el interpretador poesía

 

Rodríguez en Angola

Martín Gambarotta

 

 

 

/

Los que tienen la sartén, los que fríen, los que la limpian
los que ni fríen, ni limpian y miran como se tiene, se fríe
se limpia, los que lavan platos, los que hornean loza
los que antes horneaban loza y ahora lavan platos
los que hacen pochoclo y se sientan a mirar
fotos de Rodríguez en Angola.

 

/

Los que duermen en el valle de silicio, los que están despiertos
cargándole combustible a su auto en una estación de servicio
en el valle de silicio, los que duermen en el tren eléctrico
adentrándose en el valle de silicio, los que van despiertos
en el tren eléctrico adentrándose en el valle de silicio
los que duermen en el tren eléctrico que sale del valle
de silicio, los que van despiertos tomando una cerveza
en el tren que sale del valle de silicio
y ven pasar volando en la otra dirección una ráfaga
de vagones iluminados en viaje hacia el valle de silicio
los que quieren llegar al valle de silicio a trabajar
en overol naranja para la compañía eléctrica leyendo
los medidores de luz del valle de silicio, los que quieren
irse del valle de silicio con el overol naranja todavía puesto
porque no quieren trabajar más para la compañía eléctrica
leyendo los medidores de luz del valle de silicio.

/

Los que quieren
quemar la bandera, los que quieren besarla
los que dicen que es un delantal de carnicero
los que dicen que es un mantel para servir puchero.

/

Un himno nacional cantado desde 95, 65, 85, 1975
un himno cantado en un templo no es lo mismo que un himno cantado en un frigorífico
que un himno cantado por una cuadrilla de compañía eléctrica camino a revisar medidores
no es lo mismo que un himno cantado por una patrulla. Una cuadrilla puede ser patrulla
pero una patrulla no puede ser cuadrilla. Cuadrilla = protón de patrulla.

 

/

(Acto I. Escena I. Rodríguez vestido de pionero. Escenografía a elección.)

RODRIGUEZ: Madre, creo que soy un fascista y no temo serlo
pero quiero dejar de serlo o al entenderme fascista
y no sentir temor dejo de serlo, es una pregunta;
no hablo del lugar común de los que son fascistas
y no lo saben, no hay nada más fácil que decirse
no fascista; cuando veo un demócrata por tevé
quiero pegarle un tiro; tengo planes para todos
construcción de hospitales, regulación del alcohol
por parte del estado, una nueva gramática; estoy
del lado de la policía. ¿Conocés ese texto madre
donde P.P.P. se pone del lado de la policía cuando
reprimen a los estudiantes? Y también a veces dudo
hasta de ser fascista y tampoco temo ser otra cosa:
un quinto columnista, triple P portando la antorcha
con la que ha de incendiar babilonias o un cuadro
del partido republicano al que le ponen en su copa
la última aceituna del frasco para que sorba martini
en lo que fue el este.

/

Rodríguez compuso La Balsa. Rodríguez puso la bomba en el Hotel Rey
David. Rodríguez achuró a tres comandos Afrikaners con su bayoneta
en las trincheras de Cuito Cuanavale. Rodríguez desayunó caviar y
vodka con El Chacal. Rodríguez sabe volar MiGs. Rodríguez sopló su
armónica en una fiesta privada hasta que le sangraron los labios por
un cheque de nueve mil. Rodríguez se folló a la hija del Presidente
Gonzalo (no se la tiró, no se la cojió: se la folló en la suite presidencial
del Hotel Rey David). Con leche agresiva de cabras agrestes, Rodríguez
cuajó el agrio yogur de la. Rodríguez liberó Angola.

/

El hombre que talló una madera no es el mismo
que sostiene la herramienta improvisada con la que talló la madera
no es el mismo que después de cojer se puso a tallar
madera con el mango de una cuchara no es
el mismo hombre desnudo sentado
tallando un pedazo de madera.

/

Una vez Rodríguez estuvo una semana tirado con fiebre en la cabina
de un portaaviones. Otra vez Rodríguez nadó toda una noche en la
pileta iluminada. Más de una vez Rodríguez leyó su apellido escrito en
caracteres cirílicos. Alguna vez Rodríguez anduvo por plaza Sintagma
con la mandíbula tiesa. Rara vez Rodríguez trova gratis. Esta vez
Rodríguez está frito.

/

El mejor disco de Rodríguez se llama Unki Dori.
El mejor disco de Rodríguez se llama Armando un Rifle Automático en la Oscuridad.
El mejor disco de Rodríguez se llama Desayuno con el Chacal.
El mejor disco de Rodríguez se llama Oh, Piedad.

/

Rodríguez sale de la fiebre: no es teniente, no sabe trovar; está, sí, en
una combi, pero es la combi de una compañía eléctrica; tiene puesto
el overol naranja de la empresa con su nombre, S. RODRIGUEZ,
estampado en el bolsillo. Cuando se apaga la luz en el valle de silicio, la
empresa cuenta con que la cuadrilla la volverá a encender. Sienten
antes que nadie el olor a cable quemado que larga la noche. Esperan
la llamada de la central, cada uno enfrascado en sus cosas. Es un
discurso entrecortado el de la central que les llega por la radio de la
combi. La presión sube como el precio del atún. Es una cuadrilla
callada ésta. No son de hablar mucho entre ellos. Cada uno entiende
el potencial de patrulla que existe en una cuadrilla. La energía en
potencia reside en sus venas. Son hombres cargados de corriente
alterna en un mundo de corriente directa. Pero están en la suya. Ni
siquiera el más joven que fuma al fondo de la combi sabría detectar.
Detectar qué. Un cable de verdad en el circuito de la mentira. Fuma o
se come las cutículas. Bueno: fuma y se come las cutículas pensando.
Rodríguez sale de la fiebre: no es teniente, no sabe trovar; está, sí, en
una combi, pero es la combi de una compañía eléctrica; tiene puesto
el overol naranja de la empresa con su nombre, S. RODRIGUEZ,
estampado en el bolsillo. Cuando se apaga la luz en el valle de silicio, la
empresa cuenta con que la cuadrilla la volverá a encender. Sienten
antes que nadie el olor a cable quemado que larga la noche. Esperan
la llamada de la central, cada uno enfrascado en sus cosas. Es un
discurso entrecortado el de la central que les llega por la radio de la
combi. La presión sube como el precio del atún. Es una cuadrilla
callada ésta. No son de hablar mucho entre ellos. Cada uno entiende
el potencial de patrulla que existe en una cuadrilla. La energía en
potencia reside en sus venas. Son hombres cargados de corriente
alterna en un mundo de corriente directa. Pero están en la suya. Ni
siquiera el más joven que fuma al fondo de la combi sabría detectar.
Detectar qué. Un cable de verdad en el circuito de la mentira. Fuma o
se come las cutículas. Bueno: fuma y se come las cutículas pensando.
Hasta hace un rato circulaban con las luces bajas por el valle buscando
un lugar abierto para comprar bebida. Es una cuadrilla de cinco. Esta
noche están de guardia. A veces cuando solucionan un problema hay
vecinos que se animan y salen para agradecer. Llenan un envase de
coca con agua de la canilla y se la alcanzan. Algunas viejas los saludan
desde sus ventanas enrejadas, los matagatos siempre a mano en el
primer cajón de la mesa de luz por si vienen a cortar el servicio.
¡Addio! ¡Arrivederci! ¡Addio! La comunidad calibre 22 despide a la
cuadrilla como si estuviera yéndose a la guerra. Trabajan juntos hace
apenas un par de semanas. Los reclutó la empresa porque saben
cortar cables sin electrocutarse, les puso overoles naranja y los subió a
la combi. No se conocían. Sin embargo, Rodríguez les ve cara conocida
de alguna parte. La combi circula ahora un poco más rápido hasta
que toma la ruta que conduce al aeropuerto. Entonces le vuelve la
fiebre. Se desparrama por su cuerpo como electricidad natural,
electricidad sin procesar por la usina del valle, un lento relámpago
interior sin trueno paseándose por su sistema nervioso. Es gratis la
electricidad que lo aqueja. Nadie va a tener que pagar una cuenta a
fin de mes por los voltios que ahora lo consumen. Un zumbido en el
oído lo deja sordomudo y entonces Rodríguez es un teniente, sabe
trovar otra vez, entra en la fiebre. Cada uno lleva en un bolsillo del
overol una píldora para bajar la fiebre. La empresa no quiere delirios
mientras están de guardia. Tienen instrucciones precisas: si hay fiebre,
deben tomar la píldora. Pero Rodríguez se resiste a tomarla. Los MiGs
son una luz. La fiebre es tan alta que por momentos lo vuelve
Afrikaner.

/

El machete no es para cortar pomelos
es para cortar cabezas, el verano
no es para sonreír
es para mostrar los dientes.

/

La cuadrilla que trabaja en negro anda con los cables cruzados. Son
subcontratados al servicio de una empresa mayor. Todos tienen
nombres sacados del evangelio (menos uno). No hay, sin embargo,
ganas de andar citando salmos. La combi es una jaula. Liberarse
estando adentro, enjaularse estando libre, trovar
intranscendentemente, esa es la idea, con el overol naranja siempre
puesto. El más viejo de todos es el que maneja, por eso lo llaman
Padre. Se cree el dueño del espejo retrovisor. Cuando encaran la ruta
hacia el aeropuerto, la mejor ruta de todas, le preguntan: adónde
vamos, Padre. Y Padre, así le dicen, siempre responde lo mismo sin
despegar los ojos de la ruta. El valle de silicio está en silencio, deben
atravesarlo en combi. El silencio del valle no tiene precio. Cuando
cruzan el oscuro valle, sin embargo, no temen ningún mal. Los que
deben temer son los que cruzan ese valle en el tren eléctrico. El más
joven de la cuadrilla viaja al fondo de la combi ensimismado en lo suyo
porque hoy se montó a una perra de gimnasio. Ahora no logra volver
sobre los hechos de manera lineal. Lo único seguro es que llevaba un
buzo que decía HEBRAICA. Así logró lavar su fobia. Se va a tatuar el
candelabro de siete brazos en un hombro. Es una planta masculina, el
que viaja atrás, que no sabe mentirse. Fuma un atado de parisiennes
que no es suyo, no sabe de dónde lo sacó. Está callado porque tiene
cosas para decir. Parece feliz pero sólo está aburrido. Cuando está
feliz también parece aburrido, así son las cosas al fondo de la combi.
La situación no le causa ninguna gracia. No importa, hay mucho
trabajo. Una nube se posó sobre Luján, se recalentaron los microondas
de las futuras damas de hierro, saltaron todos los tapones; hay, en
consecuencia, mucho trabajo. Son las siete menos cuarto y ya es de
noche. A veces se cruzan con una cuadrilla haciendo algún otro tipo
de tarea. La cuadrilla, por ejemplo, que arregla semáforos. Nadie
quiere trabajar en la cuadrilla de los semáforos caídos. Aunque andan
en una camioneta más pequeña, les cuesta moverse por el tráfico
espeso. Viajar en un cacharro de acero inoxidable hacia el centro
mismo del caos no tiene nada de divertido. Pero no siempre es así.
Hay jornadas limpias de obligaciones. A veces a la noche tarde, las dos
cuadrillas hasta tienen tiempo para detenerse en una esquina a tomar
de la misma caja. Hacen una ronda, toman y putean porque tienen
que trabajar los sábados. Los días se apilan como latas en un
supermercado. Hay que acostumbrarse a mirar los sábados por la
ventanilla de una combi. El que viaja al fondo les convida parisiennes a
los reparadores de semáforos – total, no son suyos. Más temprano se
fumó un par en la puerta del gimnasio y se puso a mirar a las chicas
en calzas de algodón. El que maneja, Padre, es el más comisario. Está
al tanto de cualquier murmullo, oye todo. Algunos sospechan que es
la oreja de los de recursos humanos. Las cuadrillas se quedan ahí
bebiendo hasta que alguno hace la pregunta. Primero, en realidad, el
que hace la pregunta respira hondo, le pega una pitada final a su
parisiennes antes de tirarlo y después, de última, levantándose, hace
la pregunta: a dónde vamos, Padre. Y Padre siempre responde lo
mismo: a las conchas de nuestras madres. Esa es la señal para subirse
otra vez a la combi. Al contestar Padre, esté donde esté, siempre
parece estar con la mirada fija en la cinta de asfalto que lleva al
aeropuerto. La fiebre es diva. Estar con fiebre es estar en contra de la
fiebre. No soy el verdadero, no soy ese Rodríguez, no soy verdadero,
ése no soy, no soy una ese, no soy ése pero soy una ese, soy ése
tomando la ese de Senna, una curva en ese, en el seseo; a las nueve,
a las nueve en punto, Afrikaners at nain ocloc y no es precisamente
nieve lo que disparan.

 

 

 

Martín Gambarotta

 

 
el interpretador acerca del autor
 

 

               

Martín Gambarotta

(Buenos Aires, 1968).

Publicó Punctum (Libros de Tierra Firme, Buenos Aires, 1996), Seudo (VOX, Bahía Blanca, 2000) y Relapso+Angola (VOX, Bahía Blanca, 2005). “Rodríguez en Angola” está compuesto por fragmentos de Relapso+Angola.


   
   
   
   
   
 
 
Dirección y diseño: Juan Diego Incardona
Consejo editorial: Inés de Mendonça, Camila Flynn, Marina Kogan, Juan Pablo Lafosse, Juan Leotta, Juan Pablo Liefeld
sección artes visuales: Florencia Pastorella
Control de calidad: Sebastián Hernaiz
 
 
 
 

Imágenes de ilustración:

Margen inferior: Daniel Campos, Obra (detalle).