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La d�cada del noventa abarc� la totalidad de mi adolescencia. Ten�a once a�os en el 91 y 19 en el 99. Estoy segura de que si leyera esto mismo de otra persona pensar�a cosas que no tienen nada que ver con lo que fueron para m� esos a�os, con mis hitos personales, con la m�sica que escuchaba, las pel�culas que ve�a, el pelambre con rulos que me dej� crecer hasta la cintura con una raya al medio realmente complicada de mover, tanto que para sac�rmela tuve que raparme la cabeza, pero bastante tiempo despu�s.
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Es raro que ahora sepa de la existencia de los dramaturgos del 90, la poes�a de los 90, de un cine de los 90 y que yo en ese momento leyera a Gelman, no tuviera idea de la existencia de Caraja-j� y me la pasara viendo viejas pel�culas italianas y francesas con Marcello Mastroianni y Gerard Depardieu (�los amaba!). Aunque me hayan dado todas las coordenadas espacio-temporales, no tuve noci�n de lo que pasaba; me hubiera encantado, pero no fui una chica de los 90, no voy a mentir hablando de esa como mi generaci�n y eso no quita que sea una l�stima.
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Me acuerdo que una vez, m�s o menos en el 95, con dos amigos quisimos ir a ver un espect�culo del que nos estaba llegando mucha informaci�n, no se bien por qu� v�a, pero hab�a logrado interesarnos. El grupo era De la guarda. Hab�an sido integrantes de la Organizaci�n Negra ?esos datos los ten�a alguien que frecuentaba Plaza Francia-,� unos tipos que hac�an extra�as performances en los ochenta y ahora estrenaban su primer espect�culo, Villa Villa, en el Centro Cultural Recoleta. Fuimos. Visto desde ahora y por varias razones creo que esa fue la experiencia m�s noventera que hice en los noventa. Un grupo de teatro que llevaba gente como una banda de rock, en plena primavera menemista, y publicitado como un evento masivo y art�stico por partes iguales.
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Nos tomamos el 92 desde Caballito, bajamos en Plaza Francia, caminamos, esperamos en el patio del Recoleta que nos dejaran entrar a la sala. Est�bamos un poco asustados. Desde el vamos la operaci�n del grupo era cubrir de misterio lo que se iba a ver, sab�amos que hab�a gente colgada de arneses, pero no si iban a caerse sobre nuestras cabezas, si iban a tirarnos con algo o raptarnos como a r�sticas princesas medievales para llevarnos a lo alto de una torre. Nos hicieron ingresar y quedarnos parados en un galp�n a oscuras. Algo como ganas de pegar un gritito en medio de ese silencio tan notorio. Las luces se encendieron y no hab�a ning�n escenario. Arriba, en el techo, transcurr�a la acci�n. Un cielo de papel manteca iba siendo iluminado, cambiando de color, y por �l se bandeaban oleajes de avioncitos, confeti, globos, coches y soldados de pl�stico. Qued� alucinada con esa imagen tan dulce, como de sue�o de un reci�n nacido o de un peque�o animal dom�stico, atravesado por la fragilidad de ese papel que comenzaba a resquebrajarse. Todo cay� sobre nuestras cabezas y empez� el griter�o de Villa Villa, que era de una violencia un poco rid�cula: chicas que zapateaban sin bombacha, prorrumpiendo cantos tribales. �Por qu� toda esa gente quer�a asustar y asustarme? Alto impacto bajo todas sus formas: los acr�batas volando sobre sus arneses, los actores entre el p�blico con caras feroces, los zapateos virulentos, los graves de la m�sica que chocaban contra mi estern�n.
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El espect�culo termin�. Caminamos por Jun�n cuadras y cuadras, confundidos, sintiendo aun el piiiiii del volumen de todo, por adentro. Con mis amigos discut�amos de a ratos sobre lo que acab�bamos de ver. Me acuerdo que pasamos por un sal�n de fiestas, donde varios chicos en traje fumaban en la vereda. Ten�an papel picado en el pelo y una cara como demudada, parecida a la nuestra. Nos sonre�mos. Uno de los chicos era lindo. ?Yo de la fiesta soy el m�s bailar�n?, me dijo. Todav�a me causa gracia el comentario.�
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Mercedes Halfon
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