John Shade, o Vladimir Nabokov, escribió en Pálido fuego que si hubiéramos sido capaces de imaginar la vida antes de nacer, nos hubiera resultado indeciblemente extraña, una maravillosa absurdidad. Desde sus primeras novelas Marcelo Cohen viene postulando mundos alternativos a éste que, con tenaz y muy justificable certeza, solemos calificar como “real”. La impresión que nos dejan esos mundos se asemeja a lo que seguramente nos hubiera parecido la vida, si hubiéramos podido imaginarla antes de nacer. Los textos de Cohen posteriores a los cuentos de El instrumento más caro de la tierra, abrevan directamente en el género ciencia ficción, hacen uso de algunos de sus recursos y climas con un trabajo pasmosamente productivo y riguroso con el lenguaje. Quedan de aquellos primeros cuentos los restos de una mirada casi realista que al aparearse con lo fantástico producen una fuga de géneros y estéticas hacia la construcción de una poética. Esos restos se convierten en un registro de lo íntimo, de prácticas políticas y culturales constitutivas de un presente imaginario, extraño, anómalo, que parece anidar en este presente nuestro que acaba de pasar.
En Donde yo no estaba un mayorista de lencería femenina, llamado Aliano D’Evanderey, escribe detallada y gozosamente su cotidianidad en su diario íntimo. Allí tenemos pequeños fragmentos narrativos combinados con reflexiones sobre la vida que rodea a este lúcido y lúdico comerciante: su matrimonio, sus hijos, su negocio, la política, la religión, las costumbres, el arte y más. Lectores voyeurs, sentimos estar oteando en el laboratorio omnívoro de la escritura de Aliano, por el que hace pasar hasta la más nimia de sus vivencias. Todo sucede en un mundo llamado “Delta Panorámico”, donde los países son diferentes islas, atravesadas por un pasado y un presente de “culturizaciones” -algo así como una colonización cultural que a posteriori deriva en una económica-, tensiones y conflictos. Aliano habita en Lavinca, ciudad ubicada en la isla Murmora. Un posible devenir de la democracia capitalista contemporánea es el sistema político y económico que impera en la isla: la Democracia Gentil. La filosofía política dominante en esta democracia pregona la flexibilidad de sus instituciones y el ejercicio de un control solapado, especialmente mental, sobre sus ciudadanos. Este sistema se ha erigido como un límite al “espíritu de movilización del progreso, afiebrado, arrasador”(1); constituye una estabilización cultural y política donde coexisten bajo la síntesis pragmática y opaca de una burocracia ligera, la desigualdad económica y un moderado liberalismo político y cultural.
Con la propia escritura, Aliano va desgranando, no sin incertidumbres y dudas, una filosofía de la escritura. Para él escribir es una manera de extinguirse, de disiparse progresivamente para dar lugar a la multiplicidad del mundo que postula. Este proyecto, en el que resuenan ecos de Spinoza y del budismo, requiere de un exhaustivo despliegue narrativo y descriptivo. Así, con el correr del texto, vamos entendiendo también por qué Cohen necesitó la friolera de 726 páginas para Donde yo no estaba. Claro, sólo tenemos una filosofía de la escritura y no una filosofía de la composición a la manera de un Poe ni una filosofía del arte narrativo a la manera de un Borges. A D’Evanderey no le interesa manipular artificios narrativos, sino discurrir copiosamente, registrar, devorar en la escritura lo dado “para acoger la muerte” en una crónica de la intimidad: “Me obstino en describir un largo tránsito cuando el lector de historias quiere clímax y desenlace”(2), escribe Aliano. Después de enterarse de que padece una enfermedad que lo puede matar en los próximos cinco minutos o veinte años -la misteriosa mota de Sambovlit, un coágulo que mora en su cabeza-, su proyecto se radicaliza; parece agudizarse el anhelo de ir desintegrándose en su escritura. La enfermedad es el primero de una serie de hechos que van corroyendo la pacífica vida de Aliano. El segundo, la inesperada separación de Cler, su amada esposa, curadora de un museo, quien le confiesa estar enamorada de otro.
Entonces, cuando creíamos que la novela sería un recorrido moroso por la sosegada vida de este cronista incisivo y mordaz, Odiseo entra por la ventana y nos sacude para decirnos: “¡Acá estoy de vuelta! ¡Dejemos de una vez a Leopold Bloom!”. Sí, el diario, que es también una novela, vira hacia la aventura; la vilipendiada peripecia se recompone, para volver esta vez en la formulación irónica y extensiva de la escritura de Aliano-Cohen. Nuestro héroe abandona su confortable rutina para proteger a un lumpen llamado Yónder Nágaro que vive en una suerte de casa tomada, la mansión Hidulya. Lo que sucedió es que Yónder para salvaguardar a un chico de una venganza por perder un paquete de una droga llamada “fraghe”, secuestró al hijo del narcotraficante. Finalmente lo libera, pero los vecinos, azuzados por el capo narco, quieren ajusticiar a Yónder para ejemplificar y, de paso, vaciar la ocupada mansión Hidulya, interesante botín para negocios inmobiliarios. Aquí el texto reescribe, en versión siglo veintiuno, “El sur” de Borges, puesto que el intelectual Aliano se convierte en “todo decisión” y va, al igual que Dahlmann, en busca del otro que habita en él (“Yónder-en-mí”, dice). Claro que Aliano no deviene otro para inmolarse en un duelo a cuchillo, sino que se alía al paria para evitar la inquina vengativa de la horda prejuiciosa de clase media. Luego de atrincherarse, Aliano y Yónder se escaparán por los túneles cloacales y comenzarán un largo viaje, lleno de vicisitudes, que incluirá descenso a un Hades habitado por parte de los excluidos de la sociedad murmorana.
Virtualidades
Una certeza a voces que recorrió pasillos, presentaciones y críticas dice que, durante los años noventa, el nuevo cine fue la expresión artística que tuvo casi la exclusiva percepción y registro del desastre que estaba aconteciendo, no tan sigilosamente como a veces se pretende, en la sociedad argentina. No faltan razones para tal afirmación, pero los que estaban leyendo por esos años los relatos largos de El fin de lo mismo de Cohen saben bien que la virtualidad de aquella actualidad estaba siendo explorada también desde la literatura. Seguramente aquella exclusividad, bien ganada en la arena de la industria cultural, nos habla más de diferencias de visibilidad entre cine y literatura que de una auténtica y heroica soledad del cine en la percepción y aleación ficcional de la crisis en ciernes. Una de las operaciones que viene haciendo Cohen en muchos de sus textos es erigir con palabras lo que potencialmente habita en lo actual. Más que mundos imaginarios los mundos cohenianos parecen ser la realización ficcional de virtualidades de éste, el “mundo histórico”. Para realizar literariamente esas virtualidades es necesaria la imaginación, pero no sólo ella, también la observación de las múltiples relaciones y tensiones que forman esa red infinitamente compleja que llamamos “presente”.
La poética coheniana presenta una potente línea de fuga de la, a esta altura del partido, bastante abstracta dicotomía de realismo y fantástico. A este respecto lo mejor es citar lo escrito por Aliano en una de sus sustanciosas disquisiciones sobre la escritura: “Con todo, mientras escribo nace un presente, y en las partes del presente despuntan el pasado y el futuro, y el fin de mi futuro. Por suerte, en el supuesto silencio de escribir el mundo se retrae pero no se aniquila”(3). Para Cohen escribir es hacer nacer un presente nuevo en el que habitan el pasado y el futuro. Escribe en el ensayo sugerentemente titulado “¡Realmente fantástico!”, en el que infiltra frases de otros autores asimiladas, reformuladas o copiadas: “Los incorporales literarios no quieren dar cuenta de nada; no se superponen a la realidad ni la explican; la rememoran o la prefiguran, dos cosas que a veces son la misma”(4). De aquí que sus textos sean también laboratorios culturales, filosóficos, sociológicos y tecnológicos.
En Donde yo no estaba hay nuevas instituciones, como el “trimonio” -una alternativa al matrimonio, compuesta, como su nombre denota, por tres personas-; hay también perros biónicos, jaurías de perroparias, flaycoches, farphonitos -devenir desquiciado del celular, que se inserta en los dientes-, una lucha entre la religión del Pensar –un credo mentalista- y la del Dios Solo -posible devenir de las religiones monoteístas-. Hacer presente lo virtual desde la escritura requiere no solamente de las invenciones sociológicas, culturales y tecnológicas que postula el texto, sino fundamentalmente de una lengua. Estilo el de Cohen fraguado con neologismos puros -como “frigatona”, “bracho”, “minorco”- e impuros –hechos con astillas de palabras dadas, como “cafeto”, “lapicer”, “flaycoche”-, con algún que otro cultismo y con incrustaciones de algunas de las más recientes creaciones de la oralidad rioplatense. La larga serie de sustantivos, verbos y, más que nada, adjetivos inventados provienen fundamentalmente de los adolescentes y de Yónder, pero también del propio Aliano y los otros personajes. Como si se tratara de una demostración ficcional de los planteos wittgensteinianos sobre el lenguaje, no tenemos inconvenientes para producir sentido a partir del contexto y el uso de cada neologismo.
La escritura de Cohen hace variar la lengua como si sacara inauditos sonidos de un instrumento, utilizando la voz de Aliano y varias otras que emergen con ella. Y, sin embargo, el juego no es puramente musical, puesto que, una vez que logremos salir del hechizo de la prosa de Donde yo no estaba, ese otro mundo que solemos acompañar con el escaso adjetivo “real” no será el mismo para nuestra mirada.
Marcelo Pitrola
NOTAS
(1)Cohen, M. Donde yo no estaba. Editorial Norma, Buenos Aires, 2006, p. 14.
(2)Cohen, M. op. cit., p. 94.
(3)Cohen, M. op. cit., p. 284.
(4)Cohen, M. ¡Realmente fantástico! Editorial Norma, Buenos Aires, 2003, p. 215.