En Casa del Lago. Jos� Rosas Ribeyro, Mario Santiago Cuauht�moc M�ndez, Roberto Bola�o, Rub�n Medina, Dina, Guadalupe Ochoa y Jos� Peguero

el interpretador infrarrealismo

Como veo doy, una mirada interna del Movimiento Infrarrealista

por Ram�n M�ndez Estrada

Con casi dos a�os de gestaci�n desde la revuelta de 1974 en el taller de poes�a de Difusi�n Cultural de la Universidad Nacional Aut�noma de M�xico (UNAM), donde un grupo de j�venes poetas insurrectos firmamos la renuncia del entonces coordinador, Juan Ba�uelos, el Movimiento Infrarrealista naci� a la luz entre fines de 1975 y comienzos de 1976, en un edificio de la calle de Argentina, en el Centro Hist�rico de la Ciudad de M�xico, donde viv�a Bruno Montan�.

La idea del nombre y la fundaci�n de un movimiento contra la cultura oficial fue de Roberto Bola�o, entusiasmado por la poes�a irreverente de algunos cuantos j�venes que segu�amos frecuent�ndonos tras nuestra expulsi�n del taller de Ba�uelos.

A fines de 1973 hab�amos llegado a ese espacio de estudios po�ticos Cuauht�moc y Ram�n M�ndez, venidos de Michoac�n, donde fundamos con otros j�venes de entonces, en 1972, el Taller Literario de la Universidad Michoacana. Nuestro arribo al taller de Juan fue la gota que derram� el vaso, casi colmado, de la inconformidad que iban acumulando los alumnos del coordinador.

El m�todo de estudio, rito repetido dos veces por semana, consist�a en que los j�venes ley�ramos en voz alta nuestros incipientes textos, y luego nos critic�ramos mutuamente. Pero eso no nos satisfac�a. ?Vamos a estudiar a los cl�sicos, Juan?, le dec�amos. ?Estudiemos el Siglo de Oro, danos algunas clases del soneto?, pero el maestro no tuvo inter�s, o no pudo, satisfacer nuestras demandas.

Entre aquellos j�venes los m�s beligerantes eran Mario Santiago, que entonces a�n no hab�a adoptado el Papasquiaro, y H�ctor Apolinar. Sus cr�ticas ir�nicas, su mordaz sentido del humor, nos empujaban a todos a escribir m�s y mejor. A fin, una tarde de principios de 1974, Mario Santiago se present� al taller con una hoja en que tra�a redactada la renuncia de Ba�uelos, con esa caligraf�a particular que caracterizaba al joven vate y, por supuesto, tambi�n con su muy singular estilo, irreverente y desparpajado, donde el maestro se autoacusaba de menopausia galopante y otras lindezas para dejar su puesto.

Juan ley� el texto, y mientras la mayor�a de los talleristas suscrib�amos la hoja su rostro cambiaba de color y �l, con contenida c�lera, nos dec�a: ?�Qu� buena broma, muchachos! �Qu� buena broma!? Quienes lo enfrentaron con m�s decisi�n fueron Mario Santiago y H�ctor Apolinar: ?No es broma, Juan, no te queremos. No sirves t� para estas cosas?.

Un grupo del taller llev� la renuncia, tambi�n firmada por Ba�uelos, por supuesto, a la directora de Difusi�n Cultural, y ella contest� que Juan era un empleado y no pod�an correrlo. Propuso, en cambio, que los inconformes consigui�ramos otro coordinador, y que el taller se dividiera: de los dos d�as de la semana que correspond�an a la clase, uno ser�a para nosotros y otro para el maestro. Prometi� tambi�n apoyar la edici�n de una revista. Al poco tiempo, mediante una coperacha de los interesados, sali� Zarazo 0, con poemas de los beatniks estadunidenses, de los miembros del movimiento peruano Hora Zero y de algunos de los revoltosos del taller de la UNAM. Aunque estuvieron formados otros tres n�meros de la revista, nunca pasaron a la imprenta: Menos de dos meses despu�s de la insurrecci�n en el taller, una tarde nos encontramos con la puerta cerrada y fuera de la instituci�n.

El hecho sirvi� para que algunos de nosotros consolid�ramos una amistad que creci� con el tiempo en largas caminatas por la ciudad y noches de juerga y de poes�a. En el camino, se qued� la intenci�n de fundar el Vitalismo, en que nos empe�amos algunos, entre ellos Jos� Vicente Anaya, que no visitaba el taller de Juan en el tiempo de la revuelta.

Una madrugada de 1975, agotadas las reservas del espirituoso que compart�amos y cansados de vagar por las calles del centro de la Ciudad de M�xico, Mario Santiago me invit� a visitar a un amigo suyo: Roberto Bola�o, quien viv�a en un vetusto edificio cerca de la estaci�n Cuauht�moc del Metro. La recepci�n de Roberto no fue muy cordial que digamos, pues lo interrump�amos de su diaria jornada de redacci�n creativa ma�anera, que cumpl�a con el rigor de un bur�crata sujeto a reloj checador. La conversaci�n no fue muy larga, pero s� muy intensa. Cuando Santiago y yo salimos de la casa de Bola�o lo hab�amos convencido de nuestra subversi�n vital contra el oficialismo de la cultura, y nos hab�a comparado con los beatniks: ?T� eres Ginsberg ?le hab�a dicho a Santiago-, y �ste es Corzo: son los beatniks de M�xico?.

Poco despu�s ?semanas o meses?- Mario Santiago me inform� que, entonces s�, estaba en puerta la constituci�n de un movimiento po�tico rebelde, el Infrarrealismo. En el camino, entre la frustrada creaci�n del vitalismo y la llegada del Movimiento Infrarrealista, se hab�an quedado desperdigados nombres valiosos: Kyra Galv�n, Lisa Johnson, Mara y Vera Larrosa, y otros que no recuerdo.

Idea de Roberto, la explicaba como una met�fora: a quienes cometimos el pecado de rebelarnos contra una de las glorias nacionales de la poes�a nos ten�an vetados en todas las publicaciones y espacios culturales de M�xico; dec�a que �ramos como soles negros, de esos que no se ven pero que atraen la luz, materia condensada a tal grado que hace caer a la energ�a por su peso, y auguraba que nosotros har�amos la literatura cl�sica de nuestro tiempo.

Seducidos por el poeta chileno, fundamos el Movimiento Infrarrealista. Despu�s de la larga gestaci�n, el parto fue alegre y mucho el entusiasmo con que nos propon�amos volarle la tapa de los sesos a la cultura oficial. Hab�a muchos artistas sumados a la subversiva intenci�n. Si no me traiciona la memoria, la noche de la constituci�n est�bamos en la casa de Montan� entre 30 y 40 personas, la mayor�a j�venes, hombres y mujeres, m�sicos, pintores, narradores, poetas... La mayor�a desertaron. Roberto y Bruno se fueron a Espa�a, a donde tambi�n m�s tarde se fue Edgar Altamirano; el hermano de �ste, �scar, permaneci� en Guerrero, y ahora vive en el Estado de M�xico; Rub�n Medina se fue a Estados Unidos; Jorge Hern�ndez Piel Divina a Francia, y as�, por los caminos del mundo. Unos se iban, y llegaban otros: Jos� Rosas Ribeyro y Margarita Caballero; Jos� Margarito Peguero y Guadalupe Ochoa, antes de la partida de Rub�n. Pedro Dami�n se sum� despu�s. Apolinar no lleg� siquiera a la fundaci�n: se lo tragaron los Comit�s Laborales. Dar�o Galicia y Juli�n G�mez, que no estuvieron en la revuelta contra Juan Ba�uelos pero al parecer recibieron invitaci�n de Mario Santiago, no aceptan sumarse al infrarrealismo.

El camino ha sido largo y dif�cil. A Zarazo 0 sigui� P�jaro de calor, Correspondencia Infra, la volada antolog�a Muchachos desnudos bajo el arcoiris de fuego (que gener� la �nica pelea de Juli�n G�mez con Mario Santiago), publicaciones todas donde no est�n todos los que son ni son todos los que est�n. En el transcurso, hubo irrupciones infras en recitales de poes�a oficial que nos valieron en los medios de comunicaciones cr�ticas y calumnias. Entre todo, la negaci�n constante: los poetas infrarrealistas no existimos para la oficialidad m�s que como una leyenda de revoltosos.

Pero ha habido satisfacciones. Una noche que convers�bamos en voz alta en el caf� La Habana mientras beb�amos unos tragos, se acerc� a nuestra mesa un muchacho, Tulio Mora, y nos pregunt� si �ramos los infrarrealistas. �l pasaba por M�xico con camino a Per� y dijo que despu�s de tres meses de in�til b�squeda se hab�a convencido de que �ramos un cuento que circulaba en Francia y en Espa�a; se qued� entre nosotros varios meses m�s y ya public�, en Per�, una antolog�a horazeriana e infrarrealista. Y en 1989 lleg� a Morelia un joven alem�n cuyo nombre no recuerdo, en busca de Cuauht�moc M�ndez, cuyos textos hab�a le�do en checo, en Europa; iba rumbo a Brasil, en persecuci�n de un amor, y decidi� detenerse en M�xico para conocer a un poeta que lo hab�a asombrado.

En la d�cada de los 80 trabaron relaci�n con nosotros los hermanos Guzm�n (Iv�n, Mario Ra�l y Mauricio, y m�s tarde Eduardo). Mario Ra�l public� unas hojitas monogr�ficas de poes�a, Calandria de tolva�eras, algunas de las cuales fueron de infrarrealistas. Despu�s algunos libros, y tres n�meros de la revista La zorra vuelve al gallinero.

Poco antes de morir, Mario Santiago emprendi� con Marco Lara Karhk un proyecto editorial en que se publicaron, adem�s de otros varios, tres folletines y un libro de infrarrealistas: Beso eterno y Aullido de cisne, de Mario Santiago Papasquiaro; Estrella Delta Escorpio, de Pedro Dami�n, y Al amanecer de un d�a Dos Lagartija, m�o. Antes Pedro hab�a publicado Sexto paladar, premiado en Tijuana, y yo El paso de los d�as, auspiciado por la Universidad de Zacatecas.

Mario Santiago Papasquaro muri� atropellado, a principios de 1998, en el Distrito Federal, y entonces muchos plum�feros oficiales, aprovechando la ocasi�n, hablaron del infrarrealismo y la avasalladora personalidad del vate de Mixcoac, y en julio pasado, cuando se dio la noticia de que el poeta y novelista chileno Roberto Bola�o hab�a muerto en Espa�a, le dieron vuelo otra vez a ese cuento franc�s que somos los infrarrealistas, la leyenda de los soles negros que se comen la luz.

Y los que no existimos hablamos as� al mundo, y los poetas de la oficialidad tiemblan con sus patas de barro, sus mentes faltas de claridad, sus libros incoherentes, sin nada m�s que met�foras vanas. Nos vamos viendo al tiempo, porque viene por ah� la publicaci�n de libros in�ditos que varios tenemos, y la antolog�a infrarrealista, cuyo nombre debemos al poeta guatemalteco Carlos Illescas, a quien alguna vez platicamos el proyecto con varias propuestas para el t�tulo y nos dijo: ?De una vez p�ngase Nosotros los cl�sicos?.

Direcci�n y dise�o: Juan Diego Incardona
Consejo editorial: In�s de Mendon�a, Camila Flynn, Marina Kogan, Juan Pablo Lafosse, Juan Leotta, Juan Pablo Liefeld
Control de calidad: Sebasti�n Hernaiz

Cuauht�moc M�ndez, Gerardo Albarran, Ram�n M�ndez, Mario Ra�l Guzm�n, Sergio Loya, Mario Santiago. Durante la presentaci�n del libro Canciones para gandallas, de Jes�s Luis Ben�itez, en la Sala Manual M. Ponce de Bellas Artes , 1987