el interpretador libros

�Qu� es lo que puede un cuerpo?

Sobre Las cartas del mal 
(Correspondencia Spinoza-Blijembergh)

(Editorial Caja Negra)

por Jenan Turqoise

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I

En el marco de una serie de publicaciones que retoman a Spinoza a partir de lecturas contempor�neas, Las cartas del mal es un epistolario sin desperdicio alguno, que agrega un l�cido texto deleuziano en torno del problema clave que articula el pensamiento de este holand�s errante: del bien, del mal, de los umbrales que requieren de la construcci�n de una �tica, y de los fines de una vida dedicada al conocimiento. El gran valor agregado de la propuesta de la editorial Caja Negra, que publica ahora Las cartas del mal, es, sin duda, la traducci�n directa de las cartas desde su idioma original, sin la mediaci�n del lat�n.

II

A�n antes de que hubiese podido haber una disputa intrafilos�fica moderna en torno a las ventajas y desventajas de adoptar principios empiristas o racionalistas para orientar la investigaci�n con vistas a obtener certezas gnoseol�gicas, �ticas o metaf�sicas, prim� otra pelea: la que tuvo lugar entre ciencia y religi�n. Reci�n una vez resuelta esta lid, pudo abrirse un margen para la libre discusi�n y el an�lisis de problemas filos�ficos.

Si bien la batalla por la ciencia moderna tuvo sus grandes h�roes y m�rtires en las figuras de Galileo o de Giordano Bruno y otros que perecieron de forma violenta en actos p�blicos de fe azuzados por el candor popular del amor a las llamas, hubo tambi�n otras v�ctimas menos llamativas y menos espectaculares. La violencia cotidiana deducida en pr�cticas discriminatorias y persecutorias del otro cultural-religioso, las microsituaciones de huidas, cambios de nombre, delaciones, identidades ocultas a las que ciertas comunidades deb�an apelar para preservar su identidad, no son ajenas al seno de la colectividad en que Baruch de Spinoza naci� y creci�. Las familias jud�as espa�olas perseguidas y desplazadas por la actividad inquisitorial fueron v�ctimas de un odio m�s cruel, familiar, aceptado y extendido que el de las piras ejemplificadoras. Este fue el medio en que creci� nuestro joven fil�sofo, el mismo que hered� esa persecuci�n y que, incluso a�os despu�s de que su familia se asentase en tolerantes tierras holandesas, hubo de mantener una disputa no s�lo con un te�logo calvinista (en ocho cartas) acerca del problema del mal y la determinaci�n o el libre albedr�o del hombre, sino tambi�n con sus allegados comunitarios, quienes los expulsar�an de la colectividad por ateo incurable (o pante�sta emocionado).

III

El �pice impl�cito que orienta el di�logo epistolar que compone Las cartas del mal es el del planteo de la imperiosa renovaci�n pol�tica que se impone acabalgada sobre las modificaciones que se dan en el seno de una Europa moderna que paulatinamente abandona el feudalismo -a trav�s de la t�cnica- dejando lugar a la actividad del libre pensamiento que intenta orientar su pr�ctica epist�mica m�s hacia un entorno republicano laico que al de una monarqu�a con religi�n oficial. Estas implicancias, fuera del registro, han de tomar forma en una disputa m�s all� o m�s ac� de la letra, en la que Blijenbergh desplegar� una breve pero intensa inquisici�n conceptual de la filosof�a spinoziana como quien busca el fruto podrido para esterilizar y evitar el contagio. La sospecha sobre el concepto y la importancia de las Sagradas Escrituras en relaci�n a la v�a del conocimiento (que para Spinoza es m�s una �tica y para Blijenbergh una Metaf�sica) organiza el contrapunto entre las cartas III y IV: ?... prefiero sospechar de los conceptos que me imagino claros antes que ponerlos encima y en contra de la verdad que me parece encontrar dictada en ese libro? (Carta III, Blijenbergh a Spinoza), ?...si es su convicci�n que Dios por medio de la Sagrada Escritura habla m�s claro y m�s eficazmente que por la luz del entendimiento natural (...), entonces usted tiene motivos fundados para someter su entendimiento (...) Pero en lo que a m� concierne, yo declaro rotundamente y sin ambages que no comprendo la Sagrada Escritura aunque he dedicado a ella muchos a�os? (Spinoza). Luego, en su Tratado Teol�gico-Pol�tico, Spinoza aclarar� expl�citamente cuales son sus problemas con la Sagrada Escritura, pero al momento s�lo responde recelosamente a la malicia de Blijenbergh que con la antorcha en la mano intenta una y otra vez desenmascarar un hereje conceptual desinterpretando el trabajo resignificador spinozista del bagaje conceptual cartesiano (yendo m�s all�, o m�s ac�, del dualismo por sobre todo).

No es f�cil distinguir la atm�sfera del epistolario, que circunda entre unas ofuscadas respuestas de Spinoza que intentan desnudar, hasta casi ir�nicamente, malicias poco sutiles de su interlocutor, y una insistencia astuta e incisiva del cerealero que posibilita el despliegue oportuno de lo m�s parad�jico (e interesante) de la filosof�a del pensador flamenco. Se trata del problema moral que el cartesianismo, e incluso el racionalismo continental, nunca pudo contentar con respuestas satisfactorias.

Todo el edificio cartesiano del conocimiento pudo ser cimentado en la m�s clara evidencia (a partir del cogito), mas esta misma base plante� un grave problema a Renato cuando quiso construir su teor�a moral. Si somos una sustancia pensante y nuestro entendimiento no es infinito, c�mo podremos hacer para no errar si tenemos, a imagen y semejanza divina, una voluntad infinita?, es decir, si podemos desear o querer algo que no conocemos clara y distintamente, qu� nos puede ayudar a determinar nuestra acci�n sin caer en el mal?

Sumar estas dudas a la tradici�n ad�mica (aquella en la que Ad�n es considerado el ser humano por antonomasia en materia de realizaci�n de esencia, perfecci�n que se pierde por el pecado original) indica un derrotero en la especie humano que s�lo puede ser evitado - a ojos de un calvinista como Blijenbergh- por la predestinaci�n de almas extraordinarias que llenan el cupo de salvados. El problema de Blijenbergh es exactamente este, el de c�mo lograr una inmunidad a la esencia de la maldad (y el error). Spinoza responder� que el pecado, como descomposici�n de un plan natural, no existe positivamente. Esta respuesta va a necesitar una magistral reformulaci�n del problema mismo, apelando a una reinterpretaci�n creativo-apropiadora que desarme las interrelaciones cl�sicas de conceptos tradicionales como sustancia, modo, potencia, necesidad o la dicotom�a bien/mal. No hay duda alguna sobre la originalidad spinozista, ni tampoco hace falta aclarar que fue un destello que s�lo siglos despu�s podemos escuchar reverberar.

IV

La clave est� en dejar de lado la negatividad (la misma que Hegel explotar� luego hasta el paroxismo). El gesto de Ad�n, en tanto expresi�n de una potencia, es pura positividad; es, desde su punto de vista particular, una acci�n que implica una descomposici�n de sus relaciones de identidad (esto es malo), pero desde el punto de vista natural, solo hay nuevas relaciones de movimiento y reposo, es decir, composici�n (por eso para Dios no hay ni mal ni bien, sino pura expresi�n).

La invitaci�n de lectura que propone el libro es dar justamente con el hilo que nos introduce en el coraz�n del laberinto de la obra spinozista, es decir, la impl�cita pregunta ?�qu� es lo que puede un cuerpo??, a trav�s de una discusi�n que va desde la b�squeda de una fratr�a intelectual hasta la confesi�n de debilidades viciosas.�

Jenan Turqoise

el interpretador acerca del autor

Jenan Turqoise

Lot�fago de la isla de Pala, experimenta con las l�neas que no disimulan sus pliegues.

Direcci�n y dise�o: Juan Diego Incardona
Consejo editorial: In�s de Mendon�a, Camila Flynn, Marina Kogan, Juan Pablo Lafosse, Juan Marcos Leotta, Juan Pablo Liefeld
secci�n artes visuales: Juliana Fraile, Florencia Pastorella
Control de calidad: Sebasti�n Hernaiz

Im�genes de ilustraci�n:

Margen inferior: Joel-Peter Witkin, Poussin-en-el-infierno (detalle).