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Ac�phale
Georges Bataille, Roger Caillois, Pierre Klossowski,
Andr� Masson, Jules Monnerot, Jean Rollin y Jean Wahl.
Caja Negra, 2005.
182 p�ginas.
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Ac�phale es al mismo tiempo una comunidad y una revista. Ac�phale es la revista (aquello que puede sobrevivir) de una experiencia (aquello que se acaba en el presente). A excepci�n de algunos testimonios y el libro de Blanchot, poco se sabe de aquella experiencia: como comunidad secreta, inconfesable, se pretende clandestina, destinada al olvido. La pregunta que debe entonces plantearse es qu� sobrevive, qu� de aquella aventura inicial cargada de falsos relatos, malentendidos, especulaciones (la m�s arengada de las cuales habla de una chica que voluntariamente fue objeto de un sacrificio ritual en un bosque) puede leerse en estas p�ginas in�ditas hasta ahora en espa�ol y recientemente publicadas por el proyecto editorial Caja Negra con traducci�n y pr�logo de Margarita Mart�nez.
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Si Georges Bataille es, simplemente, el tr�nsito por la experiencia de los l�mites; si Georges Bataille es el (imposible) padre de toda una generaci�n; si Georges Bataille es quien se�ala a la vanguardia oficial los problemas de su organicidad; si Georges Bataille configura una v�a nueva para la historia de la negatividad es, simplemente, porque alcanz� a ver con claridad cu�les eran los l�mites de la dial�ctica en el siglo xx. Es Georges Bataille quien comprende con rapidez que las limitaciones y las paradojas que enfrentaban la pol�tica y el arte en el siglo xx s�lo pod�an encontrar una verdadera salida poniendo en cuesti�n la autoridad del pensamiento dial�ctico; aunque esa salida no supusiese sino la puesta en riesgo de s�, la puesta en crisis de todos los valores, la imposibilidad. Y s�lo Nietzsche (su recuperaci�n, relectura e incorporaci�n francesa definitiva) era la v�a te�rica que hac�a posible un desplazamiento semejante. Los cinco n�meros de la revista coinciden hist�ricamente con los a�os de la Guerra espa�ola: el gesto de por s� riesgoso, aumenta su peligrosidad y disfruta de la posibilidad del malentendido. Se pone en crisis el paradigma hegeliano-marxista de la vanguardia oficial a partir de la recuperaci�n de Nietzsche -de las malas lecturas que recibi�, de las identificaciones con el nazismo. Ac�phale es el testimonio de esa b�squeda filos�fica. Su valor radica en que configura e instala, para el pensamiento franc�s contempor�neo un nuevo entramado te�rico ?otra lectura de la modernidad. Luego vendr�n Sobre Nietzsche (1945) de Bataille y Nietzsche y el c�rculo vicioso (1969) de Klossowski (adem�s de sus traducciones de Nietzsche al franc�s): resultado ambos libros de estas primeras lecturas en Ac�phale, el de Bataille supone de nuevo un riesgo: un diario nietzscheano de la experiencia de la Segunda Guerra.
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?La conjuraci�n sagrada? es el texto que abre el primer n�mero y funciona como manifiesto. El t�tulo hace posible leer la distancia con el Surrealismo: casi tautol�gico, se�ala en qu� medida Bataille y sus amigos funcionan como verdaderos conspiradores, en un pacto secreto de sangre que no deja exenta la idea de exorcismo. Se trata de la busca de una experiencia pura que en consecuencia coloca lo espec�ficamente art�stico en un lugar secundario.
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Lo que hemos emprendido no debe confundirse con ninguna otra cosa, no puede ser limitado a la expresi�n de un pensamiento, y todav�a menos a lo que justamente es considerado como arte.
�Qui�n sue�a, antes de haber luchado hasta el final, con dejar el lugar a hombres que es imposible contemplar sin experimentar la necesidad de destruirlos?
SOMOS FEROZMENTE RELIGIOSOS.
Es tiempo de abandonar el mundo de los civilizados y su luz? Secretamente o no, es necesario convertirnos en otros o dejar de ser.
La vida humana est� excedida por servir de cabeza y de raz�n al universo.
El hombre se escap� de su cabeza como el condenado de su prisi�n.
Encontr� m�s all� de s� mismo no a Dios, que es la prohibici�n del crimen, sino a un ser que ignora la prohibici�n. M�s all� de lo que soy, reencuentro a un ser que me hace re�r porque no tiene cabeza, que me llena de angustia porque est� hecho de inocencia y de crimen: tiene un arma de hierro en su mano izquierda, llamas que parecen un coraz�n de sacrificio en su mano derecha. Re�ne en una misma erupci�n el Nacimiento y la Muerte. No es un hombre. Tampoco es un Dios. No es yo, pero es m�s yo que yo: su vientre es un d�dalo en el que se perdi� a s� mismo, en el que me pierdo con �l y en el cual me vuelvo a encontrar siendo �l, es decir, monstruo.
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La impronta nietzscheana es clara. Es un intento de negar todo iluminismo, toda idea de raz�n. Volverse completamente diferentes o dejar de ser: heterogeneidad, pura diferencia. Se trata de un modelo radicalmente otro de negatividad: la negatividad sin resto, del gasto improductivo, del derroche, del potlach. Lo inorg�nico de la figura: un Surrealismo sin cabeza ?un Surrealismo sin Breton? que desde el ep�grafe de Nietzsche postula (por ello la referencia a la amistad, al otro ?Masson?) una idea de comunidad. Ante el principio surrealista de un arte al alcance de todos, una experiencia para pocos. Ante la necesidad surrealista de una ?coartada literaria?, la acefal�a como pura ebriedad. Las paradojas de la experiencia del Surrealismo no son resueltas: simplemente son llevadas al l�mite. Ac�phale aparece como un modo de volver al Surrealismo (lo surrealista) un adem�n que se acaba en su propio movimiento, en una busca que supone el alcance del �xtasis y la disoluci�n.
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S�lo hay secreto, s�lo hay pecado, si se asume la culpa, si se construye un relato. En este sentido, al mismo tiempo que la revista desarrolla postulados te�ricos espec�ficos, poco informa sobre las actividades de los acef�licos e incluso sobre las del Colegio de Sociolog�a (del que aparece en el n�mero3/4 una Nota de fundaci�n). Sin embargo se lee, en estos textos, el exceso: su resto constructivo: la propia revista. Contradicci�n inevitable m�s all� de la cual s�lo quedar�a la pura experiencia: m�s ac� de la cual se vive en la transgresi�n. De este modo, Ac�phale inventa para el siglo xx un nuevo sentido para el problema de los l�mites que encontrar� en Foucault (?Prefacio a la transgresi�n?) un nuevo momento e instaurar� una discusi�n aun vigente.
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La experiencia es en Bataille y todos los acef�licos la historia de una p�rdida. Estar donde no se ha estado nunca (como el agua en el agua) es una recuperaci�n nost�lgica de aquel imposible. La lectura de estos textos, en este sentido, es siempre inc�moda. Es asistir al viaje de otro, al tiempo de otro, siempre exasperado, siempre al l�mite. Qui�n ?es posible preguntar- puede ser contempor�neo de una experiencia semejante (experiencia que, a los ojos de un lector de hoy, resulta por momentos total, por momentos la misma nada). Qui�n puede leer (hacer propia) una intensidad semejante.
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Es as� que si algo sobrevive de aquella experiencia en estos papeles es la posibilidad siempre latente de captarla desde adentro y recuperar para el presente la potencia de una pol�tica de lo monstruoso: rechazar la igualdad, ser siempre otro, negar hasta le l�mite el valor de lo �til y hacer de la risa una grito: el de la raz�n que engendra monstruos. S�lo de este modo, podremos so�arnos contempor�neos. Pero la contemporaneidad es, por definici�n, el tiempo de los otros: vos y yo siendo otros en un presente siempre diferido; y all�, en ese punto sagrado, podremos por fin, volvernos completamente diferentes o dejar de ser.
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Valent�n D�az
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