�menos y los entes, que el insight metaf�sico sobreviene en sus versos con mayor frecuencia que en los del poeta de pretensiones metaf�sicas. Porque, �hasta cu�ndo se le va a seguir otorgando credibilidad a esas proposiciones pseudofilos�ficas que la mayor�a de las veces son adaptaci�n de un lugar com�n prestigioso, cuando no infundios especialmente adornados para los aficionados a la ?poes�a en general?? Tiene raz�n Nabokov: ?El poshlust [lo vulgar, lo f�til] no es s�lo aquello de segunda, sino tambi�n lo falsamente importante, lo falsamente inteligente, lo falsamente atractivo?. Aut�nticamente vulgar ?mal podr�a disimularlo?, Santiago Vega (Quilmes, 1973) nos detalla con sentimiento la suerte corrida por su sustancia mucosa:��������

En el semic�rculo de la ma�ana

bajo suave, llorando,

la rampa de la Terminal y el moco

me cuelga y se mezcla

con el gustito a dulce

de leche de alfajores guaymall�n...

���������������

Esta clase de referencias, que al principio puede resultar molesta, supone un grado de participaci�n en lo real y en lo actual que dif�cilmente ninguna intuici�n de formas inteligibles es capaz de alcanzar. Y es justamente en esa futilidad de la materia significante donde se cifra lo pasajero, el instante; en esas notas por dem�s de simples es donde habr�a que buscar, antes que en las tentativas de infinitud, el car�cter ontol�gico de la poes�a. El ser no est� m�s all� de las cosas, parecen repetir los poetas del 90; s�lo se hace tangible en ellas y la prueba se reduce a la fruici�n de esos ?dedos que s�lo las chicas saben meter aplastando Bubaloos?, seg�n Marina Mariasch. Su negativa a efectuar cualquier tipo de abstracci�n, a sacar ninguna conclusi�n3, es explicitada cada vez que se puede, como en ?Escupitajos?, de Manuel Alemian (Bs. As., 1966):

As� como todos el

ni�o escupi�.

Y no escupi� bronca

ni desprecio, escupi�

moco y saliva. (Nada m�s.)

����������� Lo insustancial, lo perecedero, la modalidad ontol�gica m�s actual, los productos alimenticios, las marcas y las modas ef�meras. El tiempo de la poes�a argentina de los 90 es el presente, ni el pasado ni, menos a�n, el futuro. Habr�a que contabilizar las veces que aparece en sus poemas las locuciones ?presente puro? y ?puro presente?; por el momento recordamos dos: en Roxana P�ez (La Plata, 1962) y en Carlos Mart�n Egu�a (Castelli, 1964). La percepci�n ocupa un lugar de preferencia por encima de la memoria y la intuici�n, aunque las formas de abstracci�n no desaparecen por completo:

Todo lo que se pudre forma una familia

?Fabi�n Casas (Bs. As., 1965),

La vacuidad que circunscribe

lo que a medias se acent�a

?C. M. Egu�a,

Hay un pensamiento que liberar

pero no hay mundo,

existe un lugar fuera de uno

pero no el mundo

?Mar�a Medrano (Bs. As., 1971),

No es que leamos mal los signos,

es que las cosas no son signos

?Laura Wittner (Bs. As., 1967),

La vida es fascista

?Santiago Llach (Rosario, 1972),

Lo real no se parece a nada

?Eduardo Ainbinder (Bandfield, 1969),

Todo lo verde se hace fl�o ?Gabriela Bejerman (Bs. As., 1973), etc.

������������������������

Que el tiempo presente corresponda al realismo no debe llevar a pensar que los poetas del 90 sean, sin m�s, realistas, objetivos o referenciales: lo son, aunque en un sentido muy amplio e irregular; la est�tica realista ser�a menos una serie org�nica de requisitos que una lista de licencias y comodidades, cuando no una condici�n perdida, seg�n se infiere del ?Romance? de Alejandro Rubio (Bs. As., 1967):

��������

El cronista de Cr�nica en su d�a franco teclea:

porque el realismo social nos cag�,

nos trat� como a tarados, y para realismo

m�gico, bueno, en fin, mejor

el de Tropicana: es mejor, m�s real,

visceral. Tropos y pathos en la entrada

se ignoran, semblantean...

����������� Los poetas del 90 son ideogram�ticos. Se ajustan al caso, se basan en lo que conocen, pero sin la pretensi�n de estar reflejando lo que ven; m�s bien copian lo que tienen en la cabeza, sin traducirlo a un lenguaje elevado, o en todo caso rebaj�ndolo: Juan Desiderio (Bs. As., 1963) se traga las ?s? y en general practica una trascripci�n fon�tica del habla juvenil porte�a; Rosana Form�a (La Francia, C�rdoba, 1969) pasa a letras de molde las cartas de un padre semi analfabeto sin tocarle ni un �pice la ortograf�a; Santiago Vega� escribe a los brochazos, aproximativamente: donde dice ?la mirada incre�ble de todos los vendedores? deber�a decir ?la mirada incr�dula...? (pero lo asiste la ret�rica, y la errata deviene hip�lage). Casi nunca recurren al vicio estetizante del coloquialismo4, a lo sumo someten la materia verbal a saberes m�s t�cnicos: cortes de verso, rimas, aliteraciones, etc.

����������� Borges habl�, alguna vez, de una poes�a puramente ideogr�fica: ?directa comunicaci�n de experiencias, no de sonidos?; los poetas del 90 lo corrigen, reemplazando el ?no?: ?directa comunicaci�n de experiencias y de sonidos?. Una simple aliteraci�n es la v�rtebra de esta estrofita de Rodolfo Edwards:

��������

vos est�s cada d�a

m�s joven

m�s viva

yo

m�s viejo y mas bobo.

La rima espor�dica, incidental, produce o reduplica el sentido en muchos versos de Fernando Molle (Bs. As., 1968):

��������

Nunca

lo vi.

Se caga de risa

cuando me r�o de m�,

de Daniel Durand (Concordia, 1964):

Por el ojo del choto

yo lo veo todo roto,

de Gambarotta: los negros que hacen cola para sacar c�dula de identidad y

miran de este a oeste

como si no hubiese

otro siglo despu�s

de este,

de Ver�nica Viola Fisher (Bs. As., 1974):

���������������

y eso?����������� un yeso

porque me quebr�,

y en las ?coplitas fregonas? de Marilyn Briante (Hurlingham, 1963) y Federico Novick (Bs. As., 1972):

En el bosque encantado

hay tres huesos con candado.

Lavarse deben, chiquillas,

de sus ingles las ladillas,������

Por eso, s�lo estamos de acuerdo con la mitad de lo vertido por Daniel Freidemberg en este p�rrafo del pr�logo a Poes�a en la fisura (Ed. del Dock, Bs. As., 1995), la primera antolog�a y el primer an�lisis serio que se hizo de los poetas del 90, aunque por el a�o de edici�n no pod�a tener la perspectiva que tenemos ahora: ?La poes�a que est� surgiendo es aparentemente m�s ?sencilla? y ?directa?, no teme parecer ?vulgar? o ?prosaica? y renuncia a los hermetismos, los juegos de palabras, los eufemismos y los rodeos, a riesgo de caer en la simpleza, la insignificancia y la literalidad?. La verdad, no vemos que renuncien a nada, y menos que menos a los juegos de palabras ?frecuentemente montados en alusiones sexuales?; por el contrario, es la atenci�n a las minucias del lenguaje casi lo �nico capaz de volverlos, en cierta manera, animosos, �giles y felices. La impresi�n de cosa-viva que dejan muchos poemas no se deber�a tanto a los contenidos de la representaci�n cuanto a que se reconoce en los elementos verbales fuerzas cuya acci�n combinada determina el sentido, eso que cambia y dura en el tiempo como una identidad de la lengua. En otras palabras, dinamismo, energ�a, vida.

����������� Por el contrario, el contenido de sus representaciones puede adoptar la forma de escena de racismo, de escepticismo, de cinismo, de vejaci�n, de marginalidad; la descripci�n de los escenarios puede sostener relaciones meton�micas con la alienaci�n, la ?fisura?, el estado mental del lumpen, del que no tiene ni busca trabajo, amor, ni consuelo. Las formas de expresi�n, sin embargo, no se muestran redundantes con respecto al sentido moral o pol�tico de las escenas y a la pat�tica de los decorados; al tiempo que expresan tales contenidos, los viran al grotesco, al carnaval, hacen espamento. Aqu� se recomienda enf�ticamente la lectura de Punctum de Mart�n Gambarotta (Tierra Firme, Bs. As., 1995), La zanjita de Juan Desiderio (Ed. Trompa de Falopo, Bs. As., 1996), M�sica mala de Alejandro Rubio (Ediciones Vox, Bah�a Blanca, 1997), Zelaray�n de Santiago Vega (Diario de Poes�a N� 41, oto�o de 1997) y La raza de Santiago Llach (de pr�xima aparici�n bajo el sello Siesta, de Bs. As.).

����������� Si muchas cosas llegan a los 90 desde el 60, no lo hacen sin una serie de modificaciones.5 La idealizaci�n del barrio, del pobre, de la mujer, de su cuerpo amado, del padre, de la causa justa, etc. fueron notas m�s bien comunes en las po�ticas del 60. En las de ahora no hay, previsiblemente, ning�n tipo de idealismo; la piedad y el pudor no cuentan para nada, se las sabe por dem�s agentes de restricci�n a todos los niveles. En ?Menem-Duhalde?, Gustavo Giovagnoli (Olivos, 1959) imagina esta escena para un proyecto de novela:

El ?intelectual, descre�do? curte recostado en la cama.

A su lado ella ?morocha, peronista?

llora leyendo novelas del tipo Simone de Beauvoir

y habla desde esa zona de la buena voluntad,

una suerte de lugar com�n progresista

o vagamente progresista.

El brillo de los ojos todav�a h�medos.

El vuelve a llenar el vaso y se lo pasa.

Ella dice que no con la cabeza.

No es que sea incorruptible ?piensa �l?, es est�pida.

Lo notable, en este ejemplo, es la suerte de bovarismo del 60 que padece la mujer. Parafraseando, podr�a alegarse que esta mirada vagamente antiprogresista es a su vez un lugar com�n de los 90.

����������� Concomitante, tal vez, con esta ?mirada enferma de escepticismo? (Egu�a), la puerilidad se muestra, en sus m�ltiples f�rmulas, como otra l�nea emergente entre las po�ticas del 90. Abusando de la confianza de nuestro amigo Freidemberg, quisi�ramos seguirle reescribiendo ese p�rrafo en general acertado; los poetas recientes no corren el riesgo de caer en ?la simpleza, la insignificancia y la literalidad?, m�s bien dan la impresi�n de partir de ah�, y por momentos de no tener el karma de mayores pretensiones. Casi todos saben emplear esta regla, incluso inconscientemente: cuanto m�s expl�cito el sentido, tanto o m�s equ�voco. Miniaturas banales, encantadoras y pl�sticas en casi todos los poemas de una revistita neopop, como �sta de Fernanda Laguna (se desconocen m�s datos):

��������

Xuxa es hermosa.

Su cabello es hermoso

y su boca dice cosas hermosas.

Yo creo en su coraz�n.��������

������������������������

����������� Los poetas del 90 guardan escasos puntos de contacto con la l�rica en particular y con lo po�tico en general, aparte de ciertos remanentes hist�ricos del g�nero como el verso libre, la rima o el principio de compresi�n. Casi todos son antof�bicos y ?antipr�mula?,6�vale decir: sienten aversi�n por las flores, la primavera y la est�tica anacr�nica de la que flores y primavera ser�an expresiones meton�micas. Los que se animan a rese�ar el paisaje de las periferias y aun de las zonas semirrurales ?respectivamente los casos de Jos� Villa (Mart�n Coronado, 1966) y Osvaldo Aguirre (Col�n, 1964)? se ven obligados a tomar demasiadas precauciones: los substantivos son piedras; los adjetivos, marrones (exageramos, claro). Aguirre consiente que algo brille, pero lo pone a ras del suelo, y sin contenido:

Brilla, en el suelo,

la petaca vac�a.

En una buc�lica de apenas siete versos, leve y llena de gracia, Villa se cuida de que no falte lastre en la del medio:

La piel transparente de las cigarras

en las ramas, el azul, los bordes rojizos,

los espl�ndidos amarillos, su peque�a figura,

el ruido ensordecedor de las m�quinas,

tan cerca de all�, en ese recorte de escalas

grises y de plomo, girando, h�lices puras

en su memoria.

Al lado del resto, �stos pueden ser considerados poetas l�ricos, aunque de ninguna manera anacr�nicos: incluso probablemente el m�sculo del sentido hist�rico est� en ellos m�s desarrollado, puesto que deben remar contra la corriente. El lugar de la efusi�n y de la vista panor�mica, t�picamente l�ricas, lo ocupar�an cierto glamour severo y el vistazo que detecta de inmediato ?las ruinas de un embarcadero?, ?un par de chanchos que flotan muertos? o ?huellas sobre el esti�rcol, en la mierda?, como si la naturaleza debiera mostrarse m�rbida para ser entonces digna de menci�n. El adalid de esta actitud ser�a Oscar Taborda (Rosario, 1959) y el ejemplo m�s acabado su novela en verso 40 watt (Beatriz Viterbo Ed., Rosario, 1993), de donde proceden las �ltimas citas.

����������� Ahora bien, si la mayor�a de los poetas del 90 manifiesta un total desinter�s por la physis, hay que decir que no todos ni siempre logran trascender esa cualidad negativa generacional y hacer de una aut�ntica fascinaci�n por lo plebeyo un motivo igual de plausible que el entusiasmo por la belleza de los antiguos. En esto se advierte con claridad una revitalizaci�n, con nuevas manifestaciones y desv�os, de cierta constante de la poes�a argentina a la que podr�a calificarse de ?rantifusa?.7�Paralelamente observamos alguno indicios de un neobarroco anor�xico, implosivo y femenino (por oposici�n al neobarroco bul�mico, explosivo y gay de los 80, el ?festival de ritmos y colores? del que hablaba, con gran optimismo hist�rico, N�stor Perlongher). El kitsch ya no es heroico, no libra batallas; estetizado como por modistas, subsiste en filigranas de una iron�a delicada; con un leve toque, el reino vegetal deviene ?un planeta miniatura lleno de baby cactus? (Marina Mariasch) y as�, de a poco, los motivos l�ricos comienzan a ser recuperados, conjugados con el artificio cultural como las flores del seibo y el burucuy� en los billetes de 20 y 50 pesos. ?Rosas de la china, jazm�n del pa�s? en Mariana Bustelo (Bs. As., 1974), ?pimpollos bomba de color? en Gabriela Bejerman; el equ�voco y emblem�tico ?soy natural y fresca? de Fernanda Laguna admite much�simas variantes: ?soy la alcanc�a chanchito? de Luc�a Gagliardini (Bs. As., 1976), o el epigrama ?Retr�ctil? de Selva Dipasquale (Lomas de Zamora, 1968):

Estoy feliz.

Entonces me pregunto:

�no estar� completamente

equivocada?

����������� Pero la l�rica, la l�rica pura, sin iron�a ni subterfugios, nunca se da por muerta, igual que el soneto; siempre encuentra voces que vibran en su sinton�a y mantienen con ella un idilio transhist�rico; ni siquiera un panorama actual de la poes�a argentina, heterog�neo y escasamente sublime como es, deber�a privarse de una disonante nota l�rica, clara en s� misma, imaginativa y sin ning�n tipo de lastre, como este trazo elegante de un libro editado en la primavera de 1997 con el t�tulo Ambici�n de las flores, de B�rbara Belloc (Bs. As., 1968):

nunca me gustaron las flores sino hasta ahora; las comer�a esperando que diluyan en la sangre y al ver, m�s tarde, los brotes en mi piel, ser�a feliz como ninguna mujer lo ha sido. madreselva en flor, estrella, tar�ntula.

Mart�n Prieto y Daniel Garc�a Helder

Notas

1. Las citas pertenecen, por orden, a Jes�s Meana (1958) (www.poesia.com); Manu Chao, l�der del grupo Mano Negra (196?); Francisco Rodr�guez (196?), pescado en internet, y Alejandra Zsir, en Diario de Poes�a N� 41.

2. Cuando un poeta del 60 como Daniel Barros (Bs. As., 1933) inclu�a la marca de un producto alimenticio, se ve�a obligado a naturalizarlo con comillas: ?el ?vascol� y dos panchos? rituales? (Despedida como tal, 1966). Todav�a Arturo Carrera (Pringles, 1948), cuando incluye su precursor jugo Tang (no casualmente hom�nimo de la dinast�a china), lo hace contrastar con un aura de misterio: ?y mientras ella desenvolv�a sus puntos de secreto/ en la oscuridad lechosa �l beb�a Tang? (Arturo y yo, 1984). El gesto sigue siendo el del barroco, confundir lo alto con lo bajo, o elevar a cierto nivel ?por contaminaci�n? lo que se halla por debajo; para los poetas del 90 no habr�a nada por debajo. ?No hay divisi�n entre la cultura alta y la cultura de masas en el trabajo del poema; pierden su diferencia, su partici�n. Esto sucede porque los j�venes de los 90 tienen una relaci�n con la cultura de masas muy diferente a la que se ten�a en los 70. Entonces se pod�a trabajar con la cultura de masas, pero con una distancia operacional, con un esfuerzo por incorporarla. En cambio, en el texto de un joven de los 90, puede aparecer, naturalmente, una cita de Joyce junto a la figura de Betty Boop? (Delfina Muschietti, en El Cronista del 27/9/1996). En la contratapa de La ruptura, de Ezequiel Alemian (Tierra Firme, Bs. As., 1997), Fabi�n Casas se refiere, peyorativamente, a ?poemas kilom�tricos que, como en una feria americana ?y en un zapping vertiginoso similar a la est�tica MTV?, contienen tanto a Lucho Avil�s como a Black Francis, de los Pixies?, comentario por dem�s de ins�lito en un poeta que abre su propio libro con un ep�grafe de Tita Merello; de todos modos, cabe destacar que el ?tanto... como? no va de arriba abajo sino que se desplaza en un horizonte massmedi�tico: de la televisi�n al rock.

3. Hay un poema emblem�tico de esta postura: ?Paso a nivel en Chacarita?; pertenece a Fabi�n Casas y est� en su libro Tuca (Tierra Firme, Bs. As., 1990): ?Los chicos ponen monedas en las v�as,/ miran pasar el tren que lleva gente/ hacia alg�n lado./ Entonces corren y sacan las monedas/ alisadas por las ruedas y el acero;/ se r�en, ponen m�s/ sobre las mismas v�as/ y esperan el paso del pr�ximo tren./ Bueno, eso es todo?.

4. ?Sus poemas son peque�as m�quinas del habla, verdaderos modelos dentados ?escribe Jos� Villa en el pr�logo a Oreja tomada, de Manuel Alemian?. Est� lejos, muy lejos de lo que se llam� coloquialismo, o de cualquier otro molde realista.?

5. Freidemberg, por su lado, distingue sagazmente las l�neas de continuidad y de cambio entre los 80 y los 90: ?si algo parece haber quedado establecido en los 80 es la conciencia de que, como advert�a Mallarm�, la poes�a se hace con palabras. Que es trabajo con la materia verbal, antes que manifestaci�n de ideas y sentimientos, revelaci�n de alguna zona desconocida del mundo o del esp�ritu o transmisi�n de alg�n mensaje o ense�anza. (...) Los nuevos poetas parecen tener tan asumida esa convicci�n que ya no necesitan demostrarla?. (El subrayado es nuestro.)

6. El t�rmino es de Byron pero la cita de Osvaldo Lamborghini, uno de los faros ?junto a su hermano mayor Le�nidas, Girri, Giannuzzi, Zelaray�n, Marosa Di Giorgio, Saer, Aira, Copi, Pizarnik, Perlongher, Carrera, Bellessi, Aulicino y otros? de los poetas del 90.

7. Rantifuso es el despectivo de rante, que es af�resis de atorrante. Esta constante viva y heterog�nea la integrar�an, sumariamente, los Fern�ndez Moreno (Baldomero, C�sar y sobre todo Manrique), La crencha engrasada de Carlos de la P�a, Chapaleando barro de Celedonio Flores, los Versos rantifusos de Yacar�, Boedo, el Tango, el Lunfardo, Luis Luchi, los Sonetos mugres de Daniel Giribaldi, Le�nidas Lamborghini, Ricardo Zelaray�n, Oscar Steimberg, la Gauchesca-el Sainete Criollo-el Grotesco, Tu��n, la �pica orillera de Borges, La musa de la mala pata de Olivari, Balumba de Juan Filloy, la Musa mistonga de Juli�n Centeya, los Poemas joviales de Francisco Gandolfo, el Rock Nacional, Fray Mocho-Arlt-Last Reason, el 60, en suma: la red antipo�tica sat�rica urbana antil�rica y coloquial a la que se agregar�a, con sus peculiaridades, gran parte de la poes�a reciente. Esta constante coincide, en lo esencial, con los rasgos rastreados por Eduardo Romano y que resumi� ?en el retorno a un discurso po�tico coloquial, eliminada toda grandilocuencia, atento a las modalidades del habla, incluso en sus variantes m�s netamente orales y aun callejeras; en una consecuente preocupaci�n por lo cotidiano, tratado merced a una po�tica de origen gauchescoque pas�, con los consiguientes cambios y reacomodaciones, a la poes�a tanguera, en acudir a t�cnicas de yuxtaposici�n o de collage que no son ajenas al periodismo ni a otros lenguajes de las actuales comunicaciones masivas; en una actitud cr�tica que desde�� las admoniciones reformistas o futur�logas para emplear no sin sutileza la iron�a, los sarcasmos o el humor corrosivo?. (Sobre poes�a popular argentina, CEAL, Bs. As., 1983.)

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Margen inferior: Antonio Berni, Las vacaciones de Juanito (detalle).