el interpretador ensayos/artículos
 

Barón B. Extra Brutt

 

La sombra del libertino*

por Diego Tatián

izquierda: Raúl Barón Biza -el padre-; derecha: Jorge Barón Biza -el hijo.

 

 

Todo lo que pueda saberse sobre Raúl Barón Biza resulta incierto o increíble. Nació en Córdoba en 1899 y su vida presenta todas las condiciones para la leyenda y el mito: la militancia en el radicalismo –en tiempos en que ese partido hacía honor a su nombre- le valieron la persecución, la cárcel y la deportación; el oficio de escritor la execración social y dos procesos por obscenidad.

 

Su vida quedaría marcada por el accidente aéreo de su primera mujer, Myriam Stteford, en cuyo homenaje concibiera esa construcción de inequívoca semiología sexual (pene, cuerno...) asestada a la sociedad cordobesa y que, como un arcano de la década infame, continúa allí aunque el nuevo trazado de la ruta hacia Alta Gracia haya decidido evitarla –los memoriosos podrán recordar el personaje arltiano que hasta hace no demasiados años conducía por unas monedas al lúgubre interior del irónico cemento erguido-. Después de consagrar una vida turbulenta al revolucionarismo político y la provocación literaria, llegaría el conocido episodio del ácido a Clotilde Sabattini y el inmediato final.

 

Algo desconcierta en lo que respecta a la literatura de Raúl Barón Biza –que es, por muchos motivos, lo que en realidad importa-. Comencemos por lo cuantitativo: su producción literaria no sólo es extensa (aproximadamente diez libros, en los que se anuncian otros tantos “en prensa” sin que sepamos si pasaron o no a la existencia), sino que además las tiradas de cada libro constaban de decenas de miles de ejemplares. ¿Dónde ha ido a parar todo ese papel impreso?

 

El nombre de Raúl Barón Biza se buscará en vano en los catálogos de las bibliotecas públicas cordobesas; sus obras jamás fueron reeditadas, ni son invocadas en las cátedras universitarias, ni han obtenido recepción crítica alguna. La obra de Raúl Barón Biza ha desaparecido, material y culturalmente.

 

Por qué me hice revolucionario, Punto Final, Todo estaba sucio son algunos de sus libros. Pero el título más significativo de su obra no es ninguno de ellos sino El derecho de matar (1933), que le valiera el primero de los procesos por obscenidad –del que resultará finalmente absuelto- mientras ya estaba en prisión por motivos políticos.

 

El derecho de matar es una gran novela, inscripta en la mejor tradición libertina, donde el relato literario coexiste con una dimensión política, filosófica y moral explícita, teórica, no literaria: se recordarán los grandes monólogos sadianos por boca de Dolmancé en La filosofía en el tocador, o el vuelo especulativo de las nouvelles eróticas de Georges Bataille. El libro de Raúl Barón Biza se compone de algo más de cien páginas que comienzan con una carta al Papa Pío XI, fechada en París: “Libro triste, Señor, rebelde, escrito para los que gimen y para los que sufren bajo el peso de tu cruz... Libro que ha de recordarte Señor la mentira de vuestros oropeles, la falsedad de vuestra prédica... recordarte como a los eunucos que no todo es oro y que existe el placer de poseer la vida...”.

 

Continúa con un prólogo-aclaración: “Lector. No quiero ni debo engañarte. No necesito tu aplauso, ni temo a tu brazo, ni me hace falta tu dinero. Estoy más allá del oro y de la fama; más allá de esa fe que hácete creer sincera la caricia de tu hembra y la mano de tu amigo...”. Finalmente, se suceden nueve capítulos que narran la historia de una educación sentimental, cuyos elementos más recurrentes son el anticlericalismo, la blasfemia, el extremismo político (que encuentra su mejor expresión en el oxímoron “individualismo comunista”), la misoginia, el desprecio por las convenciones burguesas, la traición y, en efecto (el jefe de policía que radica la denuncia vio bastante bien, no obstante la absolución del juez), la pornografía y la obscenidad.

 

Novela de aventuras también, que alcanza singular intensidad en el capítulo III, pasaje que narra la posesión sexual de una dama de beneficencia con apellido ilustre, orgullo de toda la provincia, sobre un ataúd del panteón familiar que la honesta señora elige para la cita. El sexo y la muerte son las relaciones sociales a las que se reducen todas las demás, las potencias mayores que circulan a través de las criaturas por ellas vulneradas.

 

El derecho de matar enseña que el poder consuma su ejercicio sobre los cuerpos: de niños, de trabajadores, de prostitutas, de enfermos, de presos, y que toda liberación debe comenzar allí. La energía moral y literaria de su prosa se conserva intacta no obstante su ausencia de deriva cultural, o tal vez por eso. Es como si El derecho... hubiera deseado y previsto su propia intratabilidad, su ilegibilidad, su inmunidad respecto a ese tono pastoral que siempre encierra la prédica de la lectura –y la consiguiente zozobra porque “los jóvenes ya no leen”.

 

Aquí se trata de otra cosa; un libro para los hijos de nadie –se insiste-, para los que duermen en la basura, para los que no tienen hembra ni Dios. Un libro para los que jamás llegarán a leerlo. 

 

 

Diego Tatián

 

 

* “La sombra del libertino” pertenece al libro El lado oscuro, editado en Córdoba en el año 2004.

 

 

 

 

 
 
Dirección y diseño: Juan Diego Incardona
Consejo editorial: Inés de Mendonça, Camila Flynn, Marina Kogan, Juan Pablo Lafosse, Juan Leotta, Juan Pablo Liefeld
sección artes visuales: Florencia Pastorella
Control de calidad: Sebastián Hernaiz
 
 
 
 

Imágenes de ilustración:

Margen inferior: Michal Macku, Obra (detalle).