Cuando en 1976 aparece p�blicamente el Movimiento Infrarrealista, hac�a dos a�os que el decano de los talleristas en M�xico nos hab�a expulsado de su coto universitario porque le redactamos su renuncia. Desde entonces las lenguas viperinas del ?mundillo cultural? propagaron la especie de que los infras �ramos unos provocadores y reventadores de lecturas po�ticas. El chisme se acrecent� por nuestra beligerante participaci�n en un deslucido congreso internacional de escritores, por algunos incidentes con Octavio Paz ?el �ltimo Ner�n de las panader�as literarias del pa�s? y finalmente por los sucesos de 1983 en el Palacio de Miner�a.
Y como ya es costumbre aqu� sustituir la cr�tica por la valorata anecd�tica, como bien se dice en la contraportada de Canciones para gandallas y otros poemas urbanos, esos dos que tres hechos bastaron para que los cr�ticos de la literatura dieran cimiento al mito de nuestra mala fama. Mas por paradojal coincidencia, porque el primer ataque p�blico y colectivo en el que nos lanzamos a fondo fue al funcionamiento del taller de poes�a que en la UNAM dirige a perpetuidad don Juan (perd�n, voy al) Ba�uelos, desde mediados de la d�cada anterior empezaron a pulular esa suerte de incubadoras auspiciadas por las instituciones mudocr�ticas, con el claro prop�sito de procrear las camadas de escritores que habr�n de sustituir a quienes hoy sirven de lavanderas de conciencia del estado de cosas imperante.
Pero junto a nuestra diatriba contra la situaci�n que hace m�s de diez a�os priva en la creaci�n art�stica del pa�s, especialmente en la poes�a, propon�amos actividades alternativas y, aun como la punta del iceberg, una obra. Aunque escaso, de ello dan testimonio las publicaciones que hemos emprendido desde que nos confabulamos vitalmente a fines de 1973 para oponernos al esp�ritu de oscurantista c�rculo que domina al trabajo art�stico en nuestra patria. Quien hoy vuelva a leer Zarazo n�mero 0, editado en enero de 1974, P�jaro de calor (1976), Correspondencia infra (1977) y las hojas de poes�a Calandria de tolva�eras, que espor�dicamente rolan desde el D�a de Muertos de 1984, podr� comprobarlo.
Y si quienes ejercitan sus alquiladas plumas de pavos irreales en los medios de difusi�n para alabar o ningunear el presunto arte de los que se dedican al trabajo est�tico, aprovechan con toda impunidad los espacios con que cuentan para descalificar a los infras, se debe con toda evidencia al cuestionamiento que con nuestra obra y actitud hacemos del fen�meno de la mercantilizaci�n del arte. Siendo ante todo una actividad humana espec�fica por la que accedemos a un conocimiento m�s profundo de nuestra especie animal, con sus resortes emocionales y sexymentales propios, la creaci�n art�stica nos impone una tarea liberadora: deshacernos por esta v�a de todas las ataduras alienadas que se nos han impuesto en el desarrollo de la civilizaci�n.
Otro es el sentido que las editoriales, las galer�as, las casas de m�sica, las radiodifusoras, los peri�dicos, la televisi�n y las instituciones p�blicas y privadas dan a esta actividad humana. En algunos casos, el inmediato af�n de acumular billetes los lleva a elevar en pedestales de publicidad a estrellas cuyo �nico m�rito es el de servir de pati�os a la acumulaci�n de ganancias; en otros, el prestigio de una firma comercial que, en �ltima instancia, tambi�n redituar� abultadas chequeras; finalmente, y esto es lo m�s peligroso, el hecho de abarcar entre sus tent�culos cualquier manifestaci�n art�stica que sale de los marcos establecidos para volverla al cauce de la pusilanimidad, a trav�s de legitimar un supuesto pluralismo que s�lo existe en la imaginaci�n de quienes hoy, sentados en una silla sin cinchas, llevan de las riendas a un ind�mito caballo.
En la defensa de nuestras posiciones y actitud no hemos estado solos. Incluso antes de que nos autonombr�ramos Movimiento Infrarrealista hab�amos ya tendido lazos de identidad con creadores de otras latitudes y �pocas que, como nosotros, conciben que ?el verdadero arte, aquel que no se satisface con las variaciones de modelos preestablecidos, sino que se esfuerza por expresar las necesidades �ntimas del hombre y de la humanidad, no puede dejar de ser revolucionario, es decir, no puede sino aspirar a una reconstrucci�n completa y radical de la sociedad, aunque s�lo sea para liberar a la creaci�n intelectual de las cadenas que la obstaculizan y para permitir a toda la humanidad elevarse a las alturas que s�lo genios solitarios alcanzaron en el pasado?(1).
As�, compa�eros de nuestra propia generaci�n han sido los poetas del Movimiento Hora Zero, de Per�, que al principiar los a�os setenta sacudieron el momificado ambiente cultural de su pa�s; los poetas beatniks que en Estados Unidos tambi�n se pronunciaron contra el anquilosamiento de la creaci�n art�stica; el surrealismo, los poetas malditos y Dad�, que se preocuparon por ?establecer y asegurar un r�gimen an�rquico de libertad individual para la creaci�n intelectual, sin ninguna autoridad, ninguna constricci�n ni la m�s m�nima traza de �rdenes?(2). Es la tradici�n que recuperamos tambi�n de poetas nacidos en esta tierra, como los estridentistas o Antonio Plaza Llamas, otros muchos que falta mencionar y nuestros un poco m�s lejanos ascendientes poetas espa�oles y latinos con quienes tenemos el orgasmo de compartir la antolog�a Nosotros los cl�sicos.
Estas posiciones son las que los alquilones de plumas desde sus trincheras combaten, personific�ndolas en el Movimiento Infrarrealista. Y para hacerlo han diseminado en todas partes las patra�as m�s absurdas: nuestra aparente belicosidad y violencia, nuestra falta de obra, nuestra iconoclastia a ultranza, nuestra sistem�tica negativa a cobijarnos bajo las faldas de las instituciones para difundir lo que hacemos. Todo ello, refalsos de falsarios. El hecho mismo de que estemos aqu� desmiente que nuestra bronca con las instituciones sea �nicamente visceral y v�lida como bronca en s� misma. Tampoco legitima la m�scara de puertas abiertas con que al carnaval de la creaci�n art�stica se presenta el Estado y, mucho menos, su falaz pluralismo.
Mientras en esta sala gubernamental se nos deja vociferar y presentar dos libros de poes�a de Ediciones Calandria, proyecto editorial que contra viento y marea sostenemos en forma independiente, ya las corporaciones policiacas fraguan alguna nueva redada en contra de campesinos o colonos en lucha por la tierra; en cualquier oficina burocr�tica se decide el incremento de la deuda externa o la declaratoria ilegal para cualquier movimiento huelgu�stico; y los amos de las computadoras creen que en sus maniquiurados dedos se halla el destino de la humanidad.
?�Sabedlo, soberanos y vasallos!?(3), �p�blico y administradores del INBA sor!, antes de presentar los primeros vol�menes de nuestro proyecto editorial y de leer nuestros versos en esta Sala Ponce (y al m�sico tambi�n le gustaba el leg�timo ca�abar y el pulm�n), hemos le�do nuestros poemas en cantinas, cervecer�as, esquinas, vagones del Metro, pulcatas, rutas 100, m�tines y manifestaciones diversas, es decir, a extramuros de los publiciteados regateos de peso y precio del mercado editorial.
Y a fin de referirme en seguida concretamente a Canciones para gandallas y otros poemas urbanos, que bajo nuestro sello editorial aparece con la firma de Jes�s Luis Ben�tez, repetir� una afirmaci�n de mi abuelo cuando a los amigos nos daba lecciones de vida: ?el escritor debe naturalmente ganar dinero para poder vivir y escribir, pero en ning�n caso debe vivir y escribir para ganar dinero?(4).
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1.- Manifiesto por un arte revolucionario e independiente, Le�n Trotsky, Andr� Breton y Diego Rivera.
2.- Idem.
3.- Asonancias, Salvador D�az Mir�n.
4.- Manuscritos econ�mico-filos�ficos de 1844, Carlos Marx.
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M�xico, D.F., 19 de noviembre, 1987
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* Texto para ser le�do en la Sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes de la Ciudad de M�xico en la presentaci�n de los libros Poemas impunes y Canciones para gandallas y otros poemas urbanos, firmados por Sergio Loya y Jes�s Luis Ben�tez, respectivamente, publicados bajo el sello de Ediciones Calandria.
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