�
La Historia, cuando es tal, est� plagada de hechos. Hechos fechados, documentados, pretendidamente objetivados.
�
Hay ocasiones en que se le puede adicionar un poco de conflicto. Entonces estar�amos hablando de Historia Pol�tica, y leyendo, o tal vez escuchando, sobre relaciones de poder en que los intereses individuales o partidarios motivar�an los hechos.
�
O, claro, nuestra querida Historia Social, donde los actores van viviendo el devenir como si fuera un gui�n o lo modifican y manipulan de acuerdo a sus intenciones (dependiendo el marco te�rico en el que nos situemos, obviamente).
�
Pocas ?ninguna, podr�a decir? de estas alternativas deja lugar para los sentimientos. Se necesita una ayuda para hacerlo. Es necesario que la literatura nos ayude. Y los ejemplos en que esto ha ocurrido son varios. Con resultados desparejos, pero varios al fin.
�
Miguel Sanches Neto parte de un hecho hist�rico, documentado, que ha sido estudiado por varias vertientes debido a su singularidad: en ese Brasil de fines del siglo XIX que recib�a con los brazos abiertos los inmigrantes que buscaban enriquecerse, mejorar su posici�n, progresar individualmente, en ese Brasil hay una colonia anarquista. Se trata de inmigrantes italianos que vienen siguiendo un sue�o, la realizaci�n de una comunidad ut�pica que finalmente ha encontrado su lugar, y que como todo suceso hist�rico realmente existente est� plagado de incertidumbres, de misterios y de romanticismo, alimentado por los m�ltiples trabajos hechos sobre ellos y por los propios escritos que los protagonistas dejaron como testamento de su experiencia.
�
La trama de la novela alterna entre lo que sucede en la Colonia Cecilia, las acciones desesperadas pero plagadas de esperanza del Dr. Rossi, fundador y director espiritual, de alguna manera, del proyecto, y las cartas enviadas por �l hacia ?o desde? su Italia natal, que van aumentando en desesperaci�n a medida que la realidad va chocando contra sus sue�os. Los suyos y los de todos los miembros de la Colonia. Porque por m�s teor�a que estos inmigrantes llevaran encima, los sentimientos, parece decirnos Sanches Neto, eran m�s fuertes. Y la necesidad de compa��a, que cada vez se parece m�s a un desfogue de los cuerpos cansados, sucios, desilusionados de los anarquistas, se vuelve irresistible e insoportable. Compa��a, en este caso, es sin�nimo de heterosexualidad. De mujeres que acompa�en a los hombres, pero que los acompa�en libremente. Porque romper con la sociedad burguesa es romper, tambi�n, con el amor burgu�s, la doble moral, las mentiras y el ego�smo.
�
Sanches Neto explota al m�ximo el recurso de la lucha contra la Naturaleza. La lucha es constante y se da en varios frentes: se lucha contra la selva, indomable, inevitable; se lucha contra los instintos, omnipresentes, poderosos; se lucha contra la Naturaleza social en la que estos anarquistas nacieron y con la que quieren romper a toda costa. Cueste lo que cueste. Son todas luchas perdidas desde un principio. La creaci�n de la Colonia Cecilia se propone como una vuelta al Estado de Naturaleza, donde el Hombre se revela fuertemente hobbesiano: es un hombre ego�sta, ambicioso, perezoso, y peligroso; si bien no tanto para sus iguales como para los sue�os que cada vez son menos comunitarios, y que parecen vivir s�lo en Rossi, el �nico que no abandona el proyecto original. Cuanta m�s gente se suma a la Colonia, m�s humanos, m�s d�biles se delatan, y la cantidad hace aparecer todos los vicios propios de ese g�nero humano que traiciona sus propios anhelos. La negativa a participar del amor libre es el ejemplo m�s claro. Y las consecuencias nefastas, terribles, que hacen surgir el ego�smo, las inseguridades, incluso la violencia y la autodestrucci�n, cuando este tipo de amor es llevado a la pr�ctica, la confirmaci�n elocuente.
�
Un amor anarquista es, aunque suene redundante, una novela de amor, en la que se exalta la fuerza del amor ego�sta, en que una persona se apropia doblemente del sujeto amado. Ese lazo de propiedad, fundante de la familia burguesa, es el que los anarquistas siempre quisieron romper. Y es el que, para Sanches Neto, nunca se doblega, porque en la novela ning�n sentimiento se deja de lado. El cuerpo tratado como mercanc�a, los deseos reprimidos que estallan en el trabajo, la soledad y la vastedad de un paisaje que por todas partes exhuma sexualidad son los que llevan a la Colonia a su destino inevitable.
�
Quiz�s el autor tenga raz�n, y el amor tal como hoy lo conocemos, y tal como lo dec�a aquella canci�n, sea m�s fuerte. Por otra parte, quiz� la fuerza sea de los hechos sociales que coercionan de tal manera a los individuos que los obligan a aplastar sus sue�os y los llevan a que el intento de llevar adelante un modo de vida alejado del establecido sea tremendamente dif�cil. O, tal vez, y s�lo tal vez, Sanches Neto no se anim� a pensar que un ser humano, como �l, como cualquiera de nosotros, pueda llevar a la pr�ctica el amor libre, desinteresado, ingenuo, tan s�lo movido por el afecto, las ideas comunes, la entrega mutua y el compa�erismo; todo lo que dar�a lugar a un casamiento sin inter�s ego�sta, determinado por una necesidad ideol�gica (pg. 179).
�
La dedicatoria final del libro hace pensar que es esta la opci�n m�s probable.
�
�
�
Paula Ruiz