I
Nosotros escuchamos, siempre.
En silencio afirmamos,
confirmamos,
sufrimos un eterno otoño gris.
No alimentamos palomas,
las ahuyentamos, les damos caza,
las comemos crudas, negras las uñas.
No usamos bastones, usamos garrotes.
II
Somos los que vamos y volvemos
Celosos, ingratos.
Comemos corazones y envidiamos la salud,
la juventud ajena.
Somos los vampiros de las risas de los niños.
Somos los brujos de los caramelos.
Temblamos por los que vendrán.
Gigantes pigmeos.
Las barbas ralas acarician, peinan la tierra,
como suplicándole un poco más de tiempo,
un día más,
hasta que por fin decida abrirse, albergarnos.
III
A veces rapiñamos maíz.
Somos los cuervos,
los hijos bastardos.
Siempre primero, odiamos.
Somos los que manchamos las pinturas
con dedos grasosos.
Somos los que apuñalamos los asientos
con la ingravidez
de nuestros cuerpos hiperalergénicos.
Somos los que les mentimos a los niños
disfrazados de abuelos tristes.
IV
No prometer nunca nada.
No jurar. Maldecir las primaveras.
Oler a Moho,
lavar con sangre
tejer intrigas.
Tomar recados, robar azúcar.
Somos los asesinos de los sueños.
V
Somos el viento en invierno
que arranca de cuajo los sombreros.
Somos el pronóstico del tiempo:
tiempo muerto, de sobra, nublado.
Somos los dueños de cada juguete roto.
Somos encierro.
También somos dentistas en nuestro tiempo libre,
realmente lo disfrutamos.
Ezequiel Kahan