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Esta es la historia apretada, al tallo, de las flores silvestres que crec�an entre las baldosas y el cord�n de la vereda en la esquina de ?Las dos villas?, sobre Chilavert y Rivera; �sta es la historia interpretada, una versi�n de sonidos mezclados, de los m�sicos de la Sociedad de Fomento en la ?Noche de cuerdas?; �sta es, los s�bados, la historia empujada, a la pared, de los puestitos de la feria sobre la calle Mart�n Ugarte, cuyos carteles escritos con tiza anunciaban los precios populares; �sta es, murg�n, se�ora, se�or, qu� murga, �vio?, la historia bailada, a la lluvia, de los pasistas y las chicas emplumadas de La Matanza; �sta es la historia, en fin, desmenuzada entre los dedos como si fuera la preparaci�n de una masa, una que bien podr�a ser agarrada por ustedes, aunque no sepan nada de m� ni hayan le�do los relatos de Juan Incardona acerca de este barrio, exagerados pero en gran parte verdaderos, asunto que en realidad no importa, al menos no para m�, Huck Finn del Riachuelo, porque d�ganme qui�n no ha mentido alguna vez; �sta es, ojo de la mirilla, la historia de una tormenta en carnaval y un concierto de verano, d�as que se empujan en desorden o que son arrastrados por la zanja hacia la General Paz y s�lo hasta all�, para que las an�cdotas no se escapen del Conurbano Bonaerense; �sta es ?escuchamos al mundo sentados en el techo?, de los techos, la historia recitada a la chinela de don Juan, mi pap�, rey de las roscas para la industria del pl�stico, donyoanino en la tormenta para los vecinos, que vuelve a casa con un pie descalzo.
?�La chinela! �La chinela! ?Hab�a gritado mi madre.
La chinela se iba como un barquito r�pido en direcci�n a la General Paz. Recordar su imagen flotando es graciosa, pero en ese momento, por el vendaval, por los rayos, ten�amos miedo. La calle parec�a un r�o. ?Dejala?, le pedimos, porque era peligroso.
Hay que volver atr�s. Era s�bado y hab�amos ido al corso de Tapiales con mi mam�, mis hermanas y la familia de Rosa.
Las formaciones desfilaban al comp�s de los bombos de las unidades b�sicas y los redoblantes de las bandas de rock; los pasistas ensayaban coreograf�as improvisadas y los faroles alargaban sus sombras hasta las banquinas de pasto, donde perros devotos ladraban al cielo; la gente traspasaba por la excitaci�n los l�mites apenas demarcados; los chicos de la Villa Lucero, de la 2 de abril, de Las Achiras, organizados en pandillas, se atacaban entre ellos con ferocidad y a�n a la gente mayor que los retaba, en vano, porque apenas se alejaban, enseguida volv�an, desobedientes, a cobrarse venganza y levantar de nuevo la violencia, como si fueran tribus de naciones salvajes, comandados por reyes sanguinarios, armados con bombitas de agua y espuma, implacables en su avance, moviendo las manos fren�ticamente y acaso galopando sobre sus mal alimentadas piernitas, escupiendo y gritando, pateando tachos y cualquier cosa que se cruzara en su camino, alborotando la fiesta en competencia con el desfile emplumado de la calle, pobres pero poderosos, terror de los vecinos reunidos que ac�, all�, eran desbaratados por las corridas.
Mientras las lonas pintadas de Viva Per�n se contra�an y expand�an r�tmicamente por los golpes de los murgueros, comenzaron a o�rse los primeros truenos de la tormenta, quiz�s una comparsa apocal�ptica que respond�a al llamado rabioso del carnaval argentino, y las primeras gotas cayeron sobre la calle Boulogne Sur Mer.
Miren el desbande en el barro. All� se van en todas direcciones. Antes los vimos torturados en los galpones de Camino de Cintura, fusilados en los potreros atr�s del Mercado Central, enterrados con la basura que descargan los camiones m�s all� de La Chacra de Los Tapiales. Es el cardo lo que crece en las comisar�as de Madero; es el olor de la orina lo que corre en el Matanza. Miren all� d�nde le sali� la viuda al gomero; las hormigas de colores voladas en las hojas, por la calle muerta que est� llena de autos quemados, van y vienen por los barrios bustos que el tiempo borr� sus caras; la calle muerta est� llena de turcos quemados como San Emilio. Los que se ahogaban en el r�o empujados por los gendarmes, tarareando aires que los perros del campito todav�a tragan, de esa carne hinchada se levantar�n con el calor, vaciar�n las villas y llenar�n camiones los punteros, para saquear supermercados en diciembre. Cabecita negra de la Virgen de Luj�n, entre balas perdidas yo no soy m�s que un chico de la mano del carnaval, que me llamen volador si s� volar, si s� pelear que me llamen hijo.
Nos refugiamos en la parada del 298, que por suerte vino r�pido, antes de que se desatara el agua fuerte de la tormenta. La peor parte empez� en el transcurso del viaje. Las callecitas, paulatinamente, se convirtieron en arroyos, despu�s en r�os, y el colectivo tuvo que avanzar muy despacio, hundido y por momentos balanceado por las olas que �l mismo produc�a y que rebotaban contra nosotros desde las paredes de las casas. Pero milagrosamente llegamos.
En la parada, que quedaba a dos cuadras de nuestra casa, nos esperaba mi pap�. Bajamos y caminamos con cuidado, porque el agua nos tapaba hasta las rodillas. Cuando alcanzamos la esquina de Ugarte y Giribone, nos encontramos con una situaci�n todav�a m�s complicada: la correntada aumentaba y arrastraba toda clase de cosas. Mi hermana Mar�a Laura tuvo miedo y empez� a gritar. Algunos vecinos se asomaron por la ventana.
?�Cuidado donyoanino!
?�Vaya por la izquierda que parece m�s bajo!
Don Jes�s, marido de Rosa, sali� para ayudar. Se par� en la vereda de enfrente para recibirnos. Mi viejo empez� con los viajes. Iba y ven�a, vadeando los r�pidos de Ugarte. Primero Mar�a Laura; despu�s Mar�a Cecilia, mi otra hermana; despu�s nos acompa�� a mi mam�, a Rosa y a m�. Cruzamos todos agarrados de las manos, despacito, a la altura del almac�n de Juanita.
?�Mamma mia! �Che notte espaventosa! �Che acqua terribile!
Llov�a a c�ntaros. En las ventanas de las casas los espectadores segu�an nuestro cruce con atenci�n.
?�La chinela! �La chinela!
?�Dejala!
Por suerte pudimos llegar. Saludamos a los vecinos desde lejos y les hicimos se�as con los pulgares arriba, para que se quedaran tranquilos. Entramos a la casa.
?�Qu� pas� con la chinela? ?pregunt� Mar�a Cecilia.
?Tu padre perdi� una chinela ?le contest� mi vieja?. �Qu� l�stima!, las compramos la semana pasada.
?Bueno, lo importante es que estamos todos bien.
?�Qu� pas� con la chinela? ?pregunt� Mar�a Laura.
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Hac�a dos o tres meses que en la Sociedad de Fomento ensayaba una orquesta de m�sica cl�sica. Me enter� porque Eduardo, un amigo m�o, participaba tocando el chelo. �M�sica cl�sica en Villa Celina? El proyecto era un verdadero experimento, trat�ndose de un barrio donde sonaba permanentemente el rock and roll y la cumbia, a veces algo de tango o folklore.
Una semana despu�s de la gran tormenta a�n quedaban �rboles ca�dos y hasta algunos postes de luz sobre las calles. Sin embargo, en Chilavert y Rivera estaba todo preparado para que se lleve a cabo, como el a�o anterior, la ?Noche de cuerdas?, un recital al aire libre donde desfilar�an las m�s variadas agrupaciones musicales, desde bandas como Viejas Locas, Callejeros o Villanos hasta el coro de ni�os cantores de la escuela 137. Tambi�n estaban invitados varios conjuntos cumbieros del Copacabana, boliche argentino-boliviano de la calle San Pedrito, una orquesta de tango de Lugano y un conjunto de chamam�. La noche la cerrar�a la orquesta de la Sociedad de Fomento, que tocar�a por primera vez en p�blico. Har�an un solo tema, el �nico que ten�an ensayado, seg�n me cont� Eduardo.
Edu, como le llam�bamos en la esquina de Giribone y Barros Pasos, viajaba pr�cticamente todos los d�as en el 56 hasta el anexo de Caballito del conservatorio Manuel de Falla. Era uno m�s entre la innumerable cantidad de pibes que se dedicaba a la m�sica en el barrio, donde hab�a de todo: guitarristas, bajistas, bateristas, pianistas, etc. Pero que hubiera un chelista y una orquesta cl�sica realmente era una novedad.
Est�bamos ansiosos. No ve�amos la hora de que por fin llegara el festival. Durante la semana se hab�a hecho mucha propaganda a trav�s de la camioneta de la Municipalidad, que llevaba un parlante atado al techo.
?�Faltan tres d�as para la Noche de cuerdas! �No se lo pierda! �Los mejores m�sicos de la zona tocar�n gratis en la esquina de Chilavert y Rivera! �Auspician Farmacia �lvarez, Helader�a Zaz�, Supermercado Don Pepe...
El d�a del concierto, los vecinos que viv�an cerca de casa, convocados por la Pichi y la hermana del Chino, se encontrar�an en la esquina de Giribone para ir todos juntos. Media hora antes, ya hab�a m�s de veinte personas, sobre todo chicos, esperando impacientes. A las ocho de la noche, se hab�a armado una columna multitudinaria.
Empezamos a marchar por Giribone y despu�s doblamos en la primera hacia la izquierda: Chilavert derecho hasta las Dos Villas. La mayor�a ya se hab�a enterado de la odisea que pasamos el d�a de la tormenta. Nos preguntaban si est�bamos bien. Mi vieja les contaba a todos de la chinela de pap� y cada vez que lo hac�a la gente se mor�a de risa, no s�lo por la an�cdota, sino por la manera particular que tiene ella de contar las cosas.
En el camino confluimos con otros grupos, aunque no tan grandes como el nuestro, que tambi�n iban para all�. El barrio estaba revolucionado y la noche era preciosa.
Con los pibes empezamos a cantar: ?�Mandarina, mandarina, mandarina, mandarinaaaa, si no sale de su casa no vive en Villa Celina!
El cantito no hac�a falta: todo el mundo estaba en la calle.
Llegamos y... ?�La noche de cuerdas se abre a puro tango!?, anunci� el presentador.
El grupo de Ugarte y Giribone cop� la esquina del club Riachuelo. All� bailar�amos hasta el agotamiento. Primero la tinta roja en el gris, despu�s un picaflor de amor nos gustaba m�s, antes un p�jaro que vuela en la noche lo hizo sobre la multitud, al rato trepamos todos en el �rbol de la vida, y como ninguna fruta estaba prohibida, tarareamos una a una las canciones sin importarnos su g�nero, coronando a cada rato los discursos del cantante de turno con toda clase de exclamaciones de agradecimiento, un rosario de aplausos el sudoeste que ahora atravesaba la General Paz para o�rse en Lugano, en Piedrabuena, en Mataderos, y vaya uno a saber ad�nde terminaba Celina aquella noche.
Los cuerpos comenzaban a sentir el cansancio. Pero nadie se iba, aunque muchos decidieron sentarse en el suelo.
?�Calentitos los panchos y fr�a la gaseosa!
?Damas y Caballeros, para cerrar esta noche fant�stica tengo el gusto de presentar a la Orquesta Cl�sica de Villa Celina, que hoy har� su debut ante todos ustedes. �Por favor, un fuerte aplauso para ellos!
Primero, fue el ruido de las palmas; despu�s, los acordes se sucedieron en un desfasaje sincronizado, en una extra�a contradicci�n de sonidos preciosos. Una bestia invisible conect� nuestras cabezas al aire y nos inyect� ondas el�ctricas.
En el escenario, los m�sicos de la Sociedad de Fomento se confabularon detr�s de una cortina vaporosa y de a poco se convirtieron en detalles sin importancia, en fantasmas, porque la realidad era solamente m�sica, o�da por un personaje dotado de mil orejas, rendido a la belleza.
En un momento, la melod�a entr� en una especie de letargo y apenas pod�a escucharse, hasta que, finalmente, la m�sica termin�. Ahora llegaba el eco.
Supongo que los m�sicos esperaban el aplauso, pero ese amontonamiento de bocas era una boca muda, ese ej�rcito de manos era una mano paralizada. El presentador no aparec�a. El tiempo pasaba y la tensi�n iba en aumento, hasta que, de pronto, una voz se alz� en el medio de la gente:
?La chinela. La chinela.
A los gritos:
?�La chinela! �La chinela!
Todos se dieron vuelta. Mi madre, euf�rica, le se�alaba un auto a mi pap�.
?�Ah� abajo! �Al lado de la rueda!
El grupo de Ugarte y Giribone empezaba a entender. Mi pap� fue hasta el auto estacionado, se agach� y meti� la mano. La gente se acercaba hasta nosotros.
?�Qu� pasa?
Mi viejo se puso otra vez de pie, ante la expectativa general, y levantando los brazos les mostraba a todos, agitada como un pa�uelo, la chinela de la tormenta.
?�La chinela! �La chinela! ?repet�amos los de Ugarte, y empezamos a aplaudir y a gritar, y de este modo el aplauso se generaliz� en las cuatro esquinas.
Los m�sicos agradecieron, levantando los instrumentos. Nosotros alzamos a mi viejo y lo llevamos en andas. La chinela agitada una y otra vez contra la negrura de la noche me resultaba una especie de animal inquieto, que acaso trataba de desatarse de su cadena, o un p�jaro que quer�a batir alas nuevamente, o un pez que estaba a punto de ser devuelto al mar.
?�Otra! �Otra! ?ped�a la gente a los m�sicos de la orquesta.
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Dedicado a Juan Incardona, mi pap�.
Febrero 2006
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(*)Villa Celina se encuentra en el sudoeste del Conurbano Bonaerense, en el partido de La Matanza. Aislada entre las avenidas General Paz y Richieri, tiene ritmo pueblerino y aspecto fantasmag�rico. Barrio peronista como toda La Matanza, su vida social gira en torno a los clubes, la Sociedad de Fomento, la Parroquia Sagrado Coraz�n y las escuelas del estado. Debe su nombre a Do�a Celina, se�ora que pose�a gran parte de los terrenos que hoy conforman el barrio. A mediados del siglo XX, Villa Celina fue poblada por espa�oles e inmigrantes del sur de Italia, como mis abuelos Jos� y Luc�a, Juanita, la almacenera, o Anto�a, su cu�ada. Las primeras casas fueron construidas por los mismos inmigrantes, edificaciones generalmente bajas, con fachadas provistas de una puerta y dos ventanas, una en la pared exterior sobre la vereda, otra dentro del habitual porche. Con el tiempo, se construyeron barrios de monoblocks obreros o militares en sus zonas perif�ricas, como el Barrio General Paz, el Barrio Richieri, los edificios Estrellas o los bajitos de tres pisos que est�n cerca del Mercado Central, fondo m�tico donde a�n se conserva La Chacra de los Tapiales, construcci�n colonial declarada Monumento Hist�rico Nacional en 1942. En las �ltimas dos d�cadas, el barrio recibi� grandes oleadas de personas de origen boliviano, lo que ha generado que un sector de Celina sea denominado ?Peque�a Cochabamba?. En su centro geogr�fico, frente a la escuela 137, se encuentra el famoso Tanque de Celina, de estructura tubular y bastante alto, con escalera caracol en su interior. Desde sus elevadas tejas se domina toda la zona y hasta pueden verse otros barrios que pertenecen a Celina, como el Barrio Urquiza, Las Achiras y el Barrio Sarmiento, adem�s de los vecinos Madero, Tapiales y Lugano. En mi infancia y adolescencia, durante la d�cada del 70 y el 80, a�n perduraban grandes extensiones de campo y potreros (hoy esos terrenos pr�cticamente han desaparecido) que propiciaban la aventura y el juego infantil en toda su dimensi�n. Quienes crecimos en Celina, hemos jugado en el campito hasta la oscuridad total y las nubes de mosquitos en la cabeza. Sus j�venes frecuentan las esquinas, siempre con botellas de cerveza Quilmes en la mano y marihuana, a veces con una guitarra, a veces con una pelota de f�tbol para el partido nocturno sobre la calle. Es un barrio de fierreros (hay uno o dos talleres mec�nicos por cuadra) y de m�sicos. Tango y rock and roll siempre presentes, ahora tambi�n cumbia. Sus bandas siempre fueron numerosas, algunas conocidas como Viejas Locas (Piedrabuena y Celina), Callejeros y Villanos. En sus noches se percibe una fina niebla, iluminada parcialmente por los viejos faroles del alumbrado, se escuchan ladridos de perros (que abundan), tiros lejanos y muy cercanos, y una especie de rumor dif�cil de clasificar que interrumpe frecuentemente el di�logo en las veredas, quiz�s una especie de pasado, un sonido de pasado, un gol de Tino en el campito mezclado con la risa de los pibes del grupo ?Perseverancia? y las puteadas de Carlitos el borracho.
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