I.
Aun cuando quise que este texto comenzara con un recuerdo de nuestro tiempo en común, me resulta muy difícil suponer que la vida de Gabriela Liffschitz pueda conjugarse en pasado. Es que en la obra de Gaby no hay ni memoria ni hay legado posible: hay un continuo presente que no cesa de conjugarse en este tiempo.
Ni siquiera tuve que acercarme a los libros de Gaby para darme cuenta que su obra está escrita siempre en presente. Con esa mirada introspectiva, y exploradora de un tiempo que incesantemente se deforma, y deriva. Pero ella sabía cabalgar la deriva y el acontecimiento, como ninguna otra.
Bien sé que, agobiado (yo) por la enfermedad (de ella), supuse algo de la dote, de extensión de sí en sus últimos libros. Estaba equivocado. Si bien es verdad que la inquietud y el detalle introspectivo es parte estructural de sus textos, no hay obra de Gaby sino pensada en un estado de constante actualidad.
Suponerla como narraciones del pasado o como una promesa es traicionarla. Siempre en presente. De mismo modo en el que se piensa Venezia. Una ciudad en constante estado de derrumbe (un centímetro por año) que en ese hundimiento encuentra su kairos, su modo perfecto.
II.
Al leer Venezia me detengo en algunos lugares que me recuerdan la voz de Gabriela. Gabriela diciendo "nononononoo", Gabriela diciendo "digooo…", "quiero decir…". Gabriela y su fuerza de negación, Gabriela y su pasión por reordenar lo previsible del sentido. Leo en su libro, Venezia: el golpe en las costillas; quiero decir que reconoce y abarca, no calma; presiona". Escucho esa voz que redefine un golpe en las costillas. Me la imagino diciendo "nonononono, no es algo que sólo te hiere o que sólo te lastima. O sí. Pero no es sólo eso. Quiero decir, un golpe en las costillas, una herida en el cuerpo es también algo más. Es algo que te hace reconocer que tenés un cuerpo y que no te calma porque no te deja olvidarte del cuerpo. Quiero decir, te presiona para que te acuerdes".
Gabriela hacía eso, hablaba así. Gabriela hace lo mismo ahora en Venezia, Gabriela hace lo mismo ahora en cada uno de los autorretratos de Recursos humanos y de Efectos colaterales. Como poeta, como fotógrafa tomó la tarea de negar el mundo y sus sentidos previsibles, para redefinir las cosas, para imponer su propio lenguaje. Este libro actúa ese "quiero decir", del mismo modo que lo hacen las fotos.
Hay un libro que es como una ciudad, Venecia. Es como un golpe en las costillas, quiero decir, marca un comienzo en la escritura de Gabriela, no calma, abarca y presiona.
III.
Y sin embargo, Gaby nunca fue una poeta ni una fotógrafa, sino una cronista que se valía de cualquier género o de cualquier medio para decir la forma del hoy. Por eso Venezia es inclasificable (y todos sus libros son inclasificables). Navegan en una especie de indeterminación como si estuvieran buscándose a sí mismos y supieran que esa búsqueda es su verdadera forma, su acabamiento final: un poema, o una serie de poemas o un diario, acaso una pequeña novela, una confesión. Un relato de viajes: todos los géneros le pertenecen, y al mismo tiempo, ninguno. Porque la obra de Gaby es una reflexión sobre la construcción del género y de todos los géneros en los que se dice la literatura. Cada uno de esos géneros es un modo de leer y de entender Venezia, e, inversamente, en cada lectura, nace un nuevo género. Así Gabriela escribió todos sus libros: mucho más preocupada en definir el tiempo (y la diversidad del tiempo, la inasibilidad del tiempo) que en observar el código. Como si la verdad del presente no tuviera un género posible: ni tragedia ni comedia del presente. Es eso que es: Esplendor y Derrumbe simultáneo. Por ejemplo: Venezia.
IV.
Si hubiera un género para Venezia podría ser la narración de un desengaño amoroso. O del amor como engaño. Construyo la imagen, la doro, la infecto de ropajes e incrustaciones como espadas. Adorno al héroe que ya he fomentado tantas veces (…) Agencio al héroe de víctimas y corceles, unas cuantas cicatrices de guerra y su belleza secreta. (…) Le doy la heroicidad. Y sin embargo, aunque el fragmento esté narrado en presente –ahora construyo la imagen—, su tiempo lógico es el pasado. Alguna vez, esa mujer que habla vio un héroe. Ahora describe el mecanismo de la visión o el mecanismo del amor. Ahora contempla al otro y lo sabe un efecto de su mirada. Ahora lo mira y ve el artificio, la construcción, el adorno, las cicatrices agenciadas. El amor es, en Venezia, una ilusión óptica o un modo de ver. Del mismo modo que lo es la belleza o el erotismo en Recurso Humanos. Por eso, ante cada imagen no vemos sólo un cuerpo que ha sufrido una mastectomía o un cuerpo acechado por la enfermedad. Advertimos, sobre todo, un modo de ver que sostiene que ni la feminidad ni el erotismo residen en la anatomía, sino en una particular puesta en escena.
Una política de la mirada: amorosa, estética, erótica.
V.
Igual que en un naufragio, no hay madera que flote, ni nada que haga pie. Gaby podía vivir en esos estados de incertidumbre que la mayoría de nosotros aborrece y evita para honrar con el decoro de las mentiras piadosas.
Voy con mi madre y mi hermana a pasear y tomamos el tren. En esa frase que es de hecho una memoria, Gaby construyó su estilo, que en su caso coincide con su modo de vida: un recuerdo es un hecho del presente que ahora se tienen en cuenta y por eso se cuenta ahora. La lechuza hizo un nido entre mi lengua y la eternidad. La lengua del presente es también una lengua que no muere, que vive en el tiempo inasible y por lo tanto en el no tiempo.
En el sin tiempo del tiempo: ahí está la Venezia de Gaby, en la ciudad más frágil del mundo, en la única ciudad cuyo modo de ser es hundiéndose.
VI.
Ahora, ella, la mujer de Venezia está sola. Ya no adorna al héroe, ya no construye su imagen, ya no lo mira. Lo que se ha perdido no es tanto un hombre como una imagen, la imagen del héroe. Y la pérdida siempre es —en las palabras de Gabriela, en las fotos de Gabriela—, no un puro vacío, sino el momento que antecede a un descubrimiento. Sentí una sombra, dice la mujer de Venezia que ya no tiene héroe al que amar, la ocupación de un territorio negro, oculto, perdido entre mi costado derecho: mi cuerpo. Casi como una obviedad que había pasado desapercibida, la ausencia del héroe, la ausencia en general le permite descubrir que tiene un cuerpo y que está en Venecia.
No se trata de entender o escenificar la pérdida ni de buscar otras cosas que obturen el vacío. Se trata de algo similar a lo que está en el origen de Efectos colaterales, su segundo libro de autorretratos: "antes de ser y representar esa herida" era necesario "indagar otras formas de acercamiento, otras formas de pensarla e incluirla en mi vida". No se trata de lamentar por anticipado el derrumbe de Venezia, sino de descubrir en sus estrías y canales, el carácter de reliquia del presente.
VII.
Sin tiempo, sin poder aferrar el tiempo, Gaby sabía que se trata de volverse tan delgado que se puede ser infinito, tan débil que se puede armar coraje, tan otro que se puede encontrar a uno mismo. Gaby conocía las tácticas y las estrategias de la invulnerabilidad. Reconocía en sí, y en otros, el punto que nos desarma, para así transformarlo en paradoja. Intentar la inmortalidad desde la nada es saberse inmortal en cuanto inexistente; quiero decir, que es reconocerse, reconocer algún punto en el que uno puede ser invulnerable.
Gaby sabía que Venezia no era el mejor lugar del mundo y su belleza le parecía sospechosa. Pero también sabía que la ciudad era suya y la nombraba, porque era imposible.
VIII.
Una pérdida, cualquier pérdida, toda pérdida abre el espacio para el descubrimiento. No se trata de dos cosas distintas: tengo un cuerpo, estoy sola, lejos, anclada en Venezia. El descubrimiento es uno sólo y el mismo. Es el descubrimiento del Yo como ruina. Sé que lamento; como dique de lengua, derrumbo. Como en los tiempos de mi territorio, me astillo. Es, también y al mismo tiempo, el descubrimiento de la ciudad como cuerpo: Venezia adquiere desde mis látigos ciertos rasgos de mujer; las cejas, el arqueo en el paladar, la exuberancia del sexo cuando es acuoso. La labialidad. Ese sentido oriental y literario de lo que apenas se puede tocar.
Ella no está en Venezia, no tiene un cuerpo que descubre por primera vez. Ella es Venezia, es un cuerpo que, como esa ciudad y como todos los cuerpos sufre ese hundimiento lento pero constante, riguroso pero imperceptible.
IX
Escribir un diario, en ese sentido es lo más opuesto de brindar un paisaje para el turismo y de dejar una inscripción para el voyeur. Escribir es el único modo de hacer que Venezia exista. No es un paraíso ni una utopía, es una ciudad que solamente se piensa en el presente.
Ciudad de paso y de turbios negocios entre dos mundos, Gaby la hizo suya porque, como todos sabemos, Venezia, no existe. No se encuentran ahí Oriente y Occidente, chocan y en la conflagración ambos naufragan. Venezia consta en grabados y pinturas, en teatros y diarios porque es un complot y una trampa. Una ciudad que es un puro presente y que, como el presente es también una cárcel intangible. Aristocrática como una esfinge y como un gato desdeñoso, Gaby sigue construyendo esta ciudad que no cesa de hundirse.
X.
El proyecto de Gabriela en Venezia no es encontrar analogías ni obturar un vacío que siempre va a estar ahí, al acecho, sino entregarse a un lenguaje poético, literario, visual o fotográfico que efectué esas equivalencias. Quiero decir, este libro no nos cuenta que Venezia se humaniza o de que el cuerpo de la mujer se transforma en una ciudad ajena. Venezia inventa un lenguaje que entremezcla ciudad y cuerpo: Duermo Venezia hiriente dice Gabriela. No dice "yo la duermo a Venecia", como si Venecia fuera una niña que no concilia el sueño. No dice "yo duermo en Venecia" como si habitara por un rato esa ciudad. Duermo Venezia, dice Gabriela. Veo el empeine de las olas, como lenguas, como carne que hunde, como dientes; reliquio (..) Venecia me adquiere como sal, disuelta. Leer este libro es ingresar a la lengua de Gabriela, una lengua que funde las cosas, que metamorfosea reliquias y cuerpos, dientes y sueños.
Gabriela no dice nada en este libro. Hace algo: inventa una lengua. Y si esa lengua tiene algo para contarnos es precisamente este descubrimiento: Venezia no es una ciudad italiana o un capítulo en la imaginación literaria. Todo lo que existe es Venezia, lo único que existe es Venezia. Cada ciudad es Venezia: un perpetuo e imperceptible hundimiento bajo el peso de la historia. Cada cuerpo es Venezia: una reliquia, un juego de máscaras exóticas, una serie de tramas de agua, seductoras y peligrosas.
Venezia, el libro de Gabriela no dice nada, hace algo: inventa una lengua que nos revela el mundo. Tiene ese saber hacer, esa firma de Gabriela. Un saber hacer con las palabras, con el cáncer, con las imágenes, con ella misma. Un saber hacer con los demás, con los lectores, con los amigos, con los que la amamos a ella, a su lenguaje, a sus imágenes, con los que nos sumergimos en ella, es decir, en esta, su, nuestra Venezia.
XI.
Va a llegar el día prometido en el libro de Gaby, en el que Venezia se hundirá completamente. Y entre las máscaras flotando, los restos dorados de palacio ajeno y los pedazos del naufragio, entre las góndolas fúnebres que sirven como ataúdes vamos a ver a Gaby que con la certeza de conducir el hundimiento, y con la conciencia de que no hay flotación posible. Nos dirá, con la firmeza con la que actuó siempre, y siempre en presente: "Acá estoy. Ahora soy este derrumbe. Y vivo en el desplome y lo domino y lo hago mío, como hice con todas las cosas del mundo: lo someto a mi propia fuerza".
Ariel Schettini y Paola Cortés Rocca