el interpretador el trabajo

Mam� es acr�bata en dos circos

por M�nica M�ller

Estoy todo el tiempo haciendo algo porque no s� no hacer nada. Me dicen descans�, par� alguna vez, ten�s hormigas en el culo, y golpean la silla de al lado para que me siente.

A veces me quedo un rato con las manos quietas pero todos se dan cuenta de que es algo forzado porque me pongo nerviosa y no puedo concentrarme en lo que dicen.

Siempre hay un psicoanalista o un psicoanalizado que me regala una interpretaci�n (siempre la misma):

-�Por qu� est�s todo el tiempo haciendo algo? �Ser� para no pensar? �Y qu� ser� lo que no quer�s pensar?

La gente no sabe que mis manos y mi cerebro est�n conectados como una d�namo con el farolito de la bicicleta: cuando hago un trabajo manual en mi cabeza se prende una pantalla donde se proyectan im�genes, ideas y pensamientos a mil por hora. En cambio cuando no hago nada mi metabolismo neuronal se hace lento, la pantalla se oscurece y si en ese momento me hicieran un encefalograma, se podr�a ver que es plano.

Tampoco saben que cuando parece que estoy haciendo una cosa en realidad estoy haciendo tres o cuatro a la vez. Por ejemplo, cuando parece que s�lo estoy atendiendo a un paciente en el consultorio, en el taller se est� secando una mano de cola que le di al lomo de un libro que estoy arreglando y en la cocina tengo levando la masa del pan. En cuanto se va el paciente voy a la cocina, meto el pan en el horno y de paso pongo a hervir unos membrillos para hacer dulce; voy al balc�n y trasplanto un arbolito que est� medio desnutrido, llega otro paciente, lo atiendo y cuando se va, voy al taller, corto el cart�n para hacer las tapas del libro, pego un collar roto y lo dejo apretado en la morsa, saco el pan del horno, controlo la cocci�n de los membrillos, pongo a hervir unas lentejas, corto un costillar de cerdo, lo pongo a marinar y busco sunchos para amarrar la protecci�n del balc�n que arranc� el viento y en eso llega otro paciente, lo atiendo; cuando se va saco el collar de la morsa, encolo las tapas del libro, voy a la cocina, les agrego agua a las lentejas, saco los membrillos del fuego, voy al balc�n, pongo los sunchos y le saco las cochinillas al jazm�n que se apesta todos los inviernos. Termino de atender a las diez de la noche, cocino el cerdo con cebollas y paprika, le agrego las lentejas y preparo un flor de guiso, comemos, lavo los platos y nos vamos a dormir despu�s de medianoche. En la cama hago la cuenta: atend� ocho pacientes, hice cuatro panes y cinco frascos de dulce de membrillo, arregl� un collar, asegur� el enrejado, repar� un libro y cur� dos plantas. Sin contar el guiso, que me sali� riqu�simo: todos comieron dos platos y terminaron de reba�ar el jugo con pedacitos de pan casero.

A la ma�ana salgo aunque llueva o haga un fr�o que pela o much�simo calor. Anoto y numero lo que tengo que hacer siguiendo un itinerario para aprovechar el tiempo: empiezo por lo que queda m�s lejos y voy haciendo todo por orden acerc�ndome a casa.

Cuando salgo muy apurada hago s�lo una lista mental pero por el camino voy enhebrando palabras para no olvidarme de nada y canturreo ese mantra durante todo el camino.

El de esta ma�ana era as�:

? japon�s lija rat�n,

marco el zapato

con pitucones

y dientes de diariero.?

Eso quiere decir que ten�a que empezar a diez cuadras de casa, en la relojer�a del japon�s para cambiarle la pila a un reloj, de ah� ir a la ferreter�a a comprar lija y a la casa de computaci�n a comprar un mouse inal�mbrico, llevar a enmarcar un cuadro, buscar los zapatos que hab�a dejado para cambiar la suela y despu�s a la mercer�a a buscar unos pitucones para remendar un saco, a la farmacia a comprar un cepillo de dientes y al final, pagarle al diariero de la esquina.

Cuando estudiaba medicina tambi�n inventaba reglas mnemot�cnicas para acordarme de las infinitas listas de huesos, arterias y nervios que hab�a que recitar de memoria para un examen y olvidar al d�a siguiente. Mis compa�eros de facultad eran mucho m�s j�venes que yo, viv�an con sus padres y les impresionaba que adem�s de estudiar trabajara todo el d�a y criara sola a mis tres hijos. Me llamaban Mam� es Acr�bata en Dos Circos, la regla que desde hace un siglo se usa para recordar las ramas de la arteria axilar (mamaria externa, escapular inferior, acromiotor�cica y las dos circunflejas).

Cuando lavo los platos pienso mejor que nunca. Siempre me ofrezco a lavarlos pero no por abnegaci�n. La espuma del detergente y el movimiento lento y circular del cepillo y la virulana me colocan en un estado de abstracci�n que no se alcanza sentada frente a una computadora ni repantigada en una hamaca paraguaya ni bajo los efectos de la mejor sustancia psicoactiva, salvo que se quede un comedido hablando sin parar para entretenerme.�

Si a alguien le parece que cualquiera lava los platos, les digo que lavarlos bien es un arte y que hacerlos con el m�todo que me ense�� mi pap� es una ciencia. Adem�s de frotar y lavar todo por arriba y por abajo escrupulosamente, es esencial respetar esta secuencia:

A. Tirar a la basura los residuos m�s gruesos.

B. Enjuagar todo para sacar la suciedad visible.

C. Limpiar la pileta y dejar libre la rejilla.

D. Ordenar y apilar en la mesada, en seco y por separado ollas, fuentes, platos, platitos y tazas.

E. Poner a hervir los cubiertos en una cacerola limpia con detergente.

F. Despu�s, lavar en este orden:

1. los vasos

2. las tazas

3. otras cosas fr�giles

4. las cosas m�s peque�as

5. los platos

6. los cubiertos, cepillando uno por uno con puloil despu�s de hacerlos hervir cinco minutos.

7. las fuentes, las asaderas y las ollas.

No hay que distraerse porque si uno se desconcentra puede lavar un plato cuando es el turno de los vasos, y es importante haber terminado de enjuagar bien cada rubro antes de empezar a lavar uno nuevo. Las cosas de vidrio se enjuagan al final con agua fr�a para que queden brillantes. Durante todo el proceso hay que mantener seco y limpio todo alrededor de la pileta pasando un trapo rejilla bien estrujado y si se cae una gota de agua hay que secarla enseguida para no pisarla porque en la humedad se reproducen alocadamente las salmonellas, que no son unos pescaditos gordos sino unas bacterias muy da�inas.

Mientras mi pap� lavaba yo miraba sus manos grandes como platos frotando y enjuagando hasta que todo hac�a cri cri, ese chirrido que hacen las cosas demasiado limpias, y no me quedaba tranquila hasta que la �ltima familia de vasos estaba guardada en el armario. Las fuentes eran hombres forzudos que se quedaban hasta el final en el barco y la �ltima olla de acero era un capit�n heroico que se negaba a abandonarlo hasta que toda la gente estaba a salvo.

Mientras secaba todo en el mismo orden en que se lavaba, en mi cabeza se o�a ?las mujeres y los ni�os primero? sobre un fondo de gritos, sirenas, viento y oleaje y en la pantalla aparec�a la estatua de Luis Viale que mi pap� me mostraba cada vez que �bamos a la Costanera. Yo sab�a la historia de memoria pero no dec�a nada para que me la contara otra vez. Lo que m�s me gustaba era cuando mi pap� trazaba con la mano una trayectoria desde la estatua hacia el r�o para ubicar el muelle y el barco que se alejaba y cuando Viale le daba su salvavidas a una mujer embarazada y se ahogaba enseguida. Tambi�n me gustaba arder de indignaci�n cuando el barco empezaba a hundirse y el capit�n agarraba el primer salvavidas y se alejaba nadando. Lo que me decepcionaba un poco era que en la estatua Viale estaba perfectamente seco tirando el salvavidas desde la orilla como un ba�ero pusil�nime.

Otro de mis trabajos preferidos es lustrar los zapatos. Primero se rellenan con papel de diario y se les pasa el cepillo duro para sacar la tierra (no s�lo la capellada, tambi�n los bordes, donde el cuero se une con la suela). Despu�s se toma bet�n con el cepillo chico y se unta el zapato empezando por el tal�n, avanzando hacia la punta y haciendo fuerza para que penetre en las costuras y en el borde visible de la suela. Mientras se seca el primer zapato se embetuna el segundo. Despu�s se cepilla uno por uno con el cepillo blando, primero fuerte y cada vez m�s r�pido y m�s suave hasta que el cepillo resbala sobre las puntas de los pelos casi sin tocar el zapato. Cuando parece que est�n listos, todav�a falta lo m�s importante: hay que pegarle una buena escupida a la capellada y enseguida hacer diez o quince pasadas r�pidas de cepillo para repartirla por todo el zapato. Con ese m�todo quedan brillantes y como barnizados durante mucho tiempo.

Ning�n trabajo es insignificante; todos deben hacerse a conciencia, todos pueden hacerse con belleza, para todo hay una t�cnica correcta y cada tarea tiene una herramienta apropiada, me discurseaba todo el tiempo mi pap�.

Cuando en Sacrificio, la �ltima pel�cula de Tarkovski, un personaje dice ?digan lo que digan, seguir un m�todo tiene siempre su recompensa? al ver brotar el arbolito seco que reg� obstinadamente durante a�os, me parece que las palabras de mi pap� se condensan, cristalizan y brillan como un mensaje del m�s all�.

Con la objetividad que s�lo da mucha agua despu�s de pasar bajo el puente, ahora me parece que mi pap� era un poco machac�n con sus normas y sus leyes morales. El trabajo como valor superlativo era uno de los pocos pilares sobre los que hab�a construido su vida y el �nico campo en el que se sent�a ganador. Su idea b�sica era de una gran sencillez: todo trabajo ennoblece y todo ocio corrompe y pervierte. Sobre esa premisa constru�a un sistema ortogonal de ideas secundarias:

  1. una persona no es libre si no trabaja
  2. nada tiene valor si no se consigue por medio del trabajo duro
  3. todos los trabajadores son buenos
  4. todos los haraganes son malos
  5. el que madruga es honesto
  6. el que se acuesta tarde es sospechoso �
  7. el que no duerme bien tiene alg�n cargo de conciencia.
  8. los que trabajan siempre duermen bien.

Me daba ejemplos que le�a en Selecciones del Reader?s Digest, como el del prisionero en un campo de concentraci�n al que le hab�an encomendado levantar una tapia que ?�l sab�a- le iban a hacer derribar una vez terminada. El prisionero, un intelectual que nunca hab�a trabajado con las manos, estaba enfermo y fam�lico pero se empe�aba tanto en hacer bien el trabajo que no lo abandonaba ni cuando sonaba la campana que llamaba a almorzar. Me parec�a admirable pero tambi�n propio de un lun�tico que siguiera apilando obsesivamente los ladrillos en lugar de ir a comer la �nica comida del d�a. No me animaba a decirlo porque no quer�a que mi pap� me considerara innoble, pero �l igual se daba cuenta de que no me simpatizaba ese emperramiento en hacer a la perfecci�n algo in�til. Entonces me repet�a que hacer la tapia m�s perfecta del mundo era su �nica posibilidad de resistencia y eso lo ennoblec�a ante los guardias, aunque finalmente se muriera de hambre y de tifus y nadie reparara en su obra.

Yo no pod�a dejar de pensar que en el lugar del prisionero no me hubiera preocupado por hacer una pared extraordinaria si enseguida la iban a derribar y finalmente me iba a morir de una u otra manera. O tal vez s� lo hubiera hecho, pero en todo caso lo hubiera pensado despu�s del almuerzo.

S�lo el trabajo lo hac�a a uno merecedor de la vida, as� que hab�a que estar preparado para gan�rsela hasta en las condiciones m�s adversas, dec�a mi pap�. Me ense�� a prender fuego con una lupa y a hacer se�ales de humo quemando ramas verdes. Me ense�� a transmitir SOS en c�digo morse (tres puntos, tres rayas, tres puntos) y en el c�digo marino de banderas, que ya no me acuerdo. Me ense�� a usar dos tipos de br�jula: la de aguja y la card�nica con burbuja de aire. No se conformaba con que fuera capaz de hachar un �rbol, de navegar a vela, de pescar y de usar bien las herramientas. Tambi�n insist�a en que fuera capaz de sobrevivir sin ning�n instrumento: por si no ten�a reloj me ense�� a calcular la hora por la posici�n del sol; por si era de noche y no ten�a br�jula me hizo aprender las constelaciones y a reconocer el sentido de la corriente para saber si me estaba internando tierra adentro o yendo hacia el mar. Me ense�� a calcular a qu� distancia est� una tormenta contando los segundos que separan al rel�mpago del trueno. Me ense�� a nadar sin cansarme, a escalar cerros, a trepar �rboles y postes, a caminar descalza en el monte y a bucear en el r�o por si ten�a br�jula, hacha y reloj pero los malditos se me ca�an al agua. Me planteaba escenarios funestos en los que no hab�a abrigo, alimento ni herramientas. Me hac�a leer historias reales en las que una persona com�n se las apa�aba para sobrevivir en condiciones de una hostilidad inveros�mil.

No es raro que yo viviera preocupada, cavilando todo el tiempo sobre las maneras m�s eficaces de hacer todas las cosas. Por si me quedaba ciega, a veces caminaba las cinco cuadras que hab�a entre casa y el colegio con los ojos cerrados. Mi hermano se enojaba porque me tropezaba con los �rboles y la gente y lleg�bamos tarde. Entonces hac�a trampa mirando a trav�s de los p�rpados entrecerrados pero me quedaba preocupada porque eso no serv�a como entrenamiento para la ceguera. Cuando estaba sola en casa practicaba para ser paral�tica. Me arrastraba por el piso durante horas sobre las manos y los codos dejando las piernas muertas. Otras veces me pasaba un d�a entero haciendo todo con la mano izquierda por si perd�a la derecha.

Sab�a que si uno naufraga no hay que tomar agua de mar y tampoco tu propio pis, porque te mor�as de la manera m�s horrible, loco y con convulsiones. Yo preguntaba pero nadie sab�a por qu� el pis y el agua salada pod�an hacerte enloquecer. Mi pap� descartaba la pregunta con un gesto despectivo de la mano y se concentraba en convencerme de que en ese caso hay que atrapar un p�jaro y degollarlo, tomarse la sangre chupando las arterias del cuello y despu�s desplumarlo y comerse la carne. Yo promet�a hacerlo si naufragaba pero estaba segura de que llegado el momento iba a ser incapaz de hacerlo. Trataba de imaginar que lo hac�a cuando me llevaban a darles de comer a las palomas de la plaza, pero me daban repulsi�n sus movimientos err�ticos, sus ojitos mezquinos y su forma rapaz de trenzarse a picotazos por un mendrugo. Pensaba en el cuerpo quebradizo y tibio fractur�ndose en mis manos y decid�a que cuando naufragara me iba a dejar morir de sed antes de degollar un p�jaro. Adem�s, ni siquiera sab�a c�mo hacer para atraer uno a mi balsa pero eso nunca lo pregunt�.

Mi pap� trabajaba en una f�brica. Le faltaba el dedo anular de la mano derecha porque se lo hab�a triturado una m�quina. Creo que se llamaba fresadora. Una noche lleg� con una venda blanca enorme y acolchada que le envolv�a toda la mano. Dijo que se hab�a lastimado un poco. Unos d�as despu�s volvi� sin la venda, con una gasa pegada en el hueco que ten�a donde antes ten�a el dedo. Durante algunos a�os yo esperaba que le volviera a crecer, aunque esperaba que fuera un poco m�s chico.

Ten�a un mameluco que llevaba a casa todos los viernes. El s�bado mam� lo frotaba con jab�n blanco en la tabla de lavar de madera y lo dejaba al sol todo el d�a. El domingo a la ma�ana lo lavaba con un cepillo y a la noche lo planchaba y lo doblaba hasta que quedaba tieso como una tabla. Con el calor de la plancha la lona azul desped�a un olor que me hac�a pensar en la palabra metalurgia. Todo mi pap� ol�a a metalurgia. Los hombres que usaban perfume le parec�an despreciables y el desodorante le inspiraba una profunda desconfianza.

A veces nos llevaba a mis primos y a m� a la f�brica. Me daba miedo el ruido terrible de los hierros y de las m�quinas, que eran enormes y parec�an siempre a punto de saltar en pedazos por el aire. Antes de cruzar el port�n nos formaba en hilera y nos repet�a lo que ya sab�amos: no nos ten�amos que acercar a las m�quinas, no ten�amos que correr ni caminar con las manos en los bolsillos; si quer�amos ver una m�quina nos ten�amos que acercar con las manos atr�s para no tocar nada. En la f�brica hab�a algo muy peligroso que se llamaba carburo. Los varones eran los �nicos que sab�an d�nde estaba y hablaban en secreto de c�mo conseguir un pedazo. Dec�an que si lo tirabas al agua sal�a mucho fuego. Yo sab�a hacer fuego con la lupa y el sol y en las sobremesas a veces sorprend�a a alguien apretando una c�scara de mandarina sobre una llama para hacer chispitas, pero lo del carburo era otra cosa; era fuego de verdad con s�lo tirarle un poco de agua. Era muy bueno para tenerlo siempre por si te perd�as o naufragabas. Una vez mis primos se robaron un pedazo y mi pap� enseguida se dio cuenta: nos hizo parar frente a �l y nos interrog� con la cara muy cerca de nuestra cara. Ten�a los ojos muy azules y un olor a cigarrillo y a sudor que me gustaba. Al fin mi primo sac� del bolsillo un pedazo de algo gris que desped�a un olor �cido. Casi no pude verlo: mi pap� lo agarr� enseguida con un pedazo de papel, lo puso aparte y le dio a mi primo un cachetazo que le dej� media cara colorada hasta la noche.

Todas las madres iban a las fiestas del colegio y a veces iban algunos padres. Usaban traje, chaleco y corbata y se pon�an una colonia que al d�a siguiente todav�a se pod�a oler en el sal�n de actos. Mi pap� nunca iba porque trabajaba mucho. Una vez la maestra me eligi� para hacer el papel de Mariquita S�nchez de Thompson en el acto del 25 de mayo. Ten�a que sentarme frente al piano y hacer que tocaba el himno sincronizando los movimientos de las manos con la m�sica grabada que sal�a por los parlantes. Despu�s ten�a que pararme y arengar a los pr�ceres reunidos en mi sal�n para que hicieran la Revoluci�n de Mayo. La maestra me dijo que me iba a poner una peluca con bucles y un vestido celeste largo con miri�aque. Le insist� tanto a mi pap� que por primera vez me prometi� salir de la f�brica temprano para verme actuar.

La maestra no consigui� la peluca pero me hizo dos trenzas tirantes atadas con una cinta celeste, me puso un peinet�n de celuloide nacarado en la cabeza y me pint� las mejillas con su colorete y los labios con su l�piz de labios. Al final me dibuj� con l�piz de cejas un lunar encima del labio superior porque las damas antiguas ten�an un lunar negro en la cara. Como no consigui� el vestido celeste con miri�aque me estir� el guardapolvo para que me tapara las rodillas y me subi� las medias que siempre se me ca�an. Despu�s me peg� un empujoncito hacia el escenario porque a �ltimo momento me qued� paralizada y me olvid� toda la letra que hasta un segundo antes sab�a de memoria. Mientras hac�a que tocaba el himno, las risitas y los murmullos admirativos de los padres me infundieron tanto coraje que desde el costado la maestra me hac�a gestos para que disminuyera la velocidad o el �nfasis pero yo no le hice caso. Despu�s me par�, avanc� hacia los revolucionarios, que ten�an pa�uelos de seda en el cuello y patillas pintadas con corcho quemado y empec� a arengarlos sin olvidarme ni una palabra. Cuando estaba por terminar vi a la altura del escenario la cara de mi pap�. No pude contenerme: corr� hasta el borde y me arroj� en sus brazos antes de terminar el discurso. Reci�n cuando me abraz� me di cuenta de que ten�a las u�as y el mameluco negros de grasa de m�quina. Cuando levant� la mano para acariciarme la cabeza me dio verg�enza que le faltara el dedo.

Despu�s no me acuerdo bien, pero s� que va a las zancadas por la calle y yo corro para seguir su paso. Mi mano est� metida dentro de la suya, que nos quema a los dos como un pecado. �l dice que no es una deshonra tener un padre trabajador; que la �nica deshonra es tener un padre ladr�n y peor todav�a que un padre ladr�n es tener un padre que no trabaja.

M�nica M�ller

el interpretador acerca del autor

M�nica M�ller

Naci� en Buenos Aires 1947. Public� una novela, El Gato en la Sart�n (Ediciones de la Flor), en 1971, y despu�s se distrajo durante 36 a�os. En 2007, volvi� a publicar, por Ediciones Al Margen, una colecci�n de relatos titulada Secuelas.

Es m�dica cl�nica home�pata.

Es autora del blog Viejos son los trapos.

http://viejossonlostrapos.blogspot.com/

Publicaciones en el interpretador:

N�mero 22: enero 2006 - Secuelas (narrativa)

N�mero 25: abril 2006 - Obras (artes visuales)

N�mero 30: marzo 2007 - Salidas (aguafuertes)

Direcci�n y dise�o: Juan Diego Incardona
Consejo editorial: Diego Cousido, In�s de Mendon�a, Cecilia Eraso, Juan Pablo Lafosse, Malena Rey
Control de calidad: Sebasti�n Hernaiz

Im�genes de ilustraci�n:

Margen inferior: Daniel Santoro, Lucha de clases.