Nos prometimos:
ella, un tren de risa,
yo un barco de felicidad,
las cosas fueron más temporales,
al final todo terminó,
mis discos y mis libros en la vereda,
su lencería fragmentada en la habitación,
hubo una o dos puteadas que no conocía,
seguramente, de algunos desengaños
que nunca me contó.
No importa, ahora las hago mías.
Algún día con alguien las usaré.
Todas las mañanas,
desayuno con aquel jarro
que hiciste escribir para mí en una feria.
Era en esos días soleados
de mutuo deslumbramiento.
“Para mi dulce elefantito” dice,
nunca supe si fue una broma.
Hoy es mi jarro,
pero yo le pertenezco.
Raúl Alberto Abeillé