PRESENTACIÓN La posibilidad de un mito
por Sebastián Hernaiz
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El 28 de enero, Guillermo Saccomano dice en su artículo en el número homenaje a Soriano que a 10 años de su muerte editó Radar:
"me acuerdo lo que a Soriano le importaba obtener un reconocimiento de la crítica literaria que presumía culta. Paso a ejemplificar con una anécdota que me contó Bayer en una feria del libro patagónica, una de esas ferias que suelen parecerse más a una kermesse heróica que a la Rural del Libro porteña donde las editoriales exhiben a sus totros de raza y vacas sagradas. Una vez Beatriz Sarlo invitó a Soriano a participar en una charla en el ámbito universitario. En esa época, si mal no recuerdo, parecía haber dos bandos en la narrativa: Saer en un rincón del ring y Soriano en otro. Una disyuntiva falsa. De la que sacaban partido los saerianos y los sorianescos. (...) Volviendo a esa vez: Soriano invitado al ámbito académico. El alumnado se burló del escritor porque apenas si había terminado a los tumbos la primaria mientras su padre, empleado estatal, cambiaba de destino desde la pampa hacia el sur. Esa madrugada, destruido, Soriano lo llamó a Bayer. Como reivindicación y ajuste de cuentas, Bayer invitó a Ricardo Piglia a presentar a Soriano en su cátedra de Derechos Humanos en el ámbito universitario. Piglia arancó planteando que los tres escritores argentinos más grandes de nuestra literatura no habían terminado la primaria. Arlt, Borges y Soriano. No creo recordar que el autor de Plata quemada haya publicado esta afirmación en sus ensayos. Una lástima" (Radar, 28.1.07, p.13)
En el mismo suplemento cultural dominical, Beatriz Sarlo, el 4 de febrero, contesta negando la existencia de esa charla a la que ella habría invitado a Soriano y que habría derivado en el maltrato al escritor por su falta de títulos de educación formal: "Una historia falsa", titula a su nota.
El 11.2.07, Bayer y Saccomano le contestan a Sarlo en el mismo suplemento. Bayer titula su texto "Una historia verdadera", y allí cuenta:
"Estando ya (Soriano) muy enfermo me llamó muy triste para decirme que había tenido una muy mala experiencia en la Facultad de Filosofía y Letras. Eran los fines del curso del ´96. Me relató que un grupo de docentes y alumnos de la cátedra Sarlo lo habían invitado a un reportaje en vivo. El concurrió y fueron todas preguntas para humillarlo. La definitiva fue: "Dígame, Soriano, ¿usted qué estudios tiene?". "Le respondí la verdad: `Tercer año nacional´. Esto provocó la carcajada general de los presentes". Hubo un silencio de su parte y yo le respondí: "No te hagas problemas, Osvaldo. Yo te voy a invitar a mis clases de los viernes, la haremos en el aula magna, y te reivindicaremos". "Te agradezco infinitamente", me respondió. "¿Sabés una cosa? Y quiero entrar a la Facultad por la puerta grande" (Radar, 11.2.07)
Reescribiendo sutilmente el mito urbano reactualizado desde el texto de Saccomano, Bayer reorienta la responsabilidad de la organización: del específico "Sarlo" al indefinido "un grupo de docentes y alumnos de la cátedra Sarlo". Y continúa, corrigiendo solapadamente al propio Saccomano, contando que al año siguiente, habiendo ya muerto Soriano en el enero intermedio, organizó un homenaje en el que Ricardo Piglia comenzó diciendo: "Los tres más grandes escritores argentinos no terminaron sus estudios secundarios: Domingo Faustino Sarmiento, Roberto Arlt y Jorge Luis Borges" (Radar, 11.2.07). Igualmente, meses después, Piglia sí estuvo cerca de incluir a Soriano, si no como parte de esa lista, al menos sí como cercano a esa zona. Marcela Croce, en Osvaldo Soriano: el mercado complaciente, un lapidario trabajo sobre Soriano publicado en el 98 en una colección dirigida por David Viñas y Eduardo Rocenwaig, cita un artículo de La Maga donde Piglia escribe algo cercano a lo que Saccomano, cínico, decía no recordar haber visto por escrito. Decía Piglia allí: "los más grandes escritores argentinos -Sarmiento, Hernández, Borges y Roberto Arlt- no cursaron el colegio secundario. Es justo, entonces, ponerlo a Soriano en ese grupo" ("Un narrador natural", en La Maga, septiembre de 1997, citado en Croce, p.14)
Será a la semana siguiente que María Moreno se sume a lo que los editores de Radar pronto gustaron de copetear como "repercusiones y polémicas", y que se publique una pertinente aclaración de Eduardo Romano desmitificando la totalización que bajo el fácil rótulo de "Academia" se practica en general en el mundillo que busca legitimación por su anti-academicismo, postura llevada a cabo, y no en poca medida, por agentes activos de las carreras de Letras y afines. En ese mismo suplemento, el "grupo de docentes y alumnos de la cátedra de Sarlo" hacia quien Bayer había derivado la responsabilidad de la organización de aquella charla, aclara: "nunca convocamos a Osvaldo Soriano a una actividad organizada por algún miemboro de esta cátedra para después "humillarlo" públicamente, como sostiene Osvaldo Bayer en su nota". (Radar, 18.2.07, p.22)
La inteligencia de María Moreno, aunque recaiga en el insulto fácil a la totalidad de los estudiantes de letras titeados de schollars, comenta en esa misma fecha:
"Me sorprende que tanto Sarlo como Saccomano y Bayer debatan en torno de una versión meramente ficticia. Porque no importa si Soriano ha sido o no insultado por los schollars, porque la anécdota funciona como un mito, algo que pone en juego otro tipo de verdad que la probada a través de evidencias. El mito es en principio un relato, no hay mentira sino una verdad de ficción que es necesario interrogar." (Radar, 18.2.07, p.22).
Entonces, la presencia de ese "mito" como el estado de la cuestión evidente, y pensar su funcionamiento como lo que queda para no recaer en la chicana tilinga, el encono ególatra o el fastidio arrastrado por la falta de ideas.
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En la siguiente entrega del Radar, Germán Ferrari, el antólogo de textos periodísticos de Raúl González Tuñón, ostentando la polvorienta materialidad de la práctica del archivista, dice, en una nota que titula "Datos":
"Mancharse los dedos con el polvo que acumula el papel y estornudar un par de veces es síntoma de buena salud periodística e investigadora. El desarrollo alcanzado por esta polémica despierta una pregunta sencilla: ¿Soriano mencionó alguna vez que habló en las aulas universitarias? Quiero aportar algunos datos que servirán para despejar y combatir dudas y chicanas." (Radar, 25.2.07, p.23).
Lo que, empolvándose, según cuenta, encuentra Ferrari, es una entrevista de mayo de 1992 -que en el libro de Croce que citamos antes aparece comentada, fácil de encontrar sin tanto polvo, en la tercer página del texto. En esa entrevista, Carlos Ares le señalaba a Soriano sobre la construcción de su imagen de autor: "Pero usted mismo a veces se pone a la defensiva, como si no se creyera un buen escritor. El año pasado dijo: Yo estoy en el borde de la literatura" (La Maga, 27.5.92, citado en Croce, 1998, p.13 y en Radar, 4.3.07, p.23)
A lo que Soriano respondió:
"Eso lo dije en la Facultad de Letras, ante un auditorio hostil. La Facultad de Letras forma gente para entender la literatura de una manera, no de varias. Ciertos sectores que se formaron allí son lo menos pluralista que yo conozco. Salen como hechos por un molde y se encuentran con esto: un sujeto que viene de otro lugar, que no es de la literatura, que no pasó por la facultad, que no ha hecho la carrera de las artes, que viene del interior, que escribe y que tiene lectores y valores diferentes... eso genera una hostilidad" (La Maga, 27.5.92).
Ferrari cita la respuesta de Soriano y continúa urgando en busca de la fecha en que Soriano fue a la Facultad y tuvo lo que llamó un "auditorio hostil". En el suplemento "Cultura y Nación de Clarín del 26.12.1991, encuentra el "dato": "En el ciclo ´Conversaciones en Puán´, Osvaldo Soriano se reunió con los estudiantes de Filosofía y Letras de la UBA" (Cultura y Nación, 26.12.1991). Así, entonces, resurgiendo del montón de papel revuelto, Ferrari cierra su nota: "No hay duda de que Soriano estuvo en persona en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA y que, según su relato y el de Clarín, fue maltratado. Faltan nombres propios. Seguramente podrán conocerse si alguien responde a otra pregunta sencilla: ¿quién organizó ese ciclo universitario de fines de 1991?" (Radar, 4.3.07, p.23)
Será entonces en el siguiente fin de semana que Hinde Pomenariec ponga el nombre propio reclamado y cuente que ella organizó ese ciclo de "Conversaciones en Puán", en donde Soriano fue parte de un listado de invitados a conversar junto con Aira, Fogwill y Bioy Casares, y donde lejos de sufrir a schollars dogmáticos, adictos a Sarlo o a gurúes de las letras academizadas, Soriano se encontró con un público heterogéneo, con gente tanto de la carrera de Letras como de otras carreras, medios periodísticos y "público en general" que lo aplaudió.
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En uno de los pocos momentos inteligentes de esta "polémica" -repitámonos-, María Moreno proponía: "la anécdota funciona como un mito, algo que pone en juego otro tipo de verdad que la probada a través de evidencias. El mito es en principio un relato, no hay mentira sino una verdad de ficción que es necesario interrogar"
En el cierre de su nota, Ferrari, como al pasar, señalaba un momento posible para pensar los modos de esa "verdad de ficción": no sólo está la "conversación en Puán", sino que está también lo que Soriano dice sobre sí, el Soriano "según su relato". Ya lo decíamos: Carlos Ares le pregunta sobre la construcción de su figura de autor y en los modos de esa construcción encuentra sustento esa "leyenda urbana" que tanto papel le hizo gastar al suplemento Radar desde aquel especial sobre Soriano a esta parte.
Leer lo que Soriano dijo en aquella reunión, entonces, obliga a ver allí el constante trabajo de construcción de esa figura según el espacio en el que se encuentra: victimización y disminución a la que se autosomete en Puán, crítica feroz desde un antiacademicismo radical en la entrevista en La Maga. Hinde Pomenariec dice haberle señalado esta ambigüedad a Soriano y que éste saldó la diferencia con una sonrisa.
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La no tenencia de títulos de educación formal, lejos de un agravio, en el contexto académico de los últimos años suelen ser más bien un buen recurso retórico, como se evidencia en lo que dice Piglia de Borges, Sarmiento y Arlt. Sin embargo, el "mito Soriano" construido a fuerza de remeras de San Lorenzo, gatos y máquinas de escribir, hace suponer allí una anacrónica valoración negativa contra el que no pueda ostentar títulos y certificados. Las críticas contra la Academia que forjan la identidad anti-académica de Soriano son bien conocidas. Acá abajo, el texto de lo que Soriano dijo en la Facultad y que la revista literaria Maniático Textual, que entre otros editaban Cristina Fernández Barragán y Raúl Brasca, publicó en su número 5, en febrero de 1992. Además de las aclaraciones reclamadas sobre quiénes organizaban el ciclo y demás burocracias, en el texto se destacan los matices sutíl pero cualitativamente diferentes a los que recurre Soriano, según el espacio en el que habla, para construir su imagen, cómo se posiciona frente a la crítica literaria, al periodismo, los clásicos, los amigos, los nuevos y los enemigos; cómo se piensa a sí mismo en tercera persona (y cómo eso se retoma luego en los medios como en primera persona); cómo se piensa a sí y a su literatura en relación a la política y la sociedad. En fin, eso, cómo construye Soriano su imagen de autor a partir de ciertas dicotomías y categorías instaladas socialmente y que constituyen los resortes que posibilitan la existencia y circulación de ese mito, de esa verdad ficcional que nunca sucedió efectivamente pero a la que hay que prestar escucha atentamente.
Sebastián Hernaiz
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SORIANO EN LA FACULTAD
Lo que sigue es un extracto de la charla que dio Osvaldo Soriano en la Facultad de Letras el 11 de noviembre de 1991, dentro del programa de encuentro con escritores organizado por la Secretaría de Extensión Universitaria y el Centro de Estudiantes de Letras. Los medios periodísticos presentes primero, y el público después, interrogaron a Soriano acerca de las influencias en su obra, sus actividades de periodista y escritor, su entorno, costumbres, técnicas y temática. También pidieron su opinión acerca de su propio éxito editorial, la situación del país y hasta lo hicieron hablar de sus detractores. La charla comenzó con un relato de iniciación.
"Yo empecé a leer ficción muy tarde: a los 19 o 20 años. Hasta esa edad había cursado estudios técnicos; mi padre era empleado de Obras Sanitarias. Soy leyenda de Richard Matisson debe ser el primer libro que leí en mi vida, cuando llegué a Tandil y me conecté con un grupo de teatro, en el cual estaba, entre otros, Víctor Laplace. Alguien me alcanzó este libro. De allí en más fui un ávido lector de cualquier cosa que caía en mis manos, podía pasar de Dostoievski a Balzac y de éste a Hammet. Tenía un amigo que me alcanzaba libros de ciencia ficción. Yo los leía y pedía más, y él me hacía trampa a veces, me sacaba de la ciencia ficción, y me traía, por ejemplo, Los hermanos Karamazov, con los que me pasé meses viviendo. Creo que uno o dos años después debo haber borroneado algún intento de cuento. Yo no hacía todavía periodismo; estaba en una época difícil, de transición y trabajaba en una fábrica de autos. Era sereno. Mi patrón era Shocklender, el papá de los muchachos. En ese tiempo, por la característica del trabajo, tenía mucho tiempo a la noche. Por esa época hice el gran descubrimiento de Cortazar, y hasa me tomé el atrevimiento de mandarle unas líneas. Lo notable fue haber recibido una carta de respuesta con un cuento suyo original y firmado. Eso fue muy fuerte para mí, y entonces escribí algo sin duda muy influído por lo fantástico de Cortazar. Eran cuentos horrorosos. Uno de ellos se publicó en el diario de Tandil. Yo jugaba al fútbol en Cipolletti y dejé cuando llegué a Tandil. Para alguien que quiere escribir el periodismo es una buena salida, y yo empecé obviamente con el periodismo deportivo, que es el que conocía. El periodismo fue una buena iniciación, pero me convencí tanto de que iba a ser un buen periodista que me olvidé de los cuentos. Pensaba que nunca iba a poder ser un buen cuentista. Dejé de escribir ficción muchos años. Hasta que vine a Buenos Aires y se cruzó en mi vida la lectura de Raymond Chandler, los mitos personales no resueltos, los fantasmas de la niñez, y quizá todo eso en aquel momento de mi vida dio como resultado Triste, solitario y final, que había escrito para mí, no para publicar. Lo hizo publicar Marcelo Pichón Riviere. Yo todavía ahí no pensaba en términos de edición. Eso le pasaba a los demás, como Manuel Puig. Con Manuel éramos relativamente amigos, también con Conti.
Yo me fui haciendo un tiempo y un lugar para escribir cuando trabajaba en el diario La opinión, en una época en que se podía, y con un editor muy peculiar, como era Timmerman, con el que también se podía, porque él jugaba esos secretos. Tenía mucho escritor en la redacción. Tenía a Juan Gelman, Roberto Cossa, Bonasso, Paco Urondo, Santoro. Timmerman tiene un debilidad con los escritores y con la literatura. Es uno de los últimos grandes lectores. Yo creo que él secretamente permitió que yo no trabajara y así permitirme escribir. Es verdad que yo soy bastante hábil para rajarle al trabajo; hay que decirlo paladinamente. Yo me cambiaba de lugar en la redacción para que nadie pudiera encontrarme... y en casa trabajaba; de noche, siempre de noche, nunca en mi vida escribí una línea de día, cosa por la que siento un profundo orgullo. Yo vivo los horarios de los gatos. Cuando estoy escribiendo estoy rodeado de todos los gatos de mi casa y de todo el barrio. Hay una mítica relación del escritor con el gato que yo la vivo intensamente. Trabajo generalmente entre doce y cinco o seis de la mañana, hasta que llega el diario. Ese es el límite. La hora tiene la ventaja de que el teléfono no suena, no hay visitas inesperadas, no hay compromisos hechos a esa hora. Trabajo con computadora, que es un aparato que yo soñaba que se inventara antes de inventarse. Recuerdo que en el año 86 se hizo una encuesta entre los escritores, para ver si trabajarían con computadora; nueve de cada diez se cortaban un brazo antes de hacerlo. Hoy están todos mancos. Es muy cómodo para mí que no tomo notas, que trabajo con el impulso. Hago jugar aquelo viejo consejo de Hemingway de no agotar en una jornada de trabajo lo que uno tiene dando vueltas en la cabeza y está seguro de poder escribir. Eso hay que guardarlo para tener con que empezar al día siguiente. Corrijo mucho, inmediatamente imprimo y trabajo sobre la copia. Arrancar siempre trae algún sufrimiento, pero en el medio del trabajo aparece el placer de encontrar de pronto una frase que a uno le parece que no ha escrito antes, o encontrarse con un personaje que llama la atención y uno piensa: me va a gustar vivir un tiempo con éste. Me pasa que cuando se muere alguno o lo matan me da fastidio. Me duele. Porque uno vive, de hecho, con ellos. Aunque a mí eso me pasa sólo mientras escribo. Cuando apago la computadora me olvido por completo de los personajes, de la novela, de todo.
La primera persona que lee mis originales es Roberto Cossa, que es alguien a quien yo quiero mucho, con el que tengo gran parte de mi trabajo en diálogos, con Cossa nos hemos pasado noches enteras peleando una palabra. Hay una distancia con él porque no es novelista; yo por mi parte nunca invadí la parte teatral, entonces uno nunca supone que la crítica va a ser interesada, agresiva, competitiva. Yo le creo todo, y le hago caso. Doy a leer mis textos cuando estoy relativamente conforme, cuando tengo la sensación de que no es un papelón. Hace poco tenía unas páginas sobre las que tenía enorme duda, y Antonio Dal Masetto, que es muy amigo mío, me las pidió para leerlas. Le dije que a lo mejor eran un papelón y él no se iba a animar a decirme la verdad. Hay un límite básico detrás del cual el trabajo es digno.
No pienso en ningún lector en especial cuando estoy escribiendo, excepto yo mismo, que soy un lector fácil y difícil al mismo tiempo. Si un texto me aburre a las quince o veinte páginas lo dejo. La vida es muy corta, los libros son muy largos. Uno tiene una biblioteca muy grande en donde, por ejemplo, hay clásicos que ha dejado para más adelante. Más vale Stendhal que algo inseguro a la página veinte.
Mientras estoy escribiendo sólo leo las cosas que considero muy buenas. Por ejemplo, leer obras cumbres no presenta problemas, se las puede leer impunemente mientras se está escribiendo porque, por ejemplo, uno lee Moby Dick y piensa: nunca voy a llegar, así que no hay ningún problema. Bartleby el escribiente...
Escribiendo en Página 12, que es un diario que tiene tanta penetración, me encuentro con mucha gente que me felicita por mis artículos o me los reprocha, sin mencionar mis libros. Según una encuesta hecha por la editorial cuando salió A sus plantas rendido un león, resultó que mis lectores de novelas son cada vez más jóvenes. Eso lo noto por la gente que se me acerca en la feria del libro. Cuando yo escribo, sin embargo, pienso en mí, no puedo imaginarme un lector. Yo nunca ví, por ejemplo, a nadie leyendo un libro mío. Lo más cerca que estuve de eso fue ver a alguien comrparlo y una vez ver a una chica en una parada de colectivo que lo tenía en la mano, pero no lo estaba leyendo. Es extraño, es una sensación cómo... "qué estará pensando de mí". Es como el desnudo, pero de una criatura sobre la que no se tiene más control. Yo soy de los que piensan que una vez termindado un texto y publicado no hay que volver a tocarlo. Yo nunca he tocado un texto mío en posteriores reediciones.
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Las historias me vienen solas, pero vienen con poca asiduidad. Tengo muy pocas ideas argumentales y yo no puedo trabajar sin argumento, a diferencia de tantos otros escritores. Yo parto de una escena, de una imagen o de un personaje pero en determinada circunstancia que va a desatar lo que sigue. En el caso de Una sombra ya pronto serás, yo estaba trabajando en otra novela y tenía dificultades grandes, se me había complicado mucho. Un día salí a comprar no sé qué y en la calle se me cruzó una imagen que no se me fue más. Era un tipo en una ruta haciendo dedo. Haciendo dedo solo y no pasaba nadie. En determinado momento pasó un camión, entonces me dije: acá lo agarro. A partir de ahí la novela se empezó a hacer sola. Agregué otros autos que eran necesarios; usé un Gordini porque fue el único auto que mi padre tuvo en toda su vida y se lo quitaron porque no lo pudo pagar. Las rutas deben tener para mí una importancia muy grande por esta cuestión de los sonidos, los olores; porque así como escribo de noche, yo también manejo de noche, de ahí que cada tanto me tienen que andar dando vuelta, porque soy de los que vuelcan y todo. Me da mucho placer manejar; manejo desde muy chico.
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Es curioso como opera en la ficción la cuestión de los nombres. Yo había trabajado en esta novela con nombres de pueblos que eran todos de ficción menos uno y el único que no era de ficción fue el que ninguno de los lectores que leyeron la novela antes de que se publicara se lo creyó; me decían: ¿cómo vas a inventar un pueblo que se llame "Real Audiencia"? Pero el pueblo existía, y lo tuve que cambiar por "Triunvirato" para hacerlo literariamente aceptable.
Sin duda uno salda deudas por medio de la literatura, sobre todo deudas de la infancia. Yo creo, como Graham Greene, que uno incorpora cosas hasta los dieciseis años y con eso trabaja siempre. Una sombra ya pronto serás y Triste, solitario y final son, creo yo, juegos de niños. Los revolcones por el piso y las tortas de crema, esconderse en un desagüe y subirse a un árbol son cosas que uno hacía o soñaba hacer de niño. Yo las hacía porque vivía en un pequeño pueblo de provincia y, entonces, ésa era mi vida. Sin duda, está presente mi padre, todo el tiempo, con el que yo tuve una relación distante, pero buena. El me llamaba "Soriano" a mí, y yo a él lo llamaba "Soriano". Esto desconcertaba mucho a la gente. Como siempre pasa, después que se murió yo empecé a rever cosas. El tenía un costado muy arltiano: inventaba aparatos infernales que tenían que ver con la electrotécnica y que nunca se sabía para qué servían, a quien podían hacerle falta.
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Las grandes novelas de Simenon fueron para mí un momento de descubrimiento; ver cómo se podía escribir despojadamente los grandes temas sin énfasis. Yo lloré como un chico cuando murieron dos escritores: Simenon y Graham Greene. Yo hubiera querido escribir El fin de la aventura y no hubiera escrito nunca más. Estaba en Paris cuando murió Simenon. Venía caminando una tarde y vi que los bares empezaban a cerrar. Llego a casa y mi mujer me dice: “murió Simenon”. Yo me puse a llorar. El noticiero de la noche en Francia ese día abrió con Simenon, mostró los bares cerrando en señal de duelo por la muerte del último gran escritor popular. Simenon era una suerte de gran mito de los países de lengua francesa.
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Yo empecé a leer muy tarde, pero de chico vivía con la historieta. Era un tiempo en el que comprábamos semanalmente las revistas Fantasía, Rayo Rojo, El Tony, y creo que de vez en cuando El pato Donald que me interesaba menos. Fantasía y Rayo Rojo eran las que yo esperaba, a veces con mucha frustración porque en el interior no siempre llegan el día que salen. Así que para mí era el "continuará". Yo leía noches enteras a James H. Chase cuando era periodista en provincias y me tenía que ir a dormir a las 7 de la noche, por ejemplo, en Santiago del Estero. Hace poco lo volví a leer y sigo pensando que es un maestro, a pesar de que ha plagiado a Chandler y a Faulkner (plagió El santuario completo) dándoles, sin embargo, otra dimensión. El introdujo el suspenso de una manera que sin duda lo ha sacado de la historieta. Sin este "continuará", sin este suspenso, yo no me sentiría cómodo. Si cierro un capítulo sin lograr que la gente se quede ansiosa por lo que sigue, sin que yo mismo esté ansioso, me siento muy mal. Hay otro tipo de lector, sin embargo, que detesta eso. Que prefiere a tantos otros escritores excelentes que hasta tienen tesis contrarias a esto. Pero ése es mi mundo y ya no puedo hacer nada para cambiarlo. Es un poco tarde.
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Lo más dramático que le puede suceder a un escritor es empantanarse. Conozco a algunos que se empantanaron durante diez años. A Juan Rulfo le duró el resto de su vida. Yo esto no lo quería aceptar, lo negaba, pero no hay duda de que siempre planea sobre el escritor el temor de que lo qu eha escrito ayer o el mes pasado sea lo último de su vida. Un escritor que jamás se empantanaba era Cortazar.
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A mí me gustaría saber, por ejemplo, qué piensa la gente de mí, qué esperan: ¿que haga otra novela de rutas? Al mismo tiempo, como uno no puede responderse esto, como no existe "el" lector, uno se encuentra absolutamente solo consigo mismo mirando la pared y diciendo: si tengo ganas y necesidad interna desesperante de escribir una novela saldrá por sí misma y será todo lo buena que yo sea capaz de hacerla tal como yo soy hoy; ni mejor ni peor; el compromiso es siempre mío. En Estados Unidos, o en otros lugares, el editor lo llama al autor y le dice: Ud. es negocio, ¿qué pasa que no me trae ningún libro? Esto le pasa hasta a los más grandes escritores norteamericanos que uno ama tanto. Acá eso no existe, no hay presión apremiante del editor, y si la hay es fácil de contrarrestar. En ese sentido estamos bastante vírgenes y podemos trabajar con libertad y con cierta distancia. Hay escritores que con el éxito creen haberse ganado a los lectores para siempre; pero lamentablemente, cuando uno se cree Dios el ridículo se nota en los textos posteriores. Por eso, yo no me creo el éxito editorial: nunca me harán pasar el ridículo de decir: "a ver, acá estoy yo, que vendo tanta cantidad de ejemplares". Mis amigos saben que no es un tema que yo utilizaré, a diferencia de otros que lo utilizaron tanto tiempo para descalificar. Porque yo he sido alguna vez un escritor sin lectores, o con pocos lectores, y eso tiene tan poco que ver con la literatura que me parece hasta obvio. Yo supongo que un autor se cruza con su tiempo a través de ciertos temas y cierta forma. Es muy misterioso, puede durar algún tiempo o puede durar lo que un relámpago. Entonces no hay que creérselo. Lo único que cuenta es lo que uno está escribiendo en ese momento. Si se vendieron cincuenta mil o setenta mil ejemplares, es para agradecérselo al cielo, a los gatos, a quienes hayan intervenido en esa suerte. Honestamente, uno no tiene la más mínima idea de por qué esto se produce, salvo que hay cierto placer en leer algo que nos tiene de algún modo en suspenso y trata de desentrañar cosas que nos han sido siempre comunes a los argentinos, como esta curiosidad malsana de saber adónde vamos, de dónde venimos, qué somos, etc. Tema que, por ejemplo, Ricardo Piglia toca mucho más que yo, quizá de una forma mucho más intelectual. Yo no podría situar en un bar, como Piglia, un libro entero. Sin embargo, lo leo con enorme placer y me pregunto cómo lo conseguirá. Yo creo que la búsqueda es común, no sólo con él sino con otros de nuestra generación y de la generación nueva; porque Rodrigo Fresán, por ejemplo, no está lejos de ese querer seguir urgueteando y preguntándonos de dónde viene este desastre, qué nos va a pasar y si somos capaces de construir una sociedad, de entendernos.
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Uso el grotesco porque está en nosotros. Yo me cruzo todo el tiempo con personajes grotescos. Por ejemplo, entro en una panadería y hay un tipo quejándose en voz alta: "Fui a la comisaría y no me quisieron tomar la denuncia." De pronto se dirige a mí y comenzamos un diálogo: "Señor; me robaron el sobretodo y no me quieren tomar la denuncia" "¿Dónde se lo robaron?" "Frente al Congreso, cuando venía para acá" "¿se lo arrebataron?" "No -dice el tipo- lo llevaba puesto" "¿Qué pasó? ¿Vino una patota?" "No; señor, ¿vio que hay una valla?, yo venía caminando, pasé la primera valla, cuando pasé la segunda ya no lo tenía más" Ese era un personaje del carajo. Además el tipo me dice: "Y hacía un frío..." Yo me dije: este personaje es mío. Otro día voy a una comisaría a hacer la denuncia por pérdida del documento. Entra detrás mío un cura, con aspecto pobre, todo despeinado. "¿A Ud. le parece -me dice- que me roben así?" "¿Adónde le robaron?" "Dando misa" "¿Cómo?" "Tenga cuidado con las manos de madera, si va a misa..." "¿Qué manos?" le digo yo, y el tipo me mira como a un loco: "¿Cómo, no sabe lo de las manos de madera? Son unos tipos que están así, rezando, pero esas manos son de madera; por debajo tienen las otras libres. A esos yo los tengo todos vistos..., ahora, el problema es cómo me afanaron en el altar la billetera completa". Otro gran personaje. Yo me encuentro mucho a estos personajes, que son material que después nunca uso completo. A este último, por ejemplo, nunca lo usé. Yo utilizo personajes y argumentos, pero no tengo tantos, así que, cuando encuentro uno trato de ceñirme a que eso desate una novela. El resto de mi producción, más que cuentos son "relatos" para la prensa. Me ha tocado cubrir dos mundiales de fútbol para la prensa y para medios extranjeros. Ahí sí yo parto de cosas que he conocido, que tienen un alto grado de grotesco, que tienen cierta demagogia. Yo sé que si narro el penal más largo del mundo tengo un momento de suspenso ya ganado, hay que ser muy bestia para errarle a un tema así. Hay una cierta impunidad en el estar a caballo del periodismo y la literatura, puedo decir "es un artículo de prensa", como decía un director: mañana la gente envuelve la verdura con él.
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Soy consciente de que mis personajes masculinos crecen en la medida en que la novela lo requiere, y en cambio se ha dicho que mis personajes femeninos están más diluidos. No sé a qué obedece esto. A mí me gusta mucho la ambiguedad, no saber cómo se llama un personaje, por ejemplo como en Una sombra ya pronto serás. La identidad difusa quizá tiene que ver conmigo, con mi preguntarme por ejemplo, ¿qué hago yo esta tarde en la Facultad de Filosofía y Letras? ¿no será un malentendido? El personaje femenino siempre me costó mucho más -le voy ganando muy modestamente, de a poquito- a lo mejor porque soy único hijo, no tuve abuela, no tuve tías y crecí en un ambiente sumamente machista de provincias en el cual primaban los valores contra los que uno después, tomando conciencia, tuvo que luchar. Además leía el Tony y Fantasía donde no abundaban los personajes femeninos. Si bien es difícil repetir la proeza de Flaubert, ese "Madame Bovary soy yo", esta suerte de imposibilidad de penetrar el mundo femenino es sin duda algo que pesa, la acepto como una limitación. Yo no quiero trampear haciendo femenino un personaje masculino. Lo hacen casi todos los escritores; es decir, escriben un Pedro y después lo llaman Laura. De eso lo acusaban a Hemingway. Eso es deshonesto. Las mujeres de Scott Fitzgerald, en cambio, son todas mujeres. Muchos novelistas se esconden tras sus personajes femeninos. Dal Masetto en "Oscuramente fuerte es la vida" se esconde detrás del personaje de su madre. Le sale maravillosamente, pero de hecho es él mirando esa Italia del fascismo. También uno puede bucear en sus partes femeninas; pero ¿cómo hacer para no trampear, dentro de esta cultura machista, haciendo que esa parte femenina de uno sea la peor? Porque, para ser honesto, se necesita que sea la mejor.
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Sé que de mis novelas, los lectores prefieren en general Triste, solitario y final. Hay algunos que la detestan y estos generalmente prefieren No habrá más penas ni olvidos. Yo creo, sin embargo, que la cosa está entre Una sombra ya pronto serás y Cuarteles de invierno. Por ahí pasa una cosa más madura. Son las dos novelas que están en primera persona. La mirada desde la primera persona es mucho más difícil, porque significa una limitación enorme, sólo se puede contar lo que se ve, es como una cámara cinematográfica. A sus plantas rendido un león tiene momentos muy fallidos, errores que supongo hoy no cometería. Es la novela que más me costó. Tuve un momento de empantanamiento en el medio de la selva. Fue cuando no me creí el salto al Africa; hasta que encontré la idea de que Africa no era más que Colonia Vela dsfrazada de otra cosa, y lo acepté, y entonces pude ir adelante. Quizás esta sea la novela que tiene mejores momentos y momentos más fallidos. Es más despareja; no debería tener dos historias paralelas, no debería haberme agrandado tanto. Hay dos novelas pegoteadas.
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Cuando la crítica me trata mal y considero que es de buena fe, me digo: somos de mundos distintos. Soy alguien que llegó tarde a la literatura, alguien en quien es difícil reconocer lo que es un escritor como estereotipo, al estilo de Bioy Casares, por ejemplo, que es un gran escritor y encima da el tipo. Yo estuve mucho en el periodismo y hay una suerte de difícil aceptación, de divorcio entre las letras y el periodismo. Y finalmente, me digo, sin duda hay gente que detesta que en las novelas haya personajes, haya acción y haya argumento. Además, cuando un escritor saca un libro, es como una factura que le pasan; le caen encima por todas partes las cosas pendientes, los malos entendidos, las antipatías, las broncas, todo lo que pasa en este ambiente que yo, por fortuna, no frecuento mucho. Cuando el crítico arranca diciendo: este tipo ha vendido tantos ejemplares, uno ya se ve venir la mala fe, porque entonces no estamos hablando de literatura, estamos situando la cosa en otro lugar. Si tuviera un gran fracaso, esto tampoco me garantiza que me vayan a aplaudir; van a decir: por fin fracasó este canalla. Quizá cuando uno escribe el único miedo que tiene es darle el gusto a sus enemigos, decir caramba, si fracaso se me van a reír en la cara. Quisiera evitarme en vida esto. Como hace mucho que no tengo la experiencia del fracaso de librería, quizá mentiría si dijera: mientras presente un libro con el que estoy feliz y contento y les guste a mis dos o tres amigos o escritores preferidos, lo otro no me importa. No lo sé, porque no he tenido la experiencia del altibajo. Supongo que no me gustaría pasar de tener tantos lectores a no tener ninguno, o a tener 4 o 5. Sin duda me lo explicaría, mi soberbia debe pasar por otros lados. Yo creo mucho en esto de los años setenta, creo que la sociedad quiere que le hablen de aquello que tiene necesidad de sicutir, de compartir, y de allí viene que mis libros se venden bien. Sin embargo, a los escritores se los puede llevar el viento en un cambio de sociedad, y nosotros estamos ahora en un cambio muy grande; para la mierda, pero es un cambio de sociedad. Manuel Puig, escritor que yo admiro mucho, fue uno de los que pasó de ser un best-seller, el gran best-seller de este país, a pelearse con el país e irse. Seguía siendo un gran escritor y un mito entre nosotros, pero no vendía. Decidió romper con la sociedad. Romper con la Argentina, no volver más. Me acuerdo de que cuando lo conocí a Manuel, las cifras de venta eran cinco veces las de hoy. En ese momento los best-sellers eran Manuel Puig y Enrique Medina. Se vendían 200.000 ejemplares, cosas así.
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Yo hubiera dado cualquier cosa por haber escrito tres cuentos del último libro de Bioy Casares, por haberme acercado. Él es grande. Es un gran número 10 como en el fútbol, capaz de tener todo el panorama delante suyo, saber lo que va a hacer con su herramienta. En cuanto a escritores jóvenes que hayan debutado recientemente y a mí me parezca que tienen un grado considerable de talento, tenemos a Rodrigo Fresán, Juan Forn, y Edgardo González Amer. Me han impresionado sus cuentos, espero que conserven la sangre fría, que no se la crean, porque si no después, el síndrome Maradona es muy duro, es más saludable el síndrome Valdano. Aclaro que elgí tres narradores; puede haber otros que no son narradores y a mí se me escapen.
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Si tuviera que hacer un perfil periodístico de Osvaldo Soriano diría que es un escritor perezoso, pero muy cuidadoso con las palabras, que tiene una colección de palabras que jamás escribiría, y de cosas que no haría en la vida, que es alguien que camina por la cornisa de la literatura, está allí. Algunos lo ven exageradamente y otros no lo quieren ver nada. Es un tipo tan limitado como es limitada esta sociedad, la sociedad que lo produjo; una sociedad que ya no puede producir otro Borges u otro Bioy. Yo soy alguien que tiene que ver con los momentos de los interrogantes sociales y eso es tambien lo que me limita a los ojos de los demás; soy alguien que no sacralizó nunca la literatura como no sacralizó nunca nada. Cuando me di cuenta de que iba a ser escritor pensé que una buena cantidad de novelas para una vida eran cuatro. Yo no sé si llevo una de más o me equivoqué en el cálculo: siento que si consigo dejar de fumar (Soriano no dejó de mascar chicle durante toda la charla) por ahí escribo alguna más. Yo soy alguien que no va a ganar nunca premios, que no los busca, que cree que no hay que merecerlos, que conserva un costado en el cual se fija en lo que mañana se le pueda reprochar ética y moralmente, y esto quizás es una deformación generacional. Si hubiera que poner unas líneas sobre mí en algún manual o en alguna guía turística diría que soy un tipo que le hizo pasar un buen rato a algunos lectores y que no se tomaba demasiado en serio, que es lo que más me reprochan.
Cuando yo hablo de "mis enemigos" me refiero a las rencillas que se crean en sociedades que están, como ésta, en una situación muy crítica. Lo que nos pasa a nosotros con los enfrentamientos no pasa ni en el Uruguay, ni en Chile, ni en Francia, ni en Italia. En esos lugares se parte de una suerte de respeto básico; el que trabaja en esto y deja muchas horas y lo hace lo mejor que puede, es ya respetable. Acá somos muchos más afectos a destrozarnos. Yo me incluyo. Entonces, uno se crea enemigos. Sin duda en estos días los editores deben estar enojados conmigo, pero ése es mi carácter y a mí me gusta un poco crear estas situaciones. Pero uno dice "enemigos" para provocar un poco, en una de esas no es tan así, cuando es cierto que en esta actividad uno tiene gente que no lo quiere. Los que me conocen saben que Sabato me detesta. Es mutuo. No podríamos estar juntos en algún lugar izando la bandera. Donde va él yo no voy. Donde yo voy, él no va. Dice que soy un comunista de café. Esto del enfrentamiento entre escritores en la Argentina ya es una cuestión deportiva en la que lo estético no es más que un pretexto. Si hay cuatro escritores en una mesa y uno se va al baño, lo destrozan. Empiezan a decir: "mirá la pelotudez que escribió en tal lugar", etc. Las enemistades tienen que ver con tantas cosas tan chiquitas... A mí lo que me alarma es que yo no lo veo en otros países. En Brasil, por ejemplo, si me encuentro con Marcio Souza, y le pregunto "¿qué tal es la última novela de Joao Ubaldo Ribeiro?" "¡Excelente!", me dice. No se pelean nunca. Esto también pasa en Italia. Podría haber detractores de los grandes, de Moravia, de Calvino, pero nadie públicamente decía que eran malos escritores. Se pueden plantear cuestiones éticas o morales. En Italia hubo un escándalo porque Montale le había hecho escribir a otro artículos que firmaba él. Es un buen tema de debate. Pero nadie dijo que era un pésimo poeta. No hay una política de destrozarse todos los días, que es muy desgastante.
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Este nuevo orden interno que tenemos me desconcierta mucho. Es como si ya no tuviéramos ni capacidad de discutirlo, de hacerlos enojar. Como si hubiera una aplanadora que avanza y avanza y no deja que uno se oponga. Por ejemplo, Alfonsín se enojaba mucho cuando uno lo insultaba. Menem usa la técnica aquella de no contestar. Tampoco contesta las propuestas y los proyectos de los demás. A mí ya no me alarma, pero me deja perplejo porque es verdad que pateó el bazar; lo cual por un lado tiene el mérito del coraje: volver al año 10. No era sencillo hacerlo. Por otro lado uno siente que es irreversible, porque la reversibilidad de esto es todavía peor. Vamos a tener que terminar defendiéndolo, porque ya sabemos quienes son los únicos que plantearon oposición coherente. Estamos en una tormenta social porque se están operando cambios de conducta que ya no son políticos ni macroeconómicos. Hay una cierta desfachatez en no considerar valores que nosotros teníamos heredados de otros tiempos, de los tiempos en los que el mundo estaba muy dividido pero era más claro. Hay dos posibilidades: o el sistema absorbe todo, e inclusive nos lanza a nosotros por la cloaca de la historia, o bien habrá que prepararse para hacer del bazar deshecho otro lugar que no sea ni el de antes ni el que éstos quieren. Cuando yo escribí Una sombra..., eso planeaba todo el tiempo sobre la novela. Yo me imaginaba que cuando el tipo se dejaba llevar, se embarcaba en cada cosa que le planteaban, que no tenía sentido, él leía "Siganmé".
La novela que tuve que abandonar para escribir Una sombra... era sobre un agente secreto argentino que está enterrado en el cementerio más grande de París. En su tumba hay un busto, con un tipo con unos grandes mostachos, lleno de condecoraciones, que dice: Julio Carrié, agent secret du Gouvernement Argentin. Se murió y le pusieron la placa. Es como una humillación. Teníamos un espía tan boludo que todo París, cuando lo veía pasar decía: "ahí va el espía argentino". Era un personaje hermoso y yo pensé: a partir de esto voy a imaginar todo: una historia de espías en París, pero que no espían nada, o no saben qué espían porque ya perdieron la cuenta; una especie de grotesco de la novela de espionaje. Pero un día se me ocurrió llamar a la cancillería para ver si conseguía datos, más por curiosidad que por otra cosa. Me pasan con biblioteca, me atiende un señor de voz muy grave, muy serio, de nombre Archibaldo Lanús. Le explico que el muerto data de 1910 y se llama Julio Carrié; y entonces Lanús exclama: "¡Julito!...Vengasé, y hablamos de Julito"...Y no fui, porque en el fondo iba a ser un personaje de boliche, poco interesante, y si iba, después Lanús iba a esperar que yo fuera estrictamente fiel a su "Julito".
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Hay gente que cree que estoy escribiendo una novela sobre la Revolución de Mayo, porque he estado escribiendo artículos sobre ese tema, pero no es así. Me gustaría mucho porque hay personajes que son muy lindos, pero no me atrevo, es como un campo de otro. Tengo mucho temor cuando alguien que no es historiador, que no pretende serlo y que no tiene un método de trabajo, se mete con cosas históricas. Creo que se lo permiten por unas líneas, mientras la transgresión sea pasajera. Pero no sé si me animaría a desatar las iras de todo lo que significa tocar Mayo. Toda la generación anterior a la mía: David Viñas, todos los que trabajaron mucho Caseros y posterior a Caseros, que para colmo son mis amigos, resolvieron muchas cosas, entonces yo no me atrevo a tocar nada.
Osvaldo Soriano
Reproducido de la revista Maniático Textual
(Número 5, Año 3, febrero de 1992, pp. 11-15)
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