el interpretador ensayos/artículos

 

Lunes 7-02-05. Sobre Fogwill.

Martín Glozman

 

 

 

 

Hace ya varios meses, una vez, conversando de paso en la barra de un café frente a la facultad un amigo recordaba “aquel libro de Fogwill en que uno de sus cuentos era el aleph al revés”. “¿A sí?”, le decía yo —aún no lo había oído y ya tenía ese libro en mi poder. “Sí —me decía—, ese que se titula con unas palabras como campo, ciudad, etc”. Algo así había sido. Ese día, justo en ese momento yo estaba por ir a exponer el trabajo con dos chicas sobre Fogwill al seminario de Saítta. Esta persona justo estaba yendo a una clase de Teoría y análisis donde los de la cátedra frente a la clase conversarían sobre Aira. Algo así era. Charlamos de esto dos minutos, él decía que pensaba a Aira y a Fogwill como escritores del estilo. A mí esto me dejó pensando: varias veces me pregunté qué es lo que pudiera emparentarlos de alguna manera. En el momento yo le decía que a mí más bien me parecían de estilos contrarios, que el punto que los separaba irreconciliablemente era que entre el lenguaje y el referente en Aira había una distancia y una relación que era siempre la misma y que en Fogwill esa relación estaba siempre en permanente tensión y cambio: el léxico, la construcción de la frase, los ritmos, etc, etc. dependían y variaban de acuerdo a y en tensión con, los personajes, lo narrrado, la situación histórica, la clase social, etc, etc, etc.

En Aira da igual si se trata de cumbia villera, chetitas de Palermo, o fantasmas de un edificio en construcción. Ahí quedó eso, pero sin embargo quedaba el porqué pudieran pensarse como escritores a la par: será la generación, será esa cierta marginalidad que ambos ocupan incluso estando ya en lugares más o menos centrales, será esa filiación desplazada de la tradición nacional, tal vez más por el lado de Copi.

¿Pero qué más se puede decir de esto? Aira escribe siempre en línea recta, sin regresos, sin correcciones, sin reediciones; Fogwill revisa, corrige, recorrige, y reedita. Reedita sin parar, republica sin parar. Rearma antologías con cuentos actuales y cuentos ya publicados tres veces y modificados cada vez. Modifica palabras, pequeños detalles. Fijaos por ejemplo en la antología Ejércitos imaginarios (1983) y en Muchacha Punk (1998): “Muchacha Punk” está en ambos, la dedicatoria a Mariana Domich Rovshenko (a quién estoy seguro que todos quisiéramos conocer y de quién pensamos que fue esa punk por quién Fogwill pudo escribir: “En diciembre de 1978 hice el amor con una muchacha punk”) ya no está. Y en el 98 la frase que abría el segundo párrafo del 83 (“Primera decepción del lector: en este relato soy varón”) está cambiada por otra que ahora cierra el primer párrafo (“Primera decepción del lector: en este relato yo soy yo”). En el 83 “La larga risa de todos estos años” abría el libro y precedía a “Muchacha punk”, allí el narrador resulta ser, nos damos cuenta al finalizar el relato, una mujer y la relación sobre la que construía el relato, una relación lesbiana (si mal no recuerdo). En el 98 este relato pasa a cerrar el libro, quedando antes de “Muchacha punk” dos relatos, reeditados también pero en este caso de Música japonesa (1982) (“Dos hilitos de sangre” y “Japonés”). Si no me equivoco el único relato “nuevo” de la edición del 98 es “Cantos de marineros en las pampas”.

El cuento aquel acerca del que se dice que es el aleph al revés es “Help a él”, editado en Pájaros de la cabeza en cuyo libro están también los cuentos “Sobre el arte de la novela” y “Camino, campo, lo que sucede, gente”. Por la enumeración y por el tipo de título recordando aquella charla de la que hablé al ir a leer el libro creí que el cuento que aludía al aleph era este último. Claro que me interesó qué relación Fogwill podría proponer con tal clásico de Borges o con el clásico Borges en sí mismo. El cuento no me gustó tanto como otros y me dejó cierta incertidumbre o decepción: carecía —me pareció— de aquello que Speranza al reseñar La experiencia sensible llamó “las obsesiones de Fogwill”. La cito: “Es cierto que reaparecen aquí sus obsesiones más recurrentes pero no alcanzan a sofocar esta vez su inteligencia y su sensibilidad para observar, pensar y narrar el mundo”.

Pues justamente era eso lo que echaba de menos en este cuento: más obsesiones, más sofocación. Sin embargo el cuento algo tiene, sin dudas. No lo releí y no voy a hacerlo para hablar de él ahora: lo que puedo decir es que lo leí hace un tiempo, no volví a pensar ni a hablar de él, pero ahora que lo hago veo que recuerdo el cuento sensorialmente: es decir, en el modo de: impresiones: espaciales, temporales y hasta táctiles diría; lo que —entiendo— es indicio de una narración que funciona.

Pero lo cierto es que al leer “Help a él” me encontré nuevamente con esas obsesiones que todo lector de Fogwill debe esperar ansiosamente y que tan bien le hacen “narrar el mundo”. En el momento hablé de este cuento con una chica (no te voy a nombrar), y en respuesta a que ella me había regalado Trópico de Capricornio (el día que la conocí yo le hablaba de Fogwill y ella de Miller) yo le regalé Pájaros de la cabeza. Casi no nos conocíamos. Recuerdo que ella quedó totalmente impresionada por el cuento y que incluso le había producido una depresión fuerte. Intentamos hablar del tema, y yo tenía curiosidad acerca de porqué podría haberle producido aquel efecto. Me hacía la pregunta de si era una literatura que una mujer pudiera leer, o en todo caso entender, o en todo caso qué es lo que entendería. Bueno, ¿porqué la impresionó así?, y primero ¿de qué modo la había impresionado? A mí el relato me parecía increíble y me había hecho reír terriblemente; a ella le había parecido, en cambio, simplemente terrible.

Pero bueno, recién meses después, luego de una cena en que al lado de una bilbioteca teníamos el libro en la mano y mirábamos el índice, Juan Pablo comentó que “Help a él” era “El aleph” al revés. Ahí, vimos que “Help a él” era un anagrama de “El aleph”. Lo que me intriga, sin embargo, es el hecho de que se diga siempre que a esto se alude: el aleph al revés. Efectivamente no es al revés, sino sólo un anagrama. ¿Pero quién vio esto, quién lo asegura tanto, y porqué todos, incluso los que no lo vieron o los que lo dicen al referirse a otro cuento hablan de el aleph al revés?

Por otro lado, a menos que yo me haya perdido de algo importante, la referencia no es ni tan directa ni tan evidente en el cuento. Se abre la posibilidad de pensarla y tal vez dé para bastante pero si el cuento señala esa relación no lo hace más que por su título. Una vez marcada esa relación puede decirse que el objeto aleph se reemplaza por unos hongos: es decir se ingiere: no es que uno se ve en el aleph sino que el aleph entra en uno. En vez de estar en un subsuelo está en un primer piso. La mina igual que en Borges, que en Dante y que siempre, no está. Pero acá aparece no sólo para la vista sino para todo el cuerpo: no se la ve de lejos, iluminada, sino acá, al lado, garchando, metiéndote una pija sostenida por un arnés desde su vientre en el otro. La cosa es diferente: pero es al revés?

Yo buscaba eso, algo al revés cuando buscaba en Camino, campo, etc. No encontraba nada que me hiciera ver la evidencia de aquel intertexto pero lo mejor de todo es que guiado por ese comentario buscaba... y encontraba algunas relaciones. Ya no recuerdo ahora exactamente cuáles pero las encontraba.

Hace tiempo ya que hablo y escucho hablar mucho de Fogwill. Una cena, era en ocasión del cumpleaños de mi prima nos entretuvo gran parte de la noche. Muchos ni siquiera lo habían leído pero estaban totalmente interesados en la discusión y a medida que escuchaban y se iban informando se hacían de una opinión. La discusión giraba en torno a si Fogwill sería o no un buen padre, discusión que ha vuelto en varias ocasiones. En primera instancia puede parecer obsoleta, y de hecho nunca faltó quién lo comentara: “a quién importa que sea una cosa o que sea la otra, o qué tiene eso que ver con su literatura”. Marcela se había divertido mucho y llamó a esto “la teoría del buen padre”. No es tan fácil discutir esa objeción pero sí en defensa del problema planteado se puede decir que tiene buen raiting, que interesa y que hace pasar horas en una charla entretenida y que por algún motivo evoca recuerdos de cosas leídas, asociaciones y comentarios de lo más inusitados. Es decir: es productiva. Por algún motivo la pregunta pega y nos ponemos a pensar en tal o cual otro escritor y su paternidad.

Eso me parece lo primero y después en todo caso cabe preguntarse por el porqué de esa productividad. A mí se me ocurre que es una discusión totalmente pertinente a la literatura de Fogwill porque, por ejemplo, es una pregunta que involucra y pone en conflicto los problemas de la conservación y su contrario: puede ser destrucción, puede ser gasto, puede ser fluidez, puede ser “viaje”, etc.

La familia involucra la conservación, y el lenguaje en primera instancia se diría que también pero qué pasa con la literatura, y con cada una en particular. La literatura de Fogwill, podríamos decir, es totalmente explosiva, disrruptiva: es todo lo anti conservación que (opino) la literatura puede ser (esto igual habría que ponerlo a prueba).

Por ejemplo: se puede decir de sus primeras personas, las coincidencias con el autor y el viaje hacia los extremos por el que se van esas voces —personajes: la merca, las posiciones—, opiniones, el sexo, las fantasías (“Help a él” es un buen ejemplo). Puede mencionarse también “Luz mala”, relato extraordinario de iniciación sexual del narrador con la hermana (y con el que muchos habremos de habernos hecho pajas). Habría que, de decidirse a hacerlo, constatar fechas y datos geográficos y cronológicos pero en primera instancia pareciera poder afirmarse la existencia de coincidencias importantes entre el narrador y Fogwill.

Pero, ¿nos importa mucho la persona Fogwill? En principio no tanto mientras no deje de escribir, pero por algún motivo todos volvemos a hablar de él, en las mesas, en los pasillos y en las reseñas. En general se dice si está loco, si es un hijo de puta, si es punk o si es simplemente un boludo o un viejo verde o alguna otra cosa.

Hay por cierto una reseña genial titulada “Fogwill punk” o algo por el estilo. Habla de Fogwill como de un No andante. Su negatividad y su movilidad son tan fuertes que no puede ser asimilado y entonces se habla de él como de un loco. Fíjense que se trata del par movilidad-asimilación. Es decir movilidad-inmovibilidad solapado en rebeldía punk-asimilación o disrrupción-conservación.

Lo cierto es que muchas veces se dice de Fogwill como de un loco pero nunca como de un pobre loco, o de un pobrecito. Esto es lo que dice Elsa Kalish al compararlo con Viñas y hablar de sendas potencias: diferentes en forma, más para un lado o más para el otro, pero similares en intensidad. (1)

Pero volvamos a la pregunta. Todo esto nos lleva a Fogwill como a un quilombo, pero ¿qué nos podría permitir imaginarlo como un buen padre y en qué medida esto nos incumbe?

En el número pasado de el interpretador, Gandolfo (escritor por cierto sobre el que Fogwill habla mucho y muy bien) responde que efectivamente ha dejado de escribir cosas para cuidar a gentes y comenta que nunca se llega hasta el fondo, o algo parecido a esto(2). ¿Qué pasa en este sentido con Fogwill y qué podría responder él?

Hace unas pocas semanas A. en un café en Corrientes me decía que Fogwill gasta. Que derrocha, permanentemente. Gasta todo lo que tiene, todo el tiempo: las palabras, el dinero, y se podría extender: el cuerpo, las palabras escritas, los libros editados, etc., etc., etc. Digamos por ejemplo de esa alusión permanente a la merca o en el mail de Kalish esa pijita arrugadita.

Claramente el gasto es lo contrario de la conservación. Ahí entra el problema de la familia. Lógicamente habría que cuestionarse —lo que no se hará— varias cosas acerca de sus características: cómo se juegan en ella estos dos polos de gasto y conservación, la ley, la prohibición, sus rupturas, etc, etc.

Pero recordemos por ejemplo aquel cuento, “Restos diurnos”, en que el narrador amanece tomando merca y recibe el llamado de una mina que le dice que su marido no está y que se vaya para allá a echar un polvo. Que “no” le dice, y ella insiste. Finalmente sube a sus nene y nena al auto y se los lleva para allí, San Isidro. Llegan, los chicos van al cuarto de chicos y ellos al entre piso, a garchar. El cuento viaja, empieza a viajar y se va indefinidamente por el camino de los sueños.

Nuevamente comienza en esas coincidencias biográficas entre el narrador y Fogwill, arranca de ahí, anclado ahí. Es como un puerto desde el que por medio de la escritura se empieza a navegar. La imaginación parece ser el elemento corrosivo, aquel que desintegra todas esas referencias o, mejor dicho, las transforma.

Se puede decir que los cuentos de Fogwill y tal vez todo lo suyo empiezan en casa. El tema es luego dónde terminan. Y cuál o cómo, es el camino ese por el que se van. Los referentes son siempre fuertes y mucho de lo que los ata a la representación se mantiene inmutable (este sea tal vez el principio de su realismo) pero una vez allí, puestos en la escritura empiezan a reaccionar entre ellos. Esto está perfectamente descripto en la Experiencia sensible: allí se dice “poner en movimiento natural y vigilar”. Este es el naturalismo de Fogwill.

Piénsese por ejemplo en esa escena extraordinaria de Vivir afuera en donde en torno a la mesa de un bar cualunque frente al hospital el médico judío, el gato, la enfermera y Wolff conversan. ¿No son elementos extraídos de la realidad y puestos a jugar ahí, en esa mesa, diciendo cada uno lo que puede decir y viendo lo que puede ver, e inclusive pensando, imaginando, deseando, etc, etc. aquello que su con-formación le permite?

Y el juego, a diferencia de lo que Gandolfo parece querer decir, no parece tener límites más que los de los condicionamientos materiales de los personajes y el contexto donde actúan. Eso es lo que los limita, la casa, y lo que los mueve parece ser la imaginación.

Hagámonos junto a Elsa otra pregunta: ¿es Fogwill antisemita? Y rápidamente junto a ella digamos que esta pregunta a diferencia de la otra es totalmente estúpida y obsoleta, por todo lo que ya se dijo.

Por otro lado, con respecto al intercambio de mails Fogwill-Elsa: primero el tono pedante de Elsa en el mail (“todos en la facultad piensan que sos malo y antisemita, menos yo que estoy desplazada del canon”) y el contarle de su columna donde las chicas se masturban así daba ya para esa respuesta, y segundo: esa respuesta daba también para esa publicación.

Sin embargo, la respuesta es particular. A uno que te escribe así lo mandás a la concha de su hermana (aquella del cuento claro está), pero a Fogwill no. ¿Porqué? ¿Porque está loco? No. Yo diría más bien que es un tipo que está navegando, para utilizar la misma metáfora de antes. Pero no navegando de locura. Su sentido de lo real es demasiado, y demasiado en serio, como para afirmar semejante boludez. En todo caso arriesgo la idea de una coherencia extrema, de una coherencia hasta las últimas consecuencias, corrosiva. Y la risa que viene detrás, o el horror, o lo terrible, volviendo a las impresiones que nos produjo “Help a él”. Se trata de ese navegar y sus complicaciones de los que dan pocas cosas por sentado.

En todo caso a Fogwill también se lo puede mandar a la concha de su hermana y se lo debe haber mandado bastante. Él mismo parece irse en ese viaje a esa concha y más lejos bastante seguido. Pero sí, se trata pienso de un viaje. Quien ve así las cosas parece verlas como se las ve en la escena de un teatro o como en sus mismos relatos. Y es ahí cuando puede empezarse a jugar y a probar: causas y efectos, acciones y reacciones, cuando puede decirse cualquier cosa frente a lo absurdo en la cara de quienes te miran tan serio, para un lado, la derecha, o para el otro.

 

©Martín Glozman

 

NOTAS

(1)Elsa Kalish - Las chicas de Letras se masturban así III

(2)Caminando alrededor. Entrevista a Elvio Gandolfo, por Ariel Bermani, Daniela Allerbon y Zulema Lázaro.

 

 

 
 
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Martín Glozman

Publicaciones en el interpretador:

Número 9: diciembre 2004 - Sábado -30 de abril- (narrativa)

Número 11: febrero 2005 - Cinco am (narrativa)

   
   
   
   
   
 
 
 
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Margen inferior: Michal Macku, Obra (detalle).