Teresa Margolles convierte su “pared engrasada” en un espejo, en el que el “primer mundo” redescubre sus ideales de belleza.
Al entrar en la sala hay un momento de extrañeza. Está vacía. Al fondo del cuarto blanco se encuentra una pared. Tiene veinte metros de ancho y cinco metros de alto. Fue pintada con un fluido dorado brillante, aún se aprecian los diferentes brochazos. En la habitación se entra por una pequeña galería. Allí uno se detiene, como el monje frente al mar de Caspar David Friedrich, y contempla la obra monumental, sublime, igual que el lejano oleaje: una gran extensión elegiaca de oro resplandeciente, nada más.
La pared se transforma en una curiosa marejada. Resulta bella y esta impresión desgraciadamente no consigue desaparecer del todo cuando uno averigua qué es ese material color oro brillante: siete kilos de grasa humana extraídos de liposucciones, absorbidos en las clínicas de belleza de México.
La mexicana Teresa Margolles es la representante más radical y controvertida de una nueva generación de artistas que trabaja en México, y que se cuentan entre los artistas contemporáneos más relevantes. Durante los últimos años ha surgido en Ciudad de México un movimiento artístico, que refleja las colisiones y agitaciones de la globalización de una manera casi única en el mundo. Los protagonistas de este movimiento, Francis Alys, Santiago Sierra y Teresa Margolles, tienen algo en común: proceden del campo experimental del arte minimal. Sierra se hizo famoso con una acción lúdica: una cámara filmó lo que de lejos parecía una escultura minimalista. Una barra blanca atravesando una superficie negra; cuando la cámara enfocó de cerca, se vio que la barra era el traile de un camión, que Sierra había colocado en diagonal en una autovía muy concurrida, cortando los carriles laterales. La rígida forma estética, el orden absoluto, provocaba un caos productivo: las personas salían de sus jaulas de hojalata y juntos comenzaban a buscar la causa del atasco.
Este minimalismo humanizado influye en muchas obras de "Ciudad de México: una exposición acerca de la tasa de intercambio de valores y cuerpos", que pudo visitarse desde septiembre en las Kunst-Werke de Berlín y que formo parte de la serie de eventos artísticos MEXartes-berlin.de. la exposición trata del choque entre el "primer mundo" y el "tercer mundo", de la claridad y la limpieza con la negrura y la suciedad, del modelo icónico con las masas anónimas. Exhibe fotos de cuerpos adorados y desvalorizados. En el centro de estas obras, en la sala grande, se encuentra la pared de grasa como una frontera que se ha vuelto resbaladiza.
El trabajo de Margolles podría ser considerado de mal gusto y �si se interpreta solo como una parábola del llamado "primer mundo" opulento y el flaco "tercer mundo" �también una ambiciosa critica a la sociedad. Pero el efecto sensorial de la obra va más allá de una ilustración banal de crítica social. Secreciones actúa como una lente de aumento en la que se van depositando las etapas del arte de posguerra a cámara rápida. La belleza de esta pared es de carácter angloamericano: con su extensión monumental, sus pinceladas abstractas sobre la superficie, tiene resonancias de los lienzos de gran formato de Pollock o la experimentación de Rothko con lo sublime; un eco de los héroes del expresionismo abstracto y de aquellos artistas pop cuyas obras eran continuación y critica del mito artístico angloamericano; Andy Warhol orinaba sobre lienzos con pintura de cobre húmeda, que se oxidaba adquiriendo un color verde y naranja. Las pinturas se hicieron famosas bajo en nombre de Piss painting. Margolles juega con el doble efecto de esos cuadros de oxidación: con su belleza inmediata y el asco que provocan las circunstancias de su producción. Su pared de grasa surte el efecto de un cuadro enigmático, un estereograma emocional, porque la grasa es ambas cosas, porquería y refinamiento de oro brillante, fulgor y basura pringosa. Como un escultor, el cirujano aparta del cuerpo en vida aquellas partes que se interponen en la consumación de las escultura; el cuerpo se convierte en material. Margolles levanta un monumento elegiaco a esa degradación del cuerpo.
Llama la atención el carácter de suposición del nuevo arte. No se puede demostrar si lo que tenemos ante los ojos es verdaderamente grasa humana; nunca nadie tuvo absoluta certeza de que las personas sentadas dentro de las cajas, que Santiago Sierra expuso hace dos años en la sala de las Kunst Werke a modo de escultura minimalista a lo Donald Judd, eran de verdad solicitantes de asilo. La creencia en ello guía las sensaciones; el observador no esta en el cuadro, la obra de arte tiene lugar en su cabeza. Solo conociendo el origen del rastro dorado sobre el lienzo, la obra resulta un palimpsesto del cuerpo, como una marca de sudor o de grasa, que preserva la silueta de personas ausentes.
Secreciones parece una inversión de los trabajos con grasa de Beuys. Según la leyenda, durante la Segunda Guerra Mundial los tártaros envolvieron al soldado Beuys, que estaba gravemente herido, en un fieltro y lo embadurnaron con grasa. Vivencia que supuestamente el más adelante denominaría su iniciación artística. En Margolles la grasa es lo contrario a una fuente de vida arcáica: se ha convertido en un peligro, en el engendro de un estilo de vida insano, que conlleva diabetes, infartos de corazón y menosprecio social.
Secreciones es el muro de las lamentaciones de una cultura de lujo y bienestar, en la que la grasa, antaño tan necesaria para la vida, se ha transformado en la mayor amenaza: el cuerpo ideal solo se puede reconstruir mediante su destrucción parcial con los aparatos de liposucción de las clínicas.
En la pared engrasada de Margolles finalizan los grandes movimientos y corrientes de la Modernidad: la creencia en la superficie perfecta, el culto al cuerpo y el miedo al amorfismos o la deformación, el juego característico del arte pop de confundir con los materiales caros y baratos, con la autenticidad y la representación. Este cuadro no es un preproducción de cuerpos, los propios residuos del cuerpo se condensan para formar la obra. El arte minimal ha alcanzado el punto cero.
Niklas Maak