era un cuadrado la casa,
          blancas las paredes y el pilar
          alto de la entrada. se veía todo el cielo.
          el cosmos, decían.
          cuando en la capital
          se ven con suerte
          algunas luces. la materia
          desordenada y en polvo
          se transforma. sin ir más lejos,
          en frente, un primer piso
          iluminado en la madrugada esconde
          pequeños tesoros, un trofeo de karate, una heladera
          y restos de algo. habría que ir al campo, salir
          a la terraza, escapar
          en la sábana oscura que se alza
          sobre los otros. él trajo
          una revista desplegable, estiró el índice,
          apenas con la punta así,
          cuando eras chica preguntaste
          qué es el cosmos, te muestro, acá
          estamos nosotros.
           
           
           
          podés elegir una
          y que sea tuya, para vos sola.
          hay miles de millones, más, hay una
          para cada uno. el dedo
          otra vez en el póster desplegable
          alejándose de casa.
          miedo ante tanto espacio,
          tenés que elegir. subir al pilar y con la mano
          señalar un punto, el más brillante. ¿ves?
          hay olor a eclipse
          en el aire.
           
           
           
          nadie lo dice pero existe
          un  elemento que reúne
          a todo el resto, así
          se cierra la cadena.
          no lo enseñan en ningún lado,
          está y algunos saben
          de su forma.
          pero apenas conocés un par de datos:
          los moles y ese brillo intenso que llega
          desde lo alto. hoy
          todo se confunde, esa luz, ella dijo
          es dios, se cuela desde allá
          y te mira. tenés que creer
          y no mentir, todo
          él lo ve mientras querés agarrar con tus manos
          esos puntos que bailan en la luz.
           
           
           
          te colgabas de las ramas,
          los caños de la plaza, una cuerda
          o cualquier cosa para ser escalada.
          lo que todos llamaban tobogán era
          una pendiente. y ahí, en la noche
          sacudir el pelo, dejar
          que la sangre subiera a la cabeza para ver
          luces de colores con los ojos cerrados
          y otras blancas al abrirlos despacio
          mientras el contorno del parque se dibuja
          con el brillo intermitente de las luciérnagas.
           
           
          Laura Lobov