el interpretador aguafuertes

Un irreverente bazar

Jimena Repetto

Siempre hay una descosida
Caminar por la Bond Street puede suponer -detalle absurdo, aunque no menor- elegir un atuendo acorde a tanto tatuaje y hebillita, logrando un equilibrio sutil que no caiga en la ridiculez del ?Trencito de la alegr�a?. No me voy a poner tacos, definitivamente, son enga�adores, resuenan y no quiero que se den vuelta para ver qui�n camina como equino descocado. Pens�ndolo bien, el nivel de decibeles que se da el gusto de resonar en los pasillos de la Bond admitir�a sin prurito alguno el estruendoso paso de los granaderos a caballo. Las galer�as, en alg�n momento, se pensaron para se�oritas discretas con el m�s absoluto control de sus piecitos domesticados ?recuerdo, al tiempo que llego a la conclusi�n de que no es mi caso-. Ni digna de la payasada de circo, ni como la monjita que sigue a rajatabla las colecciones que dict� su Orden, me pongo lo primero que me viene a la cabeza cuando abro el placard. Ni muy muy, ni tan tan, me abrigo con un Montgomery que bien podr�a haber comprado mi mam� en los pasadizos de esta afamada galer�a, mucho antes de que nacieran las tarjetas de d�bito, los celulares y el mundo paralelo que ha generado Internet. Ahora que el gris volvi� a ponerse de moda -�a qui�n se le habr� ocurrido un color tan horrible, tan de uniforme escolar?- yo salgo vestida para asediar este para�so de la diferencia.

Me bajo del colectivo en Santa Fe, casi Callao. Me entorpece una horda de bolsas y bolsitas que se acumulan al ras de las baldosas: plateadas rabiosas, con Pumas dando tumbos, vin�licas, transparentes, con manijitas de tela trenzada y estampados de flores coronando un verso de bolero, todas y cada una lucen sonrientes su origen encumbrado. Con beata adicci�n se�oras y se�oritas las cargan a mano alzada mientras esquivan a los transe�ntes con la agilidad de un malabarista de circo chino. Definitivamente, estoy en la pasarela del consumo, que invita a desfilar como quien no quiere la cosa, as� con miradita de c�t� insinuando un modesto pasaba-por-ac�. Los muchachos ni se inmutan ante la posibilidad de que sus su�teres apastelados los ahorquen; los se�ores de corbata se encorvan con el diario bajo el brazo y muchas fervientes opositoras a la esclavitud de sus hogares salen enfrascadas en pieles de leopardo -sint�ticas- a levantar sus naricitas ante el primer anuncio de liquidaci�n. Siempre tan esplendorosa esta avenida, en la que una no puede dar dos pasos sin ser acosada por un arrebato de collares de colores que los vendedores lanzan a colonizar mi pecho. �

Us�s Visa, est�s en este mundo
Con una entradita discreta, se abren las compuertas de la Bond Street. El precio de alquiler de sus locales a la calle no escapa de la l�gica inmobiliaria que rige Barrio Norte y se despacha en aproximadamente doce mil pesos mensuales -comenta con indignaci�n el inquilino de uno de los cien locales del primer piso, aunque confiesa que por su local paga un m�dico precio de dos mil pesos por mes-. La Bond, as� como se la ve tan alternativa, es la galer�a con mayor cantidad de locales en una avenida en la que sus laber�nticas compadritas tienen un promedio de tan s�lo veinticinco. Aunque parezca una cifra insolente, el alquiler podr�a ser a�n m�s alto, me susurra uno de los tatuadores del primer local a la derecha, y me explica -a�n a media voz- que se dice que esta suerte de ?todo para el adolescente? la administra un misterioso heredero de veinticinco a�os, hijo del due�o de �sta entre otras tantas galer�as de la Av. Santa fe.

Empiezo a caminar, subo y bajo escaleras, noto que el p�blico de la planta baja es m�s chirriante que el del �ltimo subsuelo o el del primer piso, como si hacia arriba y abajo fueran decantando los habitu�s del lugar de los paseantes de s�bado. Entre locales de dise�o y de tatuajes, se cuelan peque�os mundos que refugian tesoros caprichosos que llaman a gritos a sus fieles amantes: comics de superh�roes, discos importados, libros de magia medieval, juguetes de los setentas y la mejor purpurina del mercado -�sa que usan las artistas de televisi�n, nos aclara la vendedora-. Cuesta distinguir el l�mite entre locales y pasillos cuando en la marea de paseantes se acumulan corsets g�ticos, piercings fosforecentes, skates surtidos, carteritas de vinilo, ropa de Hip Hop talle XXXL y pul�veres de colores tejidos a mano por alguna abuelita Punk.

Los vendedores, que ya rozan los treinta a�os y se consideran en su mayor�a los fundadores �picos de la Bond, con cierto snobismo de clase sacan a relucir -cual carnet de pertenencia- sus pueriles avatares en el recinto que nos convoca.� El exceso de conocimiento de causa, a m�s de uno ha llevado a ofertar con carteles de ne�n, un potpurr� de nuevas tendencias para el joven consumidor que oscila entre los catorce y los veinte a�os. Tal vez, fuera de este enjambre, cada objeto llame la atenci�n en s� mismo, sin embargo son tantos que por acumulaci�n se pierden en un saturante efluvio de atm�sfera cargada, que amenaza con saturar la percepci�n de hasta el m�s ferviente militante surrealista.

Como lo har�a una aggiornada Lita de L�zari, chusmeo y comparo los precios que penden de las etiquetas hasta llegar a la conclusi�n de que la canasta b�sica interna ronda los cincuenta pesos per adquisici�n, ya sea que se compre, se�ora, una remera del Chavo del ocho, un kit de ?make-up Glam?, un disco de Trash importado o el tatuaje del nombre de su gato en japon�s. En plena queja, me decido a dejar de dar vueltas como un trompo y me meto en el que se etiqueta como ?el primer local de tatuajes de la galer�a?. Mi nuevo gu�a del Averno -ilustrado en el ochenta por ciento de su cuerpo- comenta que ?antes un jubilado ganaba quince d�lares de jubilaci�n, un local en la Bond costaba cien d�lares por mes y un skate costaba doscientos veinte y la gente lo pagaba. Hoy la galer�a vende chucher�as y no es �se el p�blico que queremos los tatuadores?. Inocente, le pregunto por qu�. Toma un trago m�s de su cerveza y se r�e pelado y sin un diente, a la vez que se acomoda en uno de los sillones forrados en piel de cebra de su local. ?Porque si yo cobro un tatuaje doscientos pesos, estos pibes que vienen con veinte pesos en el bolsillo salen corriendo, no tienen poder de compra, pero se la pasan dando vueltas por la galer�a toda la tarde, eso no puede ser.? Decreta col�rico, resuelto a poner orden en la repartici�n de clientes por la que tatuadores y dise�adores se lanzan a competir con u�as y dientes.

Es mi momento de escapar, me digo segundos despu�s de haber elegido con desgano -y para acallar su insistencia-, una versi�n de la Flor de Loto que mi gu�a se muestra muy dispuesto a estamparme en el hombro la pr�xima vez que pase, a cambio de un precio especial de ciento cuarenta y cinco pesos.

Elige tu propia aventura.
Entro a un local de paleta roja, verde y azul, que contrasta con el gris cobayo de los locales afuera de la galer�a. Con la rigurosidad del periodismo in situ vivo la extenuante experiencia de elegir una remera en los tonos del papagayo. Algo me impide cumplir mi cometido: dos clientas en acci�n -madre e hija- est�n dispuestas a compartir conmigo sus profundas vivencias bondstreetenses. Patricia -la madre- acaba de pagar en c�modas cuotas sin inter�s el regalo de cumplea�os de su hija Mariana. Desde finales de los ochentas hasta ahora, la galer�a no ha cambiado tanto su oferta, lo que s�, las formas de pago se han puesto al d�a y se acepta financiaci�n sin inter�s y tarjetas de d�bito. Si el pago digital algo le ha aportado a la galer�a, son padres que acompa�an a sus hijos en sus tardes de compras, firman autorizaciones para que los tat�en y los toman cari�osamente de la mano mientras se perforan los ombligos.

Patricia no disimula un gesto ambiguo en sus ojos cuando le pregunto qu� le parece a ella este simp�tico lugar. Se descarga -con un dejo de resignaci�n y sin responder a mi pregunta- que c�mo es posible que ?su? Marian haya preferido venir por un pul�ver lleno de calaveras en vez de la agraciada camperita con rayitas peltre que ella le quer�a comprar en un Shopping de Palermo. Mariana se sonroja c�mplice, se quita el flequillo que le cubre el ojo derecho y no duda en decirme que en cuanto consiga la plata que su abuelo le prometi� para sus quince va a venir a perforarse la nariz -como los toros, agrega Patricia-. El empleado del negocio se llama Pablo, tiene treinta y cinco a�os y prefiere que le digan dise�ador, aunque es autodidacta -aclara-. Pablo hace diez a�os que trabaja en la galer�a, acaba de escuchar la conversaci�n de refil�n y acepta responder mis preguntas siempre y cuando no nombre a su local ?no es cuesti�n de perder imagen, �vio?-.

-�No es raro que vengan las madres con las hijas?-le pregunto a sabiendas de que mi pregunta suena ret�rica.
-Es raro porque es s�bado, pero los d�as de semana es lo m�s normal.
-�S�?
- S�, se�oras muy paquetas con hijas vestidas a lo ?chispie?, como la que se fue (dice refiri�ndose a Mariana), esas chicas que se ponen todos los pl�sticos y medias de colores. Otras, vienen con su hija g�tica y se van a comprar unas plataformas gigantes. Tambi�n hay madres j�venes con chicos y los nenes se asustan de los darks, de los afros, de todos, piensan que est�n disfrazados. Pero te digo, en general los padres no vienen los fines de semana.
-�Pens�s que la galer�a sigue conservando el esp�ritu ?under? que ten�a en los noventa?
- En los noventa, no se ven�a con tanta naturalidad. Cierta gente no se animaba a entrar, es como Am�rica (dice refiri�ndose al boliche gay), la gente no iba, ten�a como miedo, ahora se abri� m�s la cabeza. Cuando yo ten�a la edad de los chicos que vienen ahora, hab�a m�sica que no exist�a, Miranda!, por ejemplo. Los noventas eran m�s rock and roll, ahora estamos en un siglo m�s alternativo, mucho pelito de colores, pins y esas cosas.
- �Por qu� pens�s que se dio ese cambio en la galer�a?
-Tiene que ver con los medios, Internet, la comunicaci�n est� tan abierta?Al dejar de existir la moda estandarizada, ya todo el mundo elige lo que le gusta, ac� lo ves, en mi local entra de todo. Por ejemplo, vienen dos chicas y se miran como dici�ndose� ?�qu� hac�s vos ac�?? y nada que ver una con la otra y se llevan las dos lo mismo y cada una lo incorpora a su manera. No es que ac� veas algo que no lo viste nunca, hay una est�tica, dark, punk, skate, muy relacionada con la m�sica, pero todos, todos, tienen el prototipo del rockero, sea de la onda que sea, el divismo, digamos. And� y fijate en los locales de tatuajes, vas a ver que est�n las fotos de los famosos de la tele. Te juro que las chicas vienen y dicen que quieren el tatuaje de Araceli, la remerita de Celeste Cid, eso s�, despu�s cada una trata de diferenciarse dentro de lo que ya est� aceptado. Nadie viene a ponerse una palangana en la cabeza, eso desde ya, pero el look est� muy mezclado, ac� ves a un ?g�tico? lleno de pl�stico que parece un ?chispie?. Es la adolescencia, todas las semanas cambia de onda, sos re hippie, re punk, re chispie, re g�tico?re cheta (se r�e c�mplice).
-�Una ?cheta? entrar�a de compras a la Bond?
- �sa es una palabra que falta terminar de definir, pero pongan lo que se pongan, �c�mo le dec�s a esas chicas de uniforme que vienen a tarjetear con las amigas cuando quieren hacerse las loquitas?

Creo que vender palanganas no ser�a un negocio muy rentable para Pablo. Tal vez, si el d�a de ma�ana una banda nueva viniera a reivindicar los elementos de bazar, no sorprender�a que se vendieran rayadores y sacacorchos en alg�n local. Pero no todo es el �ltimo grito de la m�sica.

-Fijate en los pins que venden. Muchos son de m�sica, pero tambi�n ten�s los de dibujitos, como Rainbow Bright, los que van en contra de alg�n tipo de discriminaci�n y dem�s. Es todo muy ecl�ctico ac� -contin�a Pablo y concluye diciendo que para saber de qu� la va cada uno en la Bond hay que ir por un pin y pon�rselo en el pecho cual escarapela.

Si te he visto, no me acuerdo.
Voy al local de enfrente donde mil im�genes se cuelan en un firmamento de pins redonditos y relucientes por tan s�lo un peso. El top ten de los personajes m�s pedidos, nos dice Emi -una de las vendedoras-, lo encabezan Jack, el ojeroso y esmirriado mu�equito de las pel�culas de Tim Burton, y Hello Kitty, el gatito pomposo y tierno. �No se nos habr� pasado la mano con lo retro? Yo trato de entender si es que el simp�tico felino deja trascender mucho m�s que un melanc�lico esbozo de ni�ez perdida -o no tanto-. Como sea, Emi revela que las billeteras, hebillas, bolsos y espejitos que lo tienen como representante se adquieren en Once al veinticinco (s�, veinticinco) por ciento de su valor de venta en la galer�a. Otros �conos de los ochentas tambi�n pueden conseguirse en admin�culos varios: entre Miranda!, el Che, Marilyn Manson, Einstein y El otro yo, tambi�n se acumulan Trolls, Critters, He-Man, Mi peque�o pony y los Thunder Cats. Hay para todos los gustos, a no desesperar.

Chicas Bond
Con cierto descaro salgo del reino del pin y me topo con tres chicas p�lidas como leche descremada y vestidas de negro de los pies a la cabeza -que coronan con una inocente coronita de tul-. Est�n muy contentas de que les haga una entrevista. Tatiana se ofrece a responder, no sin antes mirarme de arriba a abajo, es obvio que el Montgomery no es tan largo como para tapar mi pollera con flores celestes que nada tiene que ver con ?la moda Bond?, si es que algo como eso existe. Tatiana tiene catorce a�os, es de Moreno y no vino as� vestida en el colectivo, se cambi� en el ba�o. Con todo caradurismo le pregunto qu� se puso en la cara para estar tan p�lida. Sus amigas se r�en mientras ella saca de su bolso negro -�hace falta aclarar?- una base blanca que s�lo se puede comprar en la Bond o en negocios de maquillaje art�stico. La abre, me pone un poquito en el cachete y me muestra con un espejito c�mo tapa mis pecas.

-�C�mo definir�as a la galer�a?-arremeto.
-Una galer�a copada, donde est� desde el m�s enfermo hasta el m�s normal.
-�Qu� encontr�s ac� que no podr�as encontrar en otro lado?
-Ac� encontr�s las cosas m�s r�pido y m�s f�cil?la ropa?la onda de la gente.
Supuestamente �sta es una galer�a con locales, nada m�s. Pero, en verdad es un lugar de reuni�n, ven�s y est� todo bien, nadie te dice nada?nosotras nos reunimos en la placita, pero ahora hace fr�o as� que venimos ac�.
-�A partir de que empezaste a venir a la galer�a cambiaste en algo?
-S�, en todo, yo antes me vest�a m�s machito, empec� a ver ropa negra que es m�s femenina y me transform�. Ac� me ense�aron.
-�Qui�n te ense��?
-La gente, los amigos?
-�Compr�s algo cada vez que ven�s?
-S�, yo casi siempre.
-�Y cu�nto gast�s?
-Entre cincuenta y cien pesos.
-�Y cada cuanto ven�s?
-Cada fin de semana, a veces m�s.

Dejo a Tatiana con sus amigas en el segundo subsuelo y subo hasta el bar. Pido un caf� con medialunas y miro a la gente que pasa, sube y baja y da vueltas como en una calesita de Nunca Jam�s. Hay turistas que est�n hace m�s de una hora y giran en redondo, sin decidirse, �les parecer� raro el lugar? Es tanta la curiosidad que genera este tierno nosocomio que la galer�a finalmente se vuelve en s� misma un paseo para ver a los paseantes. Los pelos revueltos, las lentes de contacto blancas, la purpurina, las plataformas, tal vez sean el uniforme moderno con el que a cierta edad se intenta seguir eligiendo ante un mercado que cada vez pugna con mayor fuerza para incorporar a su est�ndar hasta al �ltimo adolescente. Lo llamativo, y algo penoso entre tanto jolgorio festivo que se vive en la Bond, es que con el paso de los �ltimos diez o quince a�os muchos de los productos de la galer�a se hayan institucionalizado como un canon irreverente, momific�ndose, volviendo la diferencia, ley.

Desde el bar, se puede ver la calle, el afuera y el fr�o desdibuj�ndose en el vidrio empa�ado. La Bond Street, portadora de un nombre tan pacato, tan alusivo a su tocaya londinense donde se exhiben vestidos y trajes de alta costura, alguna vez renaci�, oh milagro, con el aura y estigma de ser un espacio ?under? y de m�ltiples confluencias, tan �nico y fantasioso que, como un Hades de juguete, pareciera no estar en ning�n lugar ni poder alguna vez perecer.

Vuelve el mozo y se lamenta, medialunas no hay. Bajo los dos pisos y salgo atravesando las luces de ne�n que le dan vida iridiscente a esta galer�a que hoy persevera, entre m�tica y rebelde, pese a dar sus primeros pasos en el mundo Mainstream.

Jimena Repetto

Direcci�n y dise�o: Juan Diego Incardona
Consejo editorial: In�s de Mendon�a, Camila Flynn, Marina Kogan, Juan Pablo Lafosse, Juan Leotta, Juan Pablo Liefeld
Control de calidad: Sebasti�n Hernaiz

Im�genes de ilustraci�n:

Margen inferior: Tamara Muller, Silent Girls II (detalle).