el interpretador narrativa

 

Relatos de la mina

Víctor Montoya

 

 

 

 

EL MONSTRUO DE LA MINA


En el paraje más profundo y alejado de la mina, donde se detuvo el tiempo en un tiempo sin tiempo, habita un monstruo de dos cabezas, cuatro piernas y cuatro brazos.

Los mineros que lo vieron de lejos, entre la pálida luz de las lámparas y las cortinas de la oscuridad impenetrable, cuentan que el monstruo se alimenta con el cadáver de quienes perdieron la vida en los buzones de la galería.

Dicen también que el monstruo, de cuernos retorcidos y ojos rutilantes, llora como un niño abandonado y da vueltas sobre sí mismo, mordiéndose la cola que a veces restalla como látigo de fuego.

Los mineros, conocedores de los secretos escondidos en el seno de la montaña, aseveran que el monstruo es la criatura que el Tío* tuvo con una chola, a quien le quitó el honor y la embarazó en un solo acto de amor.

El monstruo de la mina, hijo legítimo del Tío y heredero único de las riquezas minerales, se les aparece sólo a los mineros que pierden la razón de tanto haber pijchado y bebido.

 

 

LA FURIA DEL TÍO


El Tío es un ser misterioso, tan misterioso que en la noche mágica de San Juan, mientras el frío revienta las piedras y el viento silba en los penachos de la paja brava, emerge de la montaña en un estallido de humo y fuego. Lanza un bramido infernal en la bocamina y libera la furia contenida durante años de encierro.

En la noche tendida como un gato negro, el Tío ronda por el campamento minero en busca de un amor perdido. Recorre por los ríos y los cerros desnudando a los borrachos desprevenidos, y se pasea por las plazas y las calles haciendo diabluras con las cholas del pueblo.


Al rayar el alba, ni bien se oye el quiquiriquí de un gallo blanco y el lejano tañido de una campana solitaria, el Tío se envuelve en su manto de humo y fuego, y como Drácula, después de beber la sangre de los mineros, como ellos beben la chicha en las tutumas de la desgracia, retorna a las tenebrosas profundidades de su reino.

 

 

LA PICARDÍA DEL TÍO


El viernes de Carnaval, cuando todos podían ingresar al interior de la mina, incluso las esposas y las guaguas de los mineros, entró en la galería del Tío una mujer que no podía tener hijos.

La mujer, hermosa de cara y de cuerpo, se hincó ante el Tío. Le ofreció una botella de alcohol y una ch’uspa de coca. Le encendió dos velas y le dijo:

—Tiíto, quiero que conviertas a mi marido en un toro, para que así se acabe el infierno en que me hace vivir este maldito pueblo, donde una mujer casada y sin hijos está vista como una perra sin dueño.

El Tío, nada acostumbrado a este tipo de pedidos, esbozó una sonrisa pícara y pensó que para una mujer joven debía ser más fácil acostarse sobre un lecho de víboras y cobijarse bajo un manto de fuego, que convivir con un impotente que no podía cumplir con su deber de macho.

—¿Así que quieres un marido convertido en toro? —le preguntó el Tío, bañándola con su mirada de diablo.

—Sí, Tiíto —respondió la mujer.

—Está bien. Haré lo que me pides, pero primero desvístete.

—¿Y para qué, pues? —preguntó ella.

—Para comenzar por los cuernos del toro —contestó el Tío.

 

 

 

Glosario

Ch’uspa: Bolsa pequeña de lana, sirve para llevar coca, cigarrillos y otros.

Pijchando: Mascado coca.

Tío: Dios y diablo de la mitología andina. Los mineros lo temen y le rinde pleitesía, ofrendándole hojas de coca, cigarrillos y aguardiente.

Tutuma: Calabaza usada como recipiente.

 

 

©Víctor Montoya

 

 
 
el interpretador acerca del autor
 

 

               

Víctor Montoya

Nació en La Paz, Bolivia, en 1958.

Escritor, periodista cultural y pedagogo.

Vivió en los centros mineros de Siglo XX y Llallagua. En 1976, durante la dictadura militar de Hugo Banzer, fue perseguido, torturado y encarcelado. Estando en el Panóptico Nacional de San Pedro y en la cárcel de mayor seguridad de Viacha-Conchocoro, escribió su libro de testimonio “Huelga y represión”. Liberado de la prisión por una campaña de Amnistía Internacional, llegó exiliado a Suecia en 1977. Cursó estudios de pedagogía en el Instituto Superior de Profesores, en Estocolmo. Dictó lecciones de quechua, coordinó proyectos culturales en una biblioteca, dirigió Talleres de Literatura y ejerció la docencia durante varios años. Actualmente es colaborador de publicaciones en América Latina, Estados Unidos y Europa. Es autor de “Días y noches de angustia” (premio nacional de cuento, UTO, 1984), “Cuentos Violentos” (1991), “El laberinto del pecado” (1993), “El eco de la conciencia” (1994), “Antología del cuento latinoamericano en Suecia” (1995), “Palabra encendida” (1996), “El niño en el cuento boliviano” (1999), “Cuentos de la mina” (2000), “Entre tumbas y pesadillas” (2002), “Fugas y socavones” (2002) y Literatura Infantil, Lenguaje y Fantasía” (2003). Dirigió las revistas literarias “PuertAbierta” y “Contraluz”. Su obra mereció premios y becas literarias. Tiene cuentos traducidos y publicados en antologías internacionales.

   
   
   
   
   
 
 
 
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Imágenes de ilustración:

Margen inferior: Robert Lavin, Obra (detalle).