Esta no me la contaron. Yo la vi. Tenía 16 años y mi prioridad (ya habían terminado las clases) era que él me invitara a su cumpleaños. El cole quedaba cerca de la plaza de mayo y ese año habíamos perdido clases a lo grande entre marchas y un paro docente que prolongó las vacaciones de invierno a más del doble de su longitud normal. En las asambleas estudiantiles empezaba a circular la palabra “piquete” y a las tomas iba a hablar Vilma Ripoll. Yo quería ser como ella y con mis amigos varones hablábamos todo el tiempo de la estructura, la superestructura y la coyuntura. Nos comíamos las "s" adrede y nos tratábamos de camaradas, todo medio en joda, medio en serio.
En casa se respiraba un clima adverso: estábamos en obra y habían retornado ecos que no se oían desde hacía bastante: palabras como "recesión" "pesificación" y "Alfonsín", que salían de la silla de mi papá, le resonaban rojo en la frente y le brillaban en la calva a niveles exacerbados. Nunca me pudo explicar con claridad qué era el riesgo país, pero yo lo chequeaba religiosamente en TN todas las mañanas. Todavía me sigue llamando la atención que no pusieran un cartelito al lado del índice de la temperatura, la humedad y la hora.
Esa tarde mi vieja no me dejó ir a acompañar a un amigo a rendir, "ya es un pibe grande", me dijo, y ahora creo que en la justificación le erró fiero: a él, a mí, y a ella nos faltaba crecer. Ante el mandato materno, me quedé en casa mirando TN. No sé, hay algo excitante en ver las cosas por televisión. Uno llama por teléfono a sus allegados y les dice “poné TN, no sabés lo que está pasando en el Mc Donald´s de Piedras” y se transforma en el informante, algo así como una dinámica del terror que impulsamos y construimos nosotros mismos.
A la tarde compartí telefónicamente las imágenes de TN con mis allegados. A la noche fue El anuncio. La semana pasada estaba charlando con mi hermana, y llegamos a la conclusión de que a partir de eso, cualquier noticia que tengamos para aportar al hogar (embarazos, cambios en la conducta sexual, patologías de cualquier tipo, adicciones, matrimonios) va a ser poco trascendente. Y es que ver a mi vieja disparar para la calle, olla en mano (que, dicho sea de paso, estaba casi sin usar) resultaba, como mínimo, insólito. En la facultad me ensañaron que a los períodos cortos de movilización popular se les llama “primaveras”, y yo creo que en la clase media, la primavera se experimenta en la mesa. No sólo en la cantidad y la calidad de la comida, ese análisis (cuya importancia no estoy cuestionando) se consigue por kilo cuando googleamos “nuevos pobres”; la primavera de las clases medias se puede identificar a partir del nivel de discusión que se mantiene a la hora de la cena. Habría que conseguir algo así como un aplausómetro pero que capte el volumen de la polémica: un polemicómetro. En esos días (los saqueos en provincia habían empezado hacía más o menos una semana), la agujita del polemicómetro marcaba cifras muy altas. Había consenso en que lo de los saqueos estaba armado: gajes de oficio de la clase media, “todo lo que traspasa la general paz está armado”.
Pero volviendo al tema del corralito, digamos que más que la propia medida, fue la reacción ante eso lo que disparó la aguja del polemicómetro. Cuando en los debates se mantiene una tensión muy alta, tiende a ser porque ese mismo nivel de tensión es el que los que debaten tienen adentro suyo: en nuestro interior se tensionaban la propiedad privada y la república. Lo dije.
¿Qué era lo que se tenía que privilegiar? Nadie sostenía la hipótesis golpista, salvo Doña Rosa, pero la estabilidad institucional, después de diciembre del 83, se había transformado en un valor real. ¿Qué era lo que representaba en ese momento al colectivo de ese momento? Algo en el discurso de las asambleas nos hacía un ruido espantoso, porque la política, la política como herramienta de transformación, como entidad dignificante, ya había sido deslegitimada por otros a sangre y fuego hacía tiempo. Ahora, quienes retomaban ese discurso eran otros actores: en la calle había 30 muertos que no querían más políticos en la política. El gobierno de la Alianza se fue de una manera absurda y brutal, se llevó estabilidad, se llevó confianza y se llevó 30 muertos, 30 civiles contra los que se disparó con balas de plomo. Ver a un gobierno desplegar su último recurso, esa última trinchera que lo hace gobierno, la represión más tosca y salvaje, es algo patético. Pero más patético es que nadie pueda explicar por qué, en base a qué, en honor a qué murió toda esa gente. Yo no lo entiendo. O sí.
Después de eso y hasta Duhalde, bueno, tengo esos flashes que uno tiene después de una borrachera importante: Puerta, Rodríguez Saá declarando el default… Duhalde. ¿Por qué siempre sale ganando Duhalde? ¿Alguien me lo podría explicar?
A mí, con un poco de pudor, se me viene a la cabeza una cosa: la renuncia de Chacho. Hay pocas figuras con tanto valor simbólico como la del vicepresidente y eso nunca fue tan cierto como en el gobierno de la Alianza; los que votaron a la Alianza en nombre de FREPASO, en nombre del privilegio de lo público por sobre las privatizaciones, de la equidad por sobre la exclusión, se fueron con él. Chacho no se la bancó. Lo comprendemos y lo perdonamos, porque en él nos reflejamos.
Cuando Menem se fue, yo estaba en primer año: 1999. La Franja Morada había llenado el claustro central con cientos de tapas de Página 12 fotocopiadas. La Franja Morada recortó diarios, pero frente al recorte delarruista no supo qué hacer. Al año siguiente o al otro, la agrupación en el colegio fue desapareciendo. La caída del menemismo había agotado su función histórica. Ser antimenemista no es un eje de identidad política.
El tema está ahí, con sus variaciones y sus especificidades históricas, es una secuencia que se mantiene: los protagonistas de las primaveras no se llegan a organizar. Y no es incapacidad, es tiempo. La política es tiempo y organización. Un movimiento que se reconoce como “apolítico” o que, en su versión menos reaccionaria, quiere inaugurar otras formas de hacer política, precisa mucho más tiempo que una semana de asambleas y mucho más compromiso que la defensa de sus ahorros. No porque sea indigno, ni porque en términos éticos esté “mal”, sino porque con la voluntad política sola no alcanza, hace falta conducción y la conducción implica una acumulación de un montón de cosas, que no se hace de un día para el otro.
No fue de la Rúa el único que se durmió. En casa veíamos la sucesión de un presidente tras otro, tras otro. Rodríguez Saá nos sorprendió, de Puerta no pensamos nada, el chico que me gustaba no me invitó a su cumpleaños y yo tampoco lo llamé ni hice nada para que me invitase. Las cacerolas fueron retornando a las alacenas. A los pocos meses, todos dormimos.
En la escuela, para justificar todas esas horas en las que se leen las civilizaciones del Éufrates y el Tigris y no sé qué, dicen que de la propia historia se aprende. Yo no lo confirmo pero tampoco lo niego. Por lo pronto, sufro bastante. Uno se lastima con esas cosas “qué hubiera pasado si… “, pero la puerta está cerrada y él ya se fue. Tenés que buscarte otras cosas, otros divertimentos, otras ocupaciones. Te dejaron sola.
Sol Prieto